Necesitamos en ocasiones tener puntos de fuga: dejar a un lado nuestras rutinas diarias que delimitan geografías vitales que parecen inamovibles. Emprendemos viajes en busca de nuevas experiencias que nos muestren otros horizontes y amplíen los territorios que nuestra rutinaria geografía no suele abarcar.
Hay ciudades como Estambul que compiten en su eternidad con el propio tiempo. Vencer el tiempo ha sido el gran reto para el hombre de cualquier época.Y a veces lo ha logrado a través de las arquitecturas, las obras artísticas o las muchas cosas inventadas por la imaginación y el pensamiento. Pasear por Estambul nos ofrece la medida de la belleza eterna que civilizaciones como la bizantina, romana u otomana han sabido magistralmente legarnos en sublimes arquitecturas como la de Santa Sofía o la Mezquita Azul. Cúpulas que pretenden representar la totalidad del cielo. Nos han transmitido con la protección de las murallas que la rodean, la resistencia que debemos tener como seres civilizados a los embates de la fortuna. Torres como la de Gálata nos advierten de la necesidad de tomar a veces altura en nuestro devenir vital para no dejarnos llevar por menudencias. Elementos naturales como el movido Bósforo que la recorren en el estratégico Cuerno de Oro en su fluir de corrientes realimenta de vida la ciudad, sabiamente protegido en el pasado por sus habitantes de intrusos con cadenas que aquí tomaban la mejor función. Todo fluye en la vida...panta rei.
Y uno se pregunta: ¿qué va buscando íntimamente el viajero en una fascinante ciudad como Estambul? En el fondo quizás la nostalgia de la "patria visible" de nuestros antepasados. Ellos creían que la realidad está llena de sentido, tenían hondas preocupaciones por el tiempo, el más allá, el destino y el azar. Resolvían su angustia con arquitecturas, dibujos, dioses o mitologías. En cambio, el pensamiento contemporáneo nos ha dejado a la intemperie: el nihilismo y la banalidad diaria nos han habituado a considerar nuestra existencia como algo ininteligible, sin sentido, un devenir caótico, inconsistente y fragmentario. El nihilismo moderno nos ha convencido que la vida no reside en una hipotética totalidad: que no hay centro, solo periferia. El aire de nuestro tiempo rezuma la fragancia de lo efímero, la leyenda del instante, volatilidad y precariedad. Hoy sabemos que hay demasiada banalidad televisiva, demasiado entretenimiento, inconsciencia y demasiados elementos para confundirnos y hacernos olvidar las cuestiones fundamentales que deberían guiar nuestra vida.
¿Cómo se puede pensar que toda nuestra existencia no vale para nada? Afortunadamente encontraremos la respuesta adecuada paseando por ciudades entre dos continentes y digna anfitriona de tres civilizaciones como Estambul: donde la patria visible de sentido que nuestros antepasados construyeron se nos ofrece a modo de reconfortante nuevo territorio para nuestra geografía vital.
No hay comentarios:
Publicar un comentario