domingo, 12 de julio de 2015

La construcción de un mundo común


¿Es lo mismo la comunidad política que el hecho de vivir en común? ¿La coexistencia de seres humanos pasa siempre por la presunción de un vínculo social? ¿Cuándo se convierte en político?

El cuestionamiento y problematización de lo que entendemos por política es uno de los rasgos más relevantes que se han derivado de la actualidad social. A raíz del gran terremoto que ha provocado la crisis económica que estamos viviendo se produce, a modo de fuertes replicas, una presión sobre las categorías centrales del pensamiento político: que se dividía históricamente entre el liberalismo de orientación neokantiana y el comunitarismo romántico.

Como expone la profesora de filosofía Alicia García, emerge una necesidad de pensar desde lugares técnicos distintos las relaciones entre lógica de los sujetos y lógicas de la vida. Se ha hecho cada vez más urgente la necesidad que desde una praxis, desde la intervención crítica sobre lo real, se produzcan nuevas concepciones de la política.

Lo que seguramente caracteriza más la situación contemporánea desde el punto de vista político es la ruptura del vínculo social. La comunidad política era algo natural, fundacional y voluntario que surgía o bien: a) de la natural sociabilidad del ser humano en los modelos aristotélicos o b) era un producto de un acto fundacional voluntario en los modelos contractualistas. 

La comunidad es vista como una asociación voluntaria cuya lógica rompe ahora el atomismo del individuo neoliberal o la desafección general provocada por una ética del encubrimiento, que hace único responsable al individuo de las deficiencias estructurales del sistema. 

Surge entonces la pregunta de si la política depende de una voluntad de asociación que ahora se ve atacada, con el trasfondo de la exigencia de comunidad que planteaba el filósofo francés George Bataille. La respuesta que se está dando actualmente a esta nueva cuestión, es interrogarse si antes de la comunidad como asociación voluntaria no hay un común que compartimos queramos o no. 

Es el paso de la comunidad a lo común: como expone la filósofa Judith Butler, uno no elige con quién cohabita la tierra, los demás con los que vive le son dados antes de ningún contrato o identidad.  Antes de la comunidad hay un común compartido. 

La idea de la construcción del bien común en un mundo compartido, es casi un eufemismo que trata de evitar el totalitarismo que históricamente ha traído en muchos lugares el comunismo, pero que a su vez pretende romper con las estructuras e instituciones políticas y económicas: las cuales se han apropiado de la existencia y soberanía popular, convirtiendo muchas existencias en vidas mutiladas, con la desactivación del individuo como sujeto o demos político sin capacidad de opinión o reacción a lo que le ocurre.

La crisis permanente en la que vivimos impone un contexto, un ecosistema social del que no parece que se pueda salir. Cuya administración más eficaz es la gestión operativa económica impuesta por un pensamiento único, que con la desactivación del conflicto, marca el territorio de lo que es posible: dejando la resolución de los problemas sociales al mercado y relegando al mismo tiempo las viejas categorías políticas.

El pensar desde nuestra praxis diaria sobre lo que compartimos, sobre lo común previo que escapa a la lógica del economicismo dominante, puede provocar el surgimiento de nuevas situaciones que contesten y abran el ecosistema social a una política del Ser-con los demás: a una co-implicación con los demás por el bien común desde un mundo que nos es dado y que todos compartimos.




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