Uno de los grandes temas de lo humano es la fragilidad que nos constituye como esencia. Desde la perspectiva más amplia de las Ciencias Sociales en nuestro vivir en sociedad como parte integrante de un sistema, estamos expuestos a la vulnerabilidad de las circunstancias que pueden sernos desfavorables en algunos periodos de nuestra vida. Es legítimo pensar que como sociedad hemos de poder dar una respuesta eficaz y reconfortante a las personas que sufren circunstancias adversas porque en ello nos va lo que realmente nos da valor como seres humanos: nuestros ideales. Y la justicia social es sin duda uno de los más dignos.
Como expone la filósofa norteamericana Martha C. Nussbaum en su reciente obra "Crear capacidades" sabemos que en democracia los mecanismos mediante los que se articula una respuesta social a un desafío residen en la acción política: ya desde el pensamiento ético y político de Aristóteles se creía que los planificadores políticos tenían que entender qué necesitan los seres humanos para llevar una vida próspera. Su ética estaba pensada como guía para futuros políticos que podrían ver así cuál es el objetivo al que deberían aspirar con sus decisiones. Y no recomendaba que obligaran a sus ciudadanos a realizar una serie de actividades supuestamente deseables. Los animaba a que produjeran capacidades u oportunidades para sus gobernados.
Afirmaba que la búsqueda de riqueza no es un objetivo general apropiado para una sociedad digna y aceptable porque no es más que un medio y degrada y deforma la acción política. Un plan político tiene que fomentar un conjunto de bienes diversos e inconmensurables que supongan el despliegue y desarrollo de unas aptitudes humanas diferenciadas. Además, deberá aspirar a promover esos bienes no sólo en aras de una cifra agregada global, sino por todas y cada uno de los ciudadanos. Aristóteles comprendía bien la vulnerabilidad humana y era consciente que el Estado está obligado a abordar cuestiones que compensarán esta debilidad humana esencial.
Y el pensamiento clásico también nos enseña con el estoicismo que todo ser humano, por el simple hecho de serlo, es poseedor de dignidad y merecedor de reverencia dado que tenemos la capacidad para percibir distinciones éticas y formular juicios éticos. Esta idea de igualdad de respeto para la humanidad en general es uno de los elementos fundamentales de la llamada "ley natural", la ley moral que debe guiarnos. Así pues, dignidad humana y desarrollo de capacidades deberían ser la guía de la acción política ya fijados desde la antigüedad.
Debemos ser conscientes que durante muchos años, el modelo reinante en la economía del desarrollo medía el progreso de un país fijándose únicamente en su crecimiento cuantitativo que reflejaba su PIB por cápita. Consideramos el desarrollo como algo deseable y como concepto normativo: significa que las cosas están mejorando con la suposición implícita de que el PIB medio por habitante se tomaba como indicador de la calidad de vida de un país. La política económica estaba pues enfocada al crecimiento de la riqueza midiendo la calidad de vida en términos estrictamente monetarios de renta y riqueza. Un enfoque apropiativo alejado del humanismo clásico y una acción política limitante que explica en cierta medida la situación de crisis actual.
Nussbaum relaciona las capacidades centrales que hacen que una vida sea digna de ser vivida y que debe perseguir toda acción política:
- Duración normal de la vida,
- Salud física,
- Integridad física y seguridad,
- Capacidad de poder usar los sentidos la imaginación y el pensamiento,
- Sentir emociones y poder expresarlas,
- Razón práctica como forma de poder planificar reflexivamente qué vida llevar,
- Afiliación e interacción social en grupos elegidos libremente,
- Relación respetuosa con otras especies y el mundo natural,
- Poder reir, jugar y disfrutar de actividades recreativas,
- Control sobre el propio entorno: político con la participación democrática y material con la propiedad y derecho al trabajo en plano de igualdad.
A nosotros a nivel personal todo esto quizás nos debería servir para ampliar nuestro enfoque y reflexionar hasta que punto hemos basado nuestra medición del progreso en la vida en el simple bienestar y desarrollo económico material de renta y riqueza sin tener en consideración otras capacidades que se nos ofrecen. Reenfocar nuestra acción a lo que realmente marca la calidad de vida con el desarrollo global de las capacidades humanas nos hará progresar de verdad y a su vez menos vulnerables ante circunstancias adversas.
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