"Compendio de reflexiones sobre las Humanidades y las Ciencias con vocación expresiva integradora"
lunes, 6 de octubre de 2014
De la Biopolítica a la Distopía: la Sociedad Normalizada
Soñamos paraísos y acabamos construyendo mundos de pesadilla. Vivimos una época de realidad distópica en la que todo es posible. La distopía de hoy se rebela contra las utopías ultraliberal y tecnocientífica. Cuando se promete la felicidad a todos y se anuncian placeres en cada esquina, la vida cotidiana es una dura prueba. ¿Quién iba a pensar la victoria de lo peor de los dos sistemas: mercado incontrolado y partido único?.
Asistimos a la prolongación de la lógica del Capitalismo terminal y la conversión del individuo o bien en consumidor sin derechos, trascendencia, ni destino, o bien en mercancía. La revolución digital también ha traído consigo un arsenal de posibilidades, que tanto tienen que ver con lo utópico (el ciberactivismo) como con lo distópico (la pérdida de intimidad, la videovigilancia extrema).
Con la aparición de la dominada Biopolítica, expuesta por el filósofo Michel Foucault en los setenta, el poder comienza a mirar la vida como algo a colonizar y gestionar para aumentar la productividad. ¿Cómo hacer con las personas para que sean más productivas?. Interesa controlar más el conjunto que al individuo. Es el nuevo gobierno de las almas orientado a la producción y la responsabilidad personal. Las políticas tratan de normalizar las poblaciones (la demografía, la salud, el trabajo o las emociones) para que produzcan más.
Entramos en la sociedad de las probabilidades con el dominio de la estadística poblacional. Ser normal significa adaptarse. Hay que autorregularse para ser un miembro normal y productivo de la sociedad. La educación parece que solo trata de hacer individuos competentes. La Psicología se hace dominante para controlarnos con un discurso que se basa en una normalización ideológica que nada tiene que ver con la Ciencia. Hemos pasado del Gobierno de las almas por la Religión, al Gobierno de las mentes por la Psicología y más recientemente al Gobierno del cerebro con la Biomedicina y el control de la vida con la genética y la medicalización de la sociedad.
Ya no creemos que somos un sujeto; creemos más bien que somos un proyecto que debemos optimizar. La ideología propia de la Biopolítica es el neoliberalismo. El Estado solo debe ocuparse de la seguridad. Cada uno debe responsabilizarse de sí mismo. Es entonces cuando las sociedades funcionan realmente bien.
Hay que advertir que el neoliberalismo siempre ha tenido una parte seductora que no ha sido capaz de ser reconocida críticamente por la izquierda: ofrece una vida de responsabilidad propia, una individualidad libre que importa, una vida que puede gestionarse como una empresa donde cada uno se construye a sí mismo. Esta idea de que uno es relevante, importante y que puede ser reconocido y admirado por sus logros (el nuevo mito del emprendedor) es, en sí misma, una idea seductora y legítima. La crítica al neoliberalismo no debería venir entonces por el lado de la libertad sino por el de la desigualdad que provoca; y que corroe las sociedades haciendo desaparecer el sentido de lo comunitario y del bien común.
Todos sabemos cual es el reverso de esta exigente vida de managers de nosotros mismos: el miedo a la exclusión, a que no se hable de nosotros en las redes sociales, la ansiedad y la depresión en aumento. La falta de un meditado sentido ético personal y comunitario. El cansancio en esta sociedad del rendimiento. Interiorizamos inconscientemente tan bien este discurso del rendimiento y el éxito, que nos automedicamos para no parecer anormales si fallamos.Y como para la industria todos somos individuos potencialmente enfermos desde que nacemos (un mapa genético puede determinar posibles futuras enfermedades), el negocio es redondo.
Es quizás más necesario que nunca buscar, sin miedo, nuevas Utopías personales. Como sabiamente nos decía el poeta Fernando Pessoa: "Llega un momento que es necesario abandonar las ropas usadas que ya tienen la forma de nuestro cuerpo y olvidar los caminos que nos llevan siempre a los mismos lugares. Es el momento de la travesía. Y, si no osamos emprenderla, nos habremos quedado para siempre al margen de nosotros mismos".
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