“La vida es movimiento y el movimiento tiene que ver con lo que hace posible moverse al hombre, que es la ambición, el poder, el placer. El tiempo que un hombre puede dedicarle a la moralidad tiene que quitárselo forzosamente al movimiento de que él mismo es parte. Está obligado a elegir entre el bien y el mal tarde o temprano, porque la conciencia moral se lo exige a fin de que pueda vivir consigo mismo el día de mañana. Su conciencia moral es la maldición que tiene que aceptar de los dioses para poder obtener de éstos el derecho a soñar”
La ética considera al hombre en cuanto ser activo, que proyecta y realiza un determinado sueño vital; que fracasa, que se arrepiente o que celebra su victoria; que puede decidirse en un instante contra todo lo que fue su conducta pasada o preferir confirmarla pese a las adversas circunstancias. Pero la ética no se dedica a inventariar y describir comportamientos: los valora.
Su presupuesto básico se desdobla en dos afirmaciones coordinadas: en primer lugar, el hombre puede elegir su empresa, no se ve absolutamente compelida a ella, no es una simple correa de transmisión de la fatalidad o del azar; en segundo lugar, hay ciertas acciones que deben ser hechas y otras que deben ser evitadas y es posible justificar racionalmente tal deber. Es decir, la ética tiene como hipótesis de partida la libertad y dignidad humanas.
¿De dónde le viene esta confianza tan abrumadora? ¿Podemos hablar de libertad humana o estamos sometidos a un destino ya prefijado? ¿Cuáles son las consecuencias que de esta pregunta se derivan a nivel ético y a nivel social y cultural?.
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