Se hace necesario remarcar en estos tiempos que la economía no es más que una abstracción de la realidad. Aunque parezca que vivimos en un realismo capitalista donde se identifica lo que es real y deseable a lo que marque las necesidades económicas, la economía no es sino un conjunto de categorías que forman parte de un discurso al que denominamos realidad y que como tal es contingente, falsable o como mínimo democráticamente discutible.
Al comienzo de su existencia como ciencia autónoma se definía a si misma como economía política, pero con la pretensión de parecerse a las ciencias naturales, en la ansiada naturalización del nomos económico, perdió la política para denominarse economía, consiguiendo el estatus (seguramente inmerecido) de ciencia social fuerte. Pero si lo reflexionamos más profundamente, la economía como tal no es nada si no es política, sino puede crear sociedades mejores, más justas o más desarrolladas.
Dentro de las diferentes corrientes del pensamiento económico existen todavía escuelas que defienden ese carácter político, transformador y de perspectiva macro y global del fenómeno económico, como la economía política regulacionista: cuyo objeto de estudio no es el sistema de mercados, el consumidor o la empresa sino el capitalismo entendido como una configuración institucional variable en el tiempo y el espacio. Lo que existen son diferentes capitalismos, caracterizados por la forma particular de su régimen monetario y financiero, por sus relaciones laborales y salariales, del Estado y sus intervenciones, etc.
La regulación que propone esta escuela no designa una acción gubernamental exógena sino el conjunto de instituciones que regulan y acomodan las contradicciones fundamentales del capitalismo. Que el capitalismo sea regulado significa que solo encuentra estabilidad temporalmente, dado que se puede decir que sus contradicciones pueden ser reguladas pero no solucionadas, siendo todos los niveles de arquitectura institucional (desde las normas micro de colaboración en las empresas hasta las formas macro de organización estatal y las finanzas) la forma de políticamente regular esas contradicciones para que en definitiva no dañen nuestras vidas.
Para esta escuela el principal hecho no es la desigualdad monetaria (como expone Piketty) sino la desigualdad política que crea el capitalismo. En otros sistemas económicos previos al capitalismo ya existía la desigualdad de riqueza. El capital no tiene que ver con la riqueza, el capital es una relación social.
De este modo es paradójico que en una época donde se esta orgulloso de la "igualdad democrática", se tolera que las personas pasen la totalidad de su vida profesional en relaciones de subordinación. Esta desigualdad política es un ejemplo de la forma política particular que toma la vida del trabajo bajo las relaciones sociales de los asalariados en el capitalismo. No deja de ser extraño que en nuestros centros de trabajo aceptamos condiciones de subordinación que en cualquier otro ámbito de nuestra vida nos resultarían repugnantes.
En cambio, si tomamos en consideración esta perspectiva política regulacionista, y no solo los análisis técnicos y modelos econométricos, siguiendo el régimen de regulación salarial actual (precariado, desempleo, capitalismo sin trabajo) entenderemos las consecuencias políticas del mismo (subordinación, desmovilización, dislocación de planes de vida) y este sea quizás un primer paso para políticamente regular la contradicción, con el objetivo de tratar de crear nuevas alternativas y formas de politizar nuestra realidad y de este modo crear vidas vivibles. Sin la vuelta a la economía entendida como política, seguiremos seguramente perdidos entre categorías muchas veces irreales.
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