martes, 28 de abril de 2015

La política de la Neurociencia: del gobierno de la mente al del cerebro


El poder actual es Biopolítico y mira sobre la vida. Pretende colonizar y gestionar la vida de la población en su totalidad. Su objetivo es orientar la vida hacia la producción, responsabilizándonos personalmente por todo lo que nos ocurre si no tenemos éxito. Lo que le interesa es tratar de responder a la pregunta de ¿cómo hacer con las personas para que sean productivas?.

Las políticas tratan de normalizar la población mediante la gestión demográfica, de salud, de trabajo o de las emociones. Ser normal significa adaptarse. El poder ya no es represivo, sino que tiene una parte seductora. La ideología propia de la Biopolítica es el Neoliberalismo, donde cada uno debe debe responsabilizarse de sí mismo, en una vida entendida como una empresa personal. Ofrece una vida de responsabilidad propia individual con posibles grandes recompensas, sin responsabilidades más allá de uno mismo.

Hace individuos competentes para que sean productivos (mediante la ahora en boga educación por competencias) y capaces de autorregularse en la consecución de sus objetivos productivos de éxito, sin necesidad ya de represión o control externo y eliminando el riesgo de rechazo o contestación. Se produce una subsunción total de la vida en capital y se individualiza el riesgo: si se fracasa en culpa exclusivamente de uno mismo y entra en juego entonces la medicalización como forma de solucionar la situación.

Siguiendo al filósofo Michel Foucault, en la perspectiva histórica del gobierno de las poblaciones hemos evolucionado desde un:

  • Gobiernos de las almas: con el poder pastoral que se preocupaba por la salvación. Comenzaba la subjetividad. Era un poder sobre las conciencias.
  • Gobierno de las mentes: era un discurso de carácter psicológico que se basaba en una normalización ideológica de las motivaciones de la persona y sus emociones hacia los objetivos de producción predeterminados. Se abandona el concepto de alma para adaptarse al concepto de mente del lenguaje psicológico. No era un discurso estrictamente científico
  • Gobierno del cerebro: entramos ahora en la medicalización de la sociedad mediante la biomedicina y la manipulación genética. El control de la vida se hace total con un discurso cientifista de medicación en caso de que alguien se salga de la normalidad (antidepresivos, tratamiento del TDAH en niños hiperactivos,...).
La neurociencia aparece como la nueva disciplina puntera en sus diversas variantes (neuromarketing, neuroeconomía,...). No se presenta como una ciencia determinista de control del cerebro, sino como la posibilidad de ser más libres y de conocer nuestras potencialidades y predisposicones. Parte de la base de la identificación entre mente y cerebro, donde cada pensamiento es una conexión neuronal y por tanto las causas de los trastornos son moleculares, y el remedio es farmacológico. Nuestra identidad queda reducida a mero cerebro. Si estamos tristes, apáticos, no tenemos éxito y no somos felices o no rendimos lo suficiente,  la solución no es personal ni relacional o social, sino que es medicarnos y tomar pastillas, inaugurando la nueva sociedad terapéutica en la que ahora vivimos.

El control de la político en la neurociencia se basa en la despolitización y la negación del conflicto: al reducir todo a un cerebro cuyos comportamientos pueden ser tratados por psicofármacos. La neurociencia vuelve a la reificación o cosificación: trata a las personas como si fueran cosas, nos saca de nuestra subjetividad y nos considera un objeto de estudio más, describiendo a las personas a partir de categorías previas.

El último paso en este proceso de poder biopolítico lo hemos dado inconscientemente nosotros mismos con la autoreificación: uno mismo se considera como objeto de estudio. Hacemos de nosotros un objeto a vender en los mercados, como el de trabajo. Hay que saberse vender a sí mismo en las entrevistas de trabajo, resultar un producto atractivo compitiendo frente a otros productos. Hemos renunciado a lo único que nos es propio: nuestra subjetividad en aras de no sabemos muy bien que si lo reflexionamos un poco. Ser conscientes de ello ya sería un primer paso para volver a ser lo que realmente somos: personas volubles con altos y bajos en busca de su propio sentido.




















martes, 7 de abril de 2015

El daño moral en la actuación directiva



El “daño moral” que produce el Capitalismo es la destrucción de la confianza tras producirse una traición a “lo que está bien” en situaciones donde hay mucho en juego, y estando dicha traición sancionada por las autoridades o las  instituciones económicas. “Lo que está bien” sería el orden moral o ética que nos guía y que cuando hemos perdido el rumbo sabemos en el fondo que algo va mal. Reducir la construcción personal al trabajo asalariado ha resultado, en muchas ocasiones, en explosiones destructoras de la propia identidad y de las necesarias relaciones de confianza mutua entre compañeros de trabajo o personas cercanas.

Muchas de las actuaciones de los directivos actuales en las multinacionales producen ese “daño moral” con despidos, cierres o tratos despectivos a lo humano que las propias políticas de las multinacionales refrendan e imponen, en su ciega e irrefrenable búsqueda de una supuesta mejor productividad, sinergias o resultados trimestrales. Aunque no nos lo pueda parecer, ese daño moral es muchas veces interiorizado por los directivos, como seres humanos que son, y sentido como algo que “no está bien”: provocando traumas, pérdida de confianza en  los demás, prepotencia, desprecio  o aislamiento a modo de mecanismos de defensa ante lo inhumano de su forma de actuación, pero que al final muchas veces acaban por pasarles factura psicológica personal o familiar.


El gran cambio de paradigma que hay que proponer es el postulado de poner la sostenibilidad de la vida en el centro del sistema-mundo Capitalista contra el “daño moral” que causa al destruir la confianza, la capacidad empática y de amar, su ataque a muchas formas y proyectos de vida. Todo esto a  modo de resistencia ante la injusticia y la desigualdad que genera la flecha de expansión Capitalista del crecimiento por el crecimiento sin límite en el que nosotros somos meros instrumentos.

Ante las relaciones interpersonales que se hacen ásperas, desafectas o hipócritas, se propone centrar las relaciones económicas en el bienestar del individuo y de la sociedad, en su capacidad  de amar y de generar confianza entre unos y otros. Se trata de que el cuidado complemente a la justicia como nueva ética no sólo femenina sino  humana.

La ética del cuidado pretende recomponer este daño moral causado por el Capitalismo al guiarnos para actuar con cuidado en el mundo humano: prestando atención, escuchando, estando presente, respondiendo con integridad y respeto. Reconociendo la humanidad propia de cada uno , en una elección ética que no se puede coaccionar y que surge del diálogo, la educación y la atracción intrínseca, a pesar de cualquier circunstancia adversa o decisión difícil de llevar a cabo.


La Modernidad y el Capitalismo han creado las condiciones necesarias para llevar una vida emancipada, pero ésta constantemente se niega a sí misma el desarrollo de dichas  condiciones. Los elementos necesarios de esta emancipación ya se encuentran entre nosotros.  La revolución  es un pequeño cambio que lo trastoca todo. Atreverse a vivir muchas vidas diferentes en una reinvención buscada es una salida plausible. 

Hay que tratar de alcanzar formas de experiencia más enriquecedoras que propicien un incremento de sentido, para conseguir vivir vidas no dañadas y no alienadas. Imaginarse no como élite directiva o héroes empresariales que tienen que demostrar su valía o superioridad, sino simplemente como hijos, padres, amigos o madres es tirar finalmente del freno de emergencia de nuestra vida, para intentar volver a ser otra cosa que nosotros hayamos decidido conscientemente.