Si paseamos por nuestras calles, navegamos por internet, vemos la televisión y sus ofertas publicitarias o simplemente conversamos hay un nuevo aspecto de la
sensibilidad actual que puede llamarnos la atención en como de diferente, comparado con otras épocas, percibimos nuestro mundo : valorizamos cada vez más las
experiencias o vivencias y las
relaciones con las cosas que la posesión de esas cosas y su valor económico intrínseco.
Vivimos seguramente en una época en la que afectados por una
crisis que material y moralmente nos ha empobrecido, tendemos a hablar de forma diferente de lo que percibimos, dejando más de lado los
objetos externos y dando mucha más importancia a lo que nuestra
conciencia percibe y las
relaciones que positivamente crea. Los especialistas en marketing han sido la avanzadilla en captar esta nueva sensibilidad postmoderna con el lanzamiento del nuevo concepto en boga que es el
marketing experiencial: consiste en vender no productos, sino
productos elegidos en el seno de experiencias e incluso experiencias a secas: una estancia en un spa relajante en lugar de un objeto, como por ejemplo un bolso.
Si tomamos perspectiva histórica podremos reflexionar que hace unos siglos la
economía era básicamente
subsistencia. Con la llegada de la revolución industrial la palabra clave fue
eficiencia: cómo hacer las cosas más baratas para que la gente se las pudiera permitir. Ahora se da un nuevo cambio, que pone el foco en cómo hacer las cosas más
placenteras, agradables, divertidas. Es un cambio natural en sociedades con significativamente más recursos que sus predecesoras históricas.
La consecuencia de todo esto es que nos enfrentamos ahora a un
sujeto débil que se sumerge en las experiencias hasta que no se distingue a sí mismo con el fin de gozar mejor de ellas. Se deja llevar y si todo va bien, encuentra el
placer buscado sin desplegar esfuerzos, viviendo sin más la experiencia, entregándose a las vivencias que engendra. Los científicos nos indican que el cerebro humano no está hecho para la multitarea sino para concentrarse plenamente en algo, de aquí el éxito de las nuevas prácticas modernas denominadas
mindfulness que se traduciría como la
conciencia plena o
atención consciente: se trata de recuperar lo que los niños hacen de forma natural: tomarse el tiempo para ser conscientes de todo lo que nos rodea, absorber imágenes, sonidos, olores, personas, emociones y experiencias de un modo nuevo y apasionante.
Pero ya es el filósofo
Rousseau que, con su sensibilidad prerromántica, inagura este tiempo de las descripciones de las
vivencias pasivas que se corresponden perfectamente con la
experiencia contemporánea. En su obra
Las ensoñaciones del paseante solitario describe en diversos pasajes ese goce presente de las viviencias en sus paseos de su retiro forzado. Son pensamientos y ensoñaciones, como él las denomina ,donde "
con mi leve existencia llenaba todos los objetos que veía". Liberado de ruido, normas y obligaciones se dejaba llevar por el flujo, la concentración en los sentidos ,en un presente que ya no pasa y en la uniformidad de un movimiento continuo que suspende el tiempo.
En las vivencias y las ensoñaciones de sus paseos, Rousseau nos describe magistralmente el
goce de sí mismo en tanto que existente:
"¿De qué goza en semejante situación? De nada externo a uno, de nada sino de uno mismo y de su propia existencia; en tanto tal estado dura, uno se basta a sí mismo, como Dios.". En un mundo que ha priorizado el
éxito entendido como la posesión de cargos, objetos o simplemente dinero, debemos quizás retornar a esa sensibilidad
romántica que Rousseau inauguró: donde lo importante es nuestra
conciencia y el
goce de estar vivos: en el fondo la vida es lo que nos pasa, como nos afecta, como lo sentimos y compartimos. Recuperemos pues la
pasión y la
mirada fascinada de los niños ante un mundo que cada día les parece nuevo y que de la misma forma cada día también se abre ante nosotros.
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