domingo, 2 de febrero de 2014

Del individuo a las estructuras: la ética del encubrimiento


En un época tan convulsa como la actual todos somos conscientes que debemos enfrentarnos a situaciones impredecibles a las que seguramente nadie esta preparado. La incertidumbre se ha convertido en la constante de nuestro tiempo. Afortunadamente crearemos soluciones en las que acertaremos las respuestas pero en muchas otras fracasaremos. Y viviremos también periodos difíciles de sobrellevar. Pero lo que marca seguramente la gran diferencia con épocas anteriores es que nuestra respuesta tiene que ser dada normalmente de forma individual.

Una de las características de nuestro entorno social en el que vivimos es que se nos inculca desde pequeños que todos estamos llamados a intentar tener éxito, a conseguir objetivos, a triunfar y ser feliz en la vida. La dinámica perversa del éxito y el fracaso forma parte de nuestro inconsciente el cual nos revisita diariamente. El reverso de la moneda se encuentra en que los resultados de esta actuación vital vamos a vivirlos de forma individual. El beneficio de los éxitos y  sobretodo la responsabilidad de los fracasos, los vamos a sufrir internamente como si fueran exclusivamente nuestros.

Desde nuestras estructuras sociales y políticas se ha desarrollado toda una dinámica de pensamiento que basada en responsabilizar a los individuos de los errores del sistema, en el fondo lo que hace es tratar de encubrir graves deficiencias estructurales del mismo. Estamos ante la denominada ética del encubrimiento: los problemas sociopolíticos se convierten en cuestiones personales para encubrir una mala gestión o una estructura económica deficiente. Todo parece responsabilidad de una ética personal, de nuestra gestión dado que nos han convertido en managers de nosotros mismos, en empresarios individuales de nuestra vida para lo bueno y sobretodo para lo malo. Si estamos en el paro, si no podemos pagar nuestra hipoteca o no llegamos a fin de mes es una cuestión cuya responsabilidad culpable es ahora meramente personal.

La política, la construcción conjunta de las instituciones y sistemas económicos que deben ayudarnos a llevar la buena vida clásica ha desaparecido por completo. No hay en adelante una ética de lo colectivo sino una ética personal que zozobra en tiempos tempestuosos y una política víctima de élites extractivas. La ética personal difícilmente puede competir con la gigantomaquia en que se ha convertido nuestro sistema capitalista. Un sistema que parece que tiende cada vez más hacia la concentración del poder, la destrucción de recursos naturales y la cada vez mayor desigualdad interna en la acumulación de la riqueza, convirtiendo muchas veces nuestras empresas en micrototalitarismos : cuyas prácticas empresariales no se adecuan con frecuencia a lo establecido en una democracia de derecho.

Nuestro sistema económico ha entrado en una dinámica exponencial mercantil donde el autocontrol parece difícil. Y no estamos ante un problema de desmesura o hybris individual (el famoso hemos vivido por encima de nuestras posibilidades) sino seguramente nos encontramos en mayor medida ante una deficientes estructuras económicas que nos llevan a crisis recurrentes y a no ser capaces de ofrecer una vida digna a muchos de nuestros ciudadanos, a los cuales culpabilizamos de su situación en esta ética del encubrimiento en que se ha convertido desgraciadamente nuestra política.

Dicen que entramos en el siglo de la gran prueba: todo nuestra organización económica y social se va a enfrentar en los próximos a sus límites ecológicos, demográficos, económicos y sociales. Sabemos que las funciones exponenciales no tienen autocontrol por lo que está en nuestras manos el dejar de encubrir los errores estructurales del sistema y volver a alinear, como en nuestra antigüedad, ética y política en la construcción de lo colectivo buscando la buena vida de todos, ya que afortunadamente, entre el yo y el no yo está aún el nosotros.












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