Somos lanzados a la existencia, a la materialidad del mundo. En ese afán diario de habitar nuestro territorio a todos nos toca la construcción de uno mismo, de nuestra subjetividad, estilo e identidad. Somos conscientes que partimos sin duda de unas bases materiales que son nuestro cuerpo y el entorno que nos rodea. Somos en el fondo íntimamente materialistas dado que la naturaleza que nos constituye lo es.
Pero paradójicamente el denominado materialismo ha tenido muy mala prensa desde el comienzo de la tradición filosófica. Como expone el filósofo francés Michel Onfray en su obra "La fuerza de existir. Manifiesto hedonista" ya desde Platón todo lo que encarna lo sensible es una ficción. Su pensamiento se basa en el rechazo de la materialidad del mundo primando un apriorismo que encumbra la Idea platónica y la persecución de ese mundo ideal externo a nuestra realidad la cual se considera como una mera distracción de ese ideal a seguir. Esta historiografía idealista se refuerza con el pensamiento cristiano y su ideal ascético y posteriormente con el Idealismo alemán. Se rechaza todo lo relacionado con nuestra corporalidad como vía de conocimiento y construcción personal tratándolo de pecaminoso, inmoral o egoísta.
Durante siglos se denigra una forma de pensamiento como el hedonismo que vive en el materialismo frente al idealismo, que propone un ideal hedonista frente al ideal ascético, que descubre la inmanencia de este mundo frente a una prometida trascendencia en otros pretendidos mundos y que frente al odio de sí (de lo corporal) aventura la escritura del yo y su construcción y el potencial liberador del placer desde la corporalidad que nos constituye. El hedonismo pretende una perspectiva existencial con una meta utilitarista y pragmática. El imperativo categórico hedonista sería: “goza y haz gozar, sin hacer daño a nadie ni a ti mismo: ésa es la moral”.
Onfray sigue explicándonos que es necesaria un Contrahistoria de la filosofía frente a la dominación idealista del pensamiento, que valorice en su justa medida corrientes como los epicúreos: que partiendo de la evidencia de lo que sólo existe es lo real, la materia, la vida, lo vivo, prefieren las modestas proposiciones filosóficas causales y viables a las construcciones conceptuales sublimes pero inservibles propias de los idealismos en que aún vivimos.
Frente una moral basada en la “pulsión de la muerte”, la negación de la vida, el miedo y la creencia comunitarias en quimeras o trascendencias oponen el deber ético de la construcción personal del Yo: la "pulsión de la vida", la inmanencia y el querer la felicidad en la tierra. Rechazan el dolor y el sufrimiento como vías de acceso al conocimiento y a la redención personal. Disminuyen los Dioses, los temores y las angustias y se procuran el placer, la felicidad, la utilidad compartida, la unión alegre. Dominar las pasiones y las pulsiones, los deseos y las emociones y no extirparlos brutalmente de sí. ¿Cuál es la aspiración del proyecto de Epicuro? El puro placer de existir.
Estas corrientes de pensamiento como el hedonismo adquieren pues la importancia que deben merecer ya que no debemos olvidar que como dice Onfray: en el fondo filosofar es hacer viable y vivible la propia existencia allí donde nada es dado y todo deber ser construido. Y no debemos renunciar a nada: cualquiera de nuestras palabras, sensaciones, acciones y pensamientos quedan recogidos en un tejido maravilloso y ancho unido por un invisible hilo que da sentido a la vida sea cual sea su desarrollo. Ninguna existencia ha sido demasiado pequeña y el más pequeño acontecer se despliega como un sentido en ese puro placer de existir que todos tenemos la fortuna de experimentar.
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