miércoles, 21 de noviembre de 2012

Acto de Fe: la sustancia de las cosas esperadas


Solemos focalizar nuestro pensamiento en el futuro. De aquí surgen los mejores propósitos que se materializan en acciones que planificamos en detalle pero a su vez esta voluntad proyectada más allá de las vivencias actuales es fuente de dudas, preocupaciones y ansiedades dado la difícil predicibilidad de la consecución de los resultados que deseamos. Lo importante quizás hasta ahora ha sido que siempre nuestro sistema nos ofrecía una posibilidad de futuro deseable por el que valía la pena esforzarse. Un futuro que con los críticos acontecimientos que vivimos queda cuestionado sino esta siendo en el fondo desmantelado a marchas forzadas.

Y para que haya futuro antes tiene que haber Fe: un acto de Fe en las posibilidades de la vida. La Fe es sustancia de las cosas esperadas, es el crédito (Fe o pistis en griego significa crédito) que nos dan y nos damos para pensar que vamos a tener un futuro (y que este debe ser mejor). Un concepto el de Fe que ya el antiguo cristianismo utiliza para pedir los mayores sacrificios terrenales para prometernos ganar una eternidad futura dichosa. Fe, crédito, esperanza en el futuro y redención han movido el mundo Occidental desde tiempos inmemoriales.

Con la fase actual de desarrollo del capitalismo ya poca gente habla de futuro: en el deseo de aferrarse a un poder que se desvanece surge la pregunta de qué más se puede comprar cuando nuestro sistema se ha apropiado del futuro propio y ajeno. En el  capitalismo, como el cristianismo, existe un pecado original denominado crematística, un término de raíz griega que invoca el lado oscuro de la economía: la especulación, la mera acumulación de riqueza, la apropiación desaforada de los recursos que desenboca en la exclusión y condena a la inanidad a una gran parte de la población. El consumo da forma de culto al capital y tiende a denegar cualquier realidad externa apropiándose del futuro propio y de aquellos que nos rodean.

Dicen que el dinero ha perdido sus cualidades narrativas: ya no habla de otra cosa sino sólo de si mismo. De acumulación, especulación o desaforado malgasto. El dinero es la única forma de generar tiempo actualmente y ha hecho que dejemos de pensar en la eternidad o en construir a largo plazo. El sistema mediante los bancos juega sin escrúpulos con el crédito, o lo que es lo mismo, secuestran nuestra Fe y destino particular, nuestro futuro. Con la abdicación de funciones del Estado, las agencias de calificación, las primas de riesgo, los índices de confianza son contadores de Fe (de la mala Fe) y han tomado la soberanía para disponer de nuestro futuro y de nuestra redención como individuos. La masa ya no es una amenaza para el Yo sino que el Yo absoluto del capital se ha convertido en un peligro para nuestra propia individualidad, en un sistema como el capitalismo para el que las crisis lejos de debilitarlo, las utiliza para destruir y crearse de nuevo con más fuerza.

Puede haber un fuerte componente ideológico en la crisis actual que nos aleja de interesadas explicaciones técnicas: la creciente desigualdad de rentas que aparece con las políticas de corte radical liberal en los ochenta y que posteriormente intenta mantener artificialmente la demanda de parte de la población excluida mediante el crédito (o las denominadas hipotecas basura), acaba por explotar en una realidad donde de nuevo el capital mal repartido y acumulado en pocas manos  y los bancos se convierten en exclusivos detentores de un crédito hecho de la sustancia de nuestro futuro y deseos. Pero nos queda quizás lo más importante: no vender a crédito nuestra esperanza de algo tan humano como el poder de reinventarnos  con la sustancia de las cosas esperadas y  redimir un sistema que necesita sin duda de una mirada más humana.



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