miércoles, 6 de noviembre de 2013

Economía del bien común: generando nuevas alternativas


Muchas veces sentimos que caminamos por senderos ya trazados y de cuyos bordes no podemos salir. Nos parece, normalmente por falta de tiempo, que en nuestro fluir diario no existen mejores alternativas de las que ahora ya recorremos. Pero si miramos con detenimiento a nuestro alrededor, podemos darnos cuenta que mucho de lo que vemos quizás no nos guste. Así, lo que conocemos como mundo económico es un entorno atrincherado en una supuesta complejidad técnica que gestionan solo expertos y cuyas políticas parece que no se puede discutir a pesar de la existencia real de alternativas.

Sentimos con pesar que hay cada vez  una mayor parte de la población que sufre los ajustes de una política económica que excluye a muchos ciudadanos de la posibilidad de intentar llevar una vida digna. Con seguridad nos preguntamos apesadumbradamente si no hay alternativas a esta situación difícil que a muchos les toca vivir. Pero: sí existen modelos económicos alternativos que, a pesar de las críticas y debilidades que técnicamente pueden recibir, llevan implícitos como forma positiva a tomar en consideración esos deseos de mejora y de cambio que todos en nuestro interior tenemos ante una situación que a muchos les parece, con razón, agobiante.

La denominada Economía del bien común del profesor Austriaco Christian Felber es un modelo económico alternativo que se basa en los valores fundamentales que hacen que las relaciones tengan éxito y hacen más felices a las personas: confianza, aprecio, cooperación, solidaridad y voluntad de compartir.

  • La búsqueda del beneficio y la competencia se transforman en esfuerzo hacia el bien común y la cooperación.
  • El éxito económico no se mediría con indicadores de valores de cambio (monetarios) sino con indicadores de utilidades (no monetarios): a nivel macro se sustituye el PIB por el Producto del Bien Común. A nivel micro se sustituiría el balance financiero por el balance del bien común (social, ecológico, democrático y solidario)
  • El beneficio pasa de fin a medio y sirve para lograr el nuevo objetivo de las empresas: la contribución al bien común. El crecimiento económico ya no es el objetivo, las empresas deben buscar un tamaño óptimo y después se liberan de la obligación del crecimiento por el crecimiento para poder cooperar con otras compañías a mejorar el aprendizaje solidario.
  • Se propone una reducción de la jornada laboral a 30/33 horas semanales que permitan a las personas realizar otros aspectos de trabajo comunitario o político. Habría un año sabático cada 10 años de trabajo para dedicarse a temas de interés personal y dejar así puestos de trabajo a desempleados.
  • El liderazgo ya no será de racionalidad con los números, sino de personas que actúan con responsabilidad social, que son compasivos y empáticos y que vean en la participación una oportunidad y un beneficio pensando siempre en la sostenibilidad a largo plazo.
  • Existirían bienes comunales democráticos (commons) a modo de empresa pública en educación, salud, servicios sociales, movilidad y energía.
  • Existiría también un parlamento económico regional y una banca democrática que financiaría en un primer momento al Estado.
  • Habría una dote democrática que limitaría la desigualdad de ingresos y riqueza. Existirían unos ingresos máximos y el exceso se distribuiría a un fondo como dote democrática en forma de fondo intergeneracional.
Estas propuestas, que pueden parecernos utópicas, han recibido una serie de fundamentadas críticas en su mayoría por los defensores del mercado libre. Así por ejemplo, exponen que toda división del trabajo que comporta la economía de mercado libre tiene ya un componente esencialmente cooperativo. Es en el fondo una red de contratos e intercambios de cooperación voluntaria y pacífica.

Además, cualquier persona en una economía de mercado solo es capaz de satisfacer la inmensa mayoría de sus fines si previamente genera riqueza para los demás (contribuye a satisfacer los fines de los demás). Antes de obtener cualquier renta, tenemos que contribuir a fabricar bienes y servicios no para nosotros, sino para los consumidores (y esto consideran que ya es en sí pura cooperación social).

Finalmente, argumentan que determinar las grandes preguntas de la economía: ¿qué producir? ¿quién produce? y ¿Cuándo producir?, no es una cuestión que se pueda decidir asambleariamente por unos pocos. La única forma de averiguar si todos estamos saliendo ganando en cada momento (si cada unidad empresarial acierta o yerra) son los beneficios en competencia y la fijación de precios libre. El mercado es un proceso continuo de prueba y error para descubrir los cursos de acción colectivos más adecuados. Las empresas que no emplean los recursos satisfaciendo a los consumidores simplemente desaparecen dejando paso a empresas eficientes, con beneficios, exitosas y generadoras de valor económico y por tanto, aceptado socialmente.

Quizás el aprendizaje que debamos extraer de todas estas propuestas es que, en primer lugar, la economía no es una ciencia exacta sino una ciencia social que debe centrarse en lo cualitativo, en las personas y no tanto en modelos teóricos cuantitativos a aplicar sin ninguna flexibilidad y  alejados de los deseos y la voluntad de vivir dignamente que a toda persona debemos dar la oportunidad de conseguir. En segundo lugar, y seguramente lo más importante: afortunadamente está inherente en el ADN del espíritu humano el deseo de mejorar y generar creativamente nuevas alternativas. Eso nos garantiza no sólo un futuro mejor, sino el mantenimiento de algo que todos tenemos:  la esperanza y confianza en nosotros mismos como forma de enfrentarnos a cualquier situación difícil que podamos pasar.








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