Savater en su libro “La tarea del Héroe” propone el planteamiento trágico de la ética como postura que no pretende resolver la antinomia destino-libertad ni sustentar el inevitable triunfo trascendente del bien como sentido de la ética utilizando a Dios. Más allá del bien y del mal, pero sin superar esta dicotomía, jamás puede darse el triunfo definitivo de una de las polaridades contrapuestas y que esto no sólo invalida el sentido de la ética, sino que lo funda. Se pretende ir más allá de esta antinomia.
En lo trágico se da la presencia evidente de lo irreconciliable, junto al deseo y a la necesidad inaplazables de acción. Trágico es actuar en lo irreconciliable y sacar de ese saber valores y júbilo. Nada va a arreglarse porque no hay nada que arreglar...ni al hombre tampoco. La ética no viene a remediar una carencia sino a interpretar valorativamente una acción.
Para Savater la visión trágica es la única consideración eficaz de la libertad: lejos de incurrir en fatalismo o su superstición, es el único enfoque de la libertad que no admite la coerción de la necesidad, aún teniéndola soberanamente en cuenta, ni tampoco incurre en ningún camuflaje ideológico o de trascendencia idealista. Es el único marco en el que puede inscribirse una ética que conserve la noción de virtud en la plenitud de su sentido como fuerza y reconocimiento de la dimensión inmanejable, creadora del hombre.
Los dioses son una de las dimensiones de la libertad humana, no su aniquilamiento. El elemento daimónico es garantía de que la acción del héroe trágico no está condicionada por ninguna ligazón a lo necesario, se trata verdaderamente de una acción y por tanto es libre.
La fatalidad no tiene otro fundamento que la libertad misma, del mismo modo que lo libre hunde sus raíces en lo único que puede ser considerado sin restricción alguna como fatal. Para Savater no existe ni la libertad racional angélica ni un determinismo mecanicista, la tragedia propone un modelo de destino en que la libertad es perdición, orgullo, aniquilación; no hay salvación pero la acción es soberanamente posible y se resiste a la posesión daimónica.
El dáimon es la dimensión divina que interviene en la acción trágica y es el reverso y fundamento del ethos: impide que la unilateralidad del ethos termine por fosilizar la libertad en una nueva de forma de mecanicismo determinista, el del implacable proyecto lógico-racional. El dáimon no juega a su capricho con el ethos simboliza algo así como la sombra de éste, todo aquello que las apetencias forzosamente individualizadoras del ethos desprecian u olvidan.
Además la visión trágica enfrenta al hombre a fuerzas del orden irracional, impreciso de la superstición religiosa mientras que una consideración política en sentido amplio de la realidad maneja los verdaderos datos que condicionan el juego humano, tales como los factores de poder, las relaciones económicas, las técnicas y conocimientos científicos.
El destino no parece tener otra perspectiva que el caprichoso azar, mientras que el planteamiento político autoriza un proyecto histórico de transformación del mundo según determinadas pautas racionales.
Puede elegir lo que quiera y en ese aspecto soy libre pero no puedo elegir el querer mismo que determina mi elección, mis motivos me condicionan. Así Schopenhauer explica claramente este concepto y obraré siempre según lo que soy es decir mi carácter pero no podré conocer mi carácter hasta después: se revela a través de mis acciones.
"Cada cual tiene el carácter que quiere, precisamente porque su querer no es otra cosa que su propio carácter". El carácter va a determinar mis acciones y es algo incondicionado algo que ya la sabiduría griega afirmaba.
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