¿Vivimos
en un Realismo capitalista donde es más fácil imaginar el fin del mundo que el
fin del capitalismo?
El neoliberaliberalismo al quedarse sin el
contrapoder comunista, se ha vuelto absoluto. Ni fabricas, ni máquinas: la
autenténtica apoteosis del capitalismo es hacer dinero con dinero: su estado
radical es la burbuja pura. Por el camino van surgiendo crisis que se
interpretan como molestas interrupciones de su lógica cíclica donde los seres
humanos estorban.
El capitalismo parecería que está perdiendo la batalla cultural: provoca una crisis de valores. Pasa
de un sistema deseable, vencedor en la lucha histórica por la libertad (fin de la historia) a una visión actual donde
la hegemonía del poder ya no descansa sobre una cultura compartida, sino
fríamente sobre la imposición. Se sabe de dónde venimos (de un poder financiero
que ha endeudado el mundo). Pero no adónde vamos. La bandera populista (“el pueblo contra el capital
financiero”) es un instrumento de la batalla cultural.
En los setenta se captó la sensación ambiente
de que habitar el capitalismo global podría ser peligroso, injusto o
incomprensible, pero, en cualquier caso, era inevitable y, desde cierto punto
de vista, resultaba fascinante e incluso divertido. Lo que estamos
comprendiendo de manera gradual son las posibilidades destructivas, hasta la
autoliquidación de la propia humanidad, si se da carta blanca a la lógica
capitalista.
El famoso eslogan de Margaret
Thatcher, según el cual “no hay alternativa”, situó al neoliberalismo económico
y con ello al libre comercio y la desregulación del mercado como el mejor y
único modo para organizar las sociedades modernas.
El Realismo capitalista genera
numerosos efectos nocivos que una “ontología de los negocios” tiene para la
vida pública, dejando al desnudo que el capitalismo puede ser todo menos un
orden natural inevitable y siempre eficiente.
La precarización del trabajo,
la intensificación de la cultura del consumo, la expansión de la burocracia y
de los mecanismos de control social, la gerencialización de la política, la
mercantilización de la educación y el aumento de padecimientos mentales
como el estrés, la depresión y los desórdenes de atención parece que se
muestran ya no como “errores honestos” de un sistema que tiende al bien
común, sino como dispositivos orientados a bloquear toda capacidad colectiva de
transformación.
¿Contiene el capitalismo antogonismos lo
suficientemente fuertes como para impedir su reproducción indefinida?
Podrían existir tres antagonismos y una contradicción:
· la catástrofe ecológica.
· la propiedad privada resulte inadecuada para la propiedad intelectual.
· nuevas formas de apartheid: nuevos muros y ghetos.
La gran contridicción del neoliberalismo moderno es la sustitución del humanismo liberal (el sometimiento de los mercados y de los agentes económicos a unas leyes de funcionamiento preocupadas por las condiciones de la gente/ libre mercado) por el darwinismo social (defender el privilegio de los más fuertes como un requisito para el bien de toda la sociedad / oligopolios).
Aún así nos parece que a día de hoy el Realismo capitalista (a modo del históricamente impuesto Realismo socialista en el cual no había opción alternativa para sus habitantes) sigue siendo dominante: donde es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. El fin del mundo supondría el fin de nuestra historia, mientras que para imaginar el fin del capitalismo, se habría de plantear un sistema alternativo que ofreciese resultados y no solo utopías, lo cual nos parece sin duda más difícil.
La madre de todas las batallas que puede librarse en nuestros días, si queremos cambiar el sistema, es la batalla cultural: de propuesta de nuevos valores, formas de hacer política y modos de vida; contra lo que parece el incontestable "no hay alternativa" del Realismo Capitalista: basado en la imposición con doctrinas de shock de una ontología de los negocios. De quién gane esa batalla cultural por lo que es deseable para el Ser Humano , dependerá en gran parte lo que seremos en el futuro.
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