¿Qué nos queda cuando los valores que han conformado la construcción de lo humano quedan relegados en favor de la instrumentalización y pragmatización de todo persiguiendo el beneficio a corto plazo? Nos queda el regreso de los monstruos depredadores egoístas del primer capitalismo que en sus inicios fue canalla de explotación industrial y colonial.
Una depredación que podemos ver en la sobrexplotación de los recursos, en la precarización de las relaciones laborales, en una desigualdad de rentas alarmante o en la expulsión de familias enteras de sus hogares, ahogadas por una deuda gestionada como un mero activo financiero más.
La realidad del desamparo en que se ha convertido el sistema de bienestar que se había tratado de construir en Europa unida a la conciencia de temporalidad y frenesí de la vida acelerada moderna, que con la imposición de la lógica pragmática e instrumental cortoplacista y a la falta de transcendencia o búsqueda de un bien más allá de nuestra esfera hedonista personal: han dado un vuelco a la moral como algo intersubjetivo de construcción de una vida en común, pasando a percibirse solamente como una opción personal, donde lo bueno y lo malo no son más que opciones complejas sobre las que elegir.
La transgresión de los límites últimos, la ausencia de valores y la pérdida de la moralidad promueven la acción depredadora sustentada en el individuo y el derecho inalienable a la propiedad. Es el retorno al mito del cowboy como héroe solitario que busca su lugar en el mundo. El hiperindividualismo, el sentimiento de depender de uno mismo (manager de sí mismo), el uso de la fuerza para dominar, todas esas cosas promueven una especie de egoísmo y codicia profundamente arraigada en la sociedad americana y cada vez más en otras sociedades.
Este capitalismo depredador nos deja un relato muy diferente al relato moderno que se basaba en una promesa de futuro. El nuevo relato que se impone es el que se ha denominado como el de la condición póstuma, el cual se basa en la constatación de nuestro no futuro. La caracterizada por algunos autores como necropolítica neoliberal que deja morir a la gente con las políticas de austeridad y exclusión. A los cuerpos que no son rentables, que no producen ni pueden consumir, se les deja morir. Como exponen lúcidamente: "con la dictadura nos mataban. Ahora nos dejan morir".
La nueva condición póstuma del capitalismo depredador es no futuro: precarización, agotamiento de recursos, malestares anímicos y de la salud. La postmodernidad obviaba la muerte en favor del disfrute hedonista del momento, pero hay una nueva experiencia de la totalidad que se concreta en un necrocapitalismo, que en su depredación, lleva inherente la posibilidad de nuestra destrucción.
El discurso de los valores ha parecido muchas veces un relato meramente estético en ámbitos como el económico o el empresarial. Desgraciadamente nada más alejado de lo que estos ámbitos necesitan: un liderazgo fundamentado en una trascendencia que vaya más allá del beneficio a corto plazo, fuertemente enraizado en unos valores personales reflexionados, que antepongan la construcción intersubjetiva de equipos de trabajo en búsqueda de un bien común, a la mera conquista depredadora egoísta que está arrasando con el futuro de todos.
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