Hay momentos cruciales en nuestra vida en que se hace necesario aventurarnos y tomar caminos que no sabemos donde pueden llevarnos. Hay también significados cuya alcance no acabamos de entender hasta que los ponemos en práctica. Se trata en el fondo de un proceso inverso a la reflexión donde pasamos de ver la realidad a través de las ideas a ver las ideas a través de la realidad. Un proceso sin duda necesario para evitar prejuicios o sesgos cognitivos en el proceso de la información.
Conocer es actuar: la incertidumbre, la discrepancia y la inconsistencia constituyen a veces la moneda de cambio de cualquier toma de decisiones o disciplina de conocimiento. Eso no debe paralizarnos sino que al contrario, forma parte irrenunciable del proceso. Hay que tener también en cuenta los efectos y que no hay discurso o actuación ideológicamente neutro: habrán siempre implicadas personas que no deberíamos considerar como meros objetos sino como sujetos. No se puede pretender adecuar la realidad a nuestro pensamiento.
Y dónde buscar el coraje para actuar correctamente es uno de los principales retos que tiene cualquier persona o directivo. En el mundo moderno a este coraje lo llaman competencias que tienen los directivos excelentes: pensamiento analítico, integridad, autocontrol, inteligencia emocional... Pero ya nuestros clásicos se habían preocupado de como hacer viable la propia existencia allí donde nada es dado y todo debe ser construido.
Para muchos pensadores antiguos la verdadera libertad estaba basada en la virtud: así para Platón en su mito del auriga o del carro alado considera que el hombre es un auriga que conduce un carro tirado por dos briosos caballos: el placer y el deber. El arte del auriga consiste en templar la fogosidad del corcel negro (placer) y acompasarlo con el blanco (deber) para correr sin perder el equilibrio. Y para ello la utilización de su alma racional y las virtudes como la prudencia, la fortaleza, la justicia y la templanza son la guía esencial en esa carrera en que a veces se convierte nuestro devenir vital.
Pero la aportación más interesante en el concepto de virtud la realiza Maquiavelo que la considera una energía interna y activa del hombre, la cual podía vencer a la suerte (fortuna). La virtud no es ya una cualidad interna o inherente al gobernante, sino que ésta depende también de la acciones exteriores, de los acontecimientos y el devenir de la historia. La virtud es también la capacidad de gobernar, proporcionar estabilidad y orden.
Quizás en la sabia y equilibrada combinación de esa energía interna reflexiva con nuestras acciones exteriores radique la verdadera esencia de lo que significa tener competencias para realizar una función. Y tomar decisiones revisitando nuestros clásicos puede ser una apuesta segura. Ya nos decía Aristóteles: los discursos generan menos confianza que las acciones
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