Es necesario a veces dejarse llevar por las sensaciones que nos produce contemplar un paisaje para que en las líneas que todo horizonte presenta a la vista, tratar de percibir los límites de lo vivido y abrir así nuevos territorios a habitar. Absortos como estamos normalmente en vivir en la superficie de la evanescencia de lo dado, el detenernos simplemente a contemplar serenamente un paisaje puede ser un nuevo espacio para nuestra memoria, permitiéndonos acceder a nuestra propia realidad pero de otro modo: cuestionándola, criticándola en la búsqueda de esos límites que todo paisaje impone e intentando así trascenderla, buscando quizás un futuro mejor.
Hay un paisaje en una tierra de frontera como Portbou, que permite al paseante atento ejercer su memoria en la contemplación de elementos vivos de una Historia que nos precede como forma de enfocar correctamente nuestra mirada hacia el futuro: el memorial Pasajes que el escultor Dani Karavan dedica al gran filósofo de origen judío Walter Benjamin. Un pensador de frontera que buscaba los límites para abrir nuevos territorios que posibilitasen un futuro mejor. Alguién que llevaba consigo un profundo sentido de la tragedia que va asociado a la experiencia del exilio de su país, Alemania, ocupado por los nazis como nuevos bárbaros y que después de siete años de exilio por diferentes puertos de Europa, el último pasaje lo realiza en Portbou: suicidándose ante la imposibilidad de seguir huyendo hacia América tras su detención y segura deportación por la policia franquista, en esta pequeña localidad de la bella Costa Brava Catalana.
Y en el descenso por las escaleras del memorial que van de la oscuridad hacia la luz del sol que el mar refleja en ese limite final, el paseante puede rememorar ese fracaso del sueño de la Cultura Europea que Walter Benjamin vivió: una identidad que trato de ser universalista y compartida, contrarrestando la barbarie nacionalista que la modernización capitalista imponía a la historia. Una Europa que pudo ser cosmopolita, ilustrada y universal dando cabida a todas las identidades como la judía de nuestro filósofo pero que fue más deseada que real, como sueño fracasado arrastrado por fuerzas destructoras como el nazismo. Una Europa que ahora mismo tampoco encuentra ese sentido de cosmopolitismo y de defensora de una ciudadanía digna e integradora, cegada como esta por los mercados a modo de nuevos bárbaros modernos.
Pero esa luz que nos deslumbra al acabar nuestro descenso como límite final del memorial, lejos de detenernos, si miramos bien, nos reenfoca a una visión que Walter Benjamin también nos dejó en su exilio vital: una posibilidad de Utopía que ve en la realidad dada la potencia en sí misma de ser una realidad diferente, radicalmente mejor que la efectiva o actualmente establecida. Una posibilidad de revolución dentro de la permanente lucha del bien y el mal. Una luz redentora que siempre esta al final de todo túnel esperándonos. Esta experiencia necesaria de rastrear el dolor del pasado, la memoria y el exilio como componentes esenciales de la posibilidad de un futuro mejor que siempre está a nuestro alcance a modo de luz redentora a pesar de las dificultades actuales, es lo que el paseante afortunadamente vive esperanzado oteando los límites fronterizos de este paisaje, ante un mundo que urgentemente necesita de nuevas y renovadas miradas.
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