Hay días en los que uno vive desde una altura diferente. Y no es una altura física o moral sino una elevación que hace ver las cosas con un cierto distanciamiento y que hace la vida más soportable. Desde la mesa de trabajo en su despacho uno reflexiona mientras prepara, como hacia habitualmente, sus próximas reuniones y presentaciones. Y piensa que en el fondo, y aunque parezca ingenuo, su autonomía de voluntad hacía que a modo de imperativo categórico el rigor con el que se prepara fuese una especie de virtud cada vez más en desuso en el mundo moderno actual donde impera el cortoplacismo de los resultados y al que muchas veces cuesta adaptarse.
El general romano Escipion apodado el Africano en su guerra púnica contra Aníbal en defensa de la República Romana y su Civilización desembarco con sus hombres en un promontorio de la costa de su Mare Nostrum buscando una altura física que le permitiése un distanciamiento y ventaja defensiva. Y aquí empezó todo: Tarraco, el incipiente campamento militar, la actual y espléndida Tarragona, fue el primer gran nombre en forma de ciudad de esa civilización que creo valores occidentales compartidos por tanta gente geográfica, que no sentimentalmente tan lejana, en esta Península Ibérica en cuyos confines Europa sufrió su rapto. El resto, los Góngoras, Quevedos, Quijotes, Cids Campeadores son sólo notas al pie de página de una decisión y sueño de un general que un día quiso vivir a una altura diferente y encontro este rincón en el Mediterráneo.
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