domingo, 21 de abril de 2013

El profesionalismo: del control a los valores



Del pensar en cómo debemos actuar en los diferentes ámbitos de nuestra vida es de donde surge muchas veces el cuestionamiento de si debemos continuar haciendo las cosas de la misma forma , sometidos así a los mismos patrones y reglas o simplemente debemos adoptar otra actitud diferente que encaje mejor con nuestro carácter o forma de ver la vida.

En el ámbito laboral existe claramente un posicionamiento muy fuerte en lo que se debe hacer para ser un buen trabajador: las empresas toman sin remilgos el control normativo de lo que es ser un buen profesional ; lo refuerzan y sancionan con reglamentos internos, normas de gobernacia o compromisos de valores firmados.  Ellas mismas aleccionan a sus empleados con su visión, misión y valores que deben interiorizar acríticamente y hacen de esto un mecanismo de evaluación que todos sus trabajadores deben  superar para mantener sus puestos de trabajo y que formalizan  magistralmente a través de los famosos feed-back continuos que dan los superiores como forma de control. Desde el punto de vista ideológico no parece que esto quede muy lejos  de otros adoctrinamientos históricos que tristemente conocemos. Como dice el filósofo Zizek aunque pueda parecer lo contrario, no ha existido una época más ideológica que esta.

Quizás uno de los problemas que tiene la economía actual es que ha pasado de ser una ciencia descriptiva a una prescriptiva abarcando todos los ámbitos de nuestra vida: la economía es una ciencia que avanza desde el conocimiento al control.  La economía ya no es una disciplina para acercarse a la comprensión del mundo sino que toda comprensión del mundo debe hacerse a partir de las claves, los mitos y las doctrinas de la economía. Y se apropia de territorios que han sido siempre ajenos a ellas como el de los valores personales en un intento de dirigirlos hacia los intereses mercantilistas que estas organizaciones defienden para sobrevivir en un mercado tan competitivo.

Apoyadas en dar prioridad absoluta a unos valores que se basan en el interés propio y en una ordinaria y burda autoestima al estilo de la sociedad moral que propugnaba Thatcher, hemos acabado convirtiéndonos en una sociedad codiciosa que ha entrado en una crisis profunda dinamitando las bases para ofrecer  una convivencia y vida digna para todos sus miembros. La creciente desigualdad y exclusión son ahora los motores que nos empujan sin control. 

Y en el ámbito empresarial se ha desdibujado lo que es ser un buen profesional: se ha hecho del profesionalismo una actitud de afirmación: la de obedecer y profesar con las reglas establecidas. Ser profesional ahora en muchas ocasiones no es más que desarrollar una obediencia acrítica y servil  a los estamentos empresariales que nos dan empleo a través de los valores que ellos nos imponen. La economía ha dejado de lado toda intención científica, toda esperanza de generar conocimiento para aumentar el bienestar para todos y se convierte en un instrumento al servicio de gestores que basan sus actuaciones en los resultados a corto plazo y la codicia con los resultados que todos conocemos, convirtiéndose directamente en una doctrina o teología.

¿Cómo debemos pues actuar ante esta situación de crisis moral interna? Volviendo a pensar la vida con referencia a unos valores que nosotros hayamos profundamente pensado, aceptado e interiorizado. Ahora quizás vivimos la vida de forma estratégica en función de nuestra supervivencia, de nuestros intereses, de nuestra comodidad o placer y por eso aceptamos adoctrinamientos y penalizaciones  por parte de organizaciones y personas ajenas a nosotros. Y es que al no pensar la vida  en función a lo que nos importa realmente puede llevarnos a situaciones de desorientación y desconcierto que otros pueden provocar y controlar a su interés.   

Quizás lo que nos importe es estar al servicio del amor, a construir una amistad, a hacernos más abiertos y generosos, a conocer más cosas y que eso nos haga más útiles ante los demás mejorando su vida, fortaleciendo nuestro carácter, haciéndonos más maduros, coherentes e íntegros y vivir así de acuerdo ante unos valores  que primero deben ser nuestros. Ser un buen profesional no sólo de la empresa sino también de la vida quizás sea simplemente algo que afortunadamente esta sólo en nuestras manos.




2 comentarios:

  1. He visto que has estudiado Humanidades y en la UPF, yo también! Me gustan tus reflexiones, las iré leyendo a menudo... Te sigo.
    http://humanidadesyalgomas.blogspot.com.es/

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  2. Muy interesante maestro, efectivamente se exige al profesional mucha lealtad (mal entendida como obediencia ciega) y la deontología queda en segundo plano

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