Aunque si lo consideramos con perspectiva ha cambiado mucho la forma de viajar, cuando uno tiene que realizar con una cierta frecuencia viajes por motivos laborales denominados asépticamente de Negocios, es cuando toma consciencia de que el fondo y la esencia del viajar sigue siendo la misma: la toma del pulso de los latidos o palpitos de la propia soledad.
Y es que a pesar de que en un primer momento el abandono de la vida rutinaria, de un destino de cierto encierro en una oficina, provoque en el viajero la alegría y excitación de alejarse de ese mundo que muchas veces llega a resultar oprimente, es sin duda cuando se inicia el periplo viajero cuando esa primera impresión de huida del a veces hastío de la vida cotidiana se ve sobrepasada por la angustia de experimentar a pesar de la multitud que nos rodea, un vacío y un ligero estrañamiento ante lo nuevo que nos rodea, de una vidas que nos resultan involuntariamente distantes y ajenas.
Y es en esta novedad del tránsito de viaje solitario de negocios donde prestamos una mayor atención casi mágica a aspectos ordinarios de una vida que por cotidiana antes nos parecia invisible: ventanas, gasolineras, estaciones en medio de ninguna parte, habitaciones de hoteles, restaurantes o tiendas en calles con escasa iluminación. Una nueva mirada que nos obliga no solo a mirar, sino tambien a mirarnos: quienes somos, de donde viene nuestra experiencia y a dónde va nuestra vida...un paralelo viaje interior que palpita intesamente en nuestro corazón viajero.
Sin lugar a duda el artísta que mejor recoge este sensación de vacuidad moderna del viajar es mi pintor favorito estadounidense Edward Hopper que es capaz de enfrentarse magistral y creativamente a la idiosincracia de las grandes y multitudinarias ciudades norteamericanas y que después de años de formación en Europa declara " la realidad americana me pareció dura y terriblemente cruda; me llevo diez años sobreponerme a mi regreso de Europa" pero que desde ese honesto e impoluto realismo con el que la hace frente nos alienta en el camino diciéndonos: "lo más importante para mí es la sensación de estar de paso. Descubriendo la intensa belleza de todas las cosas cuando estas viajando, cuando tu vida se transforma en una especie de película".
Y es recordando estos poemas no escritos en forma de cuadros de una fascinante belleza cotidiana cuando el viajero de negocios siente dulce y más intesamente los latidos de su consustancial pequeña parte de soledad de la que afortunadamente todo ser humano puede aún fugazmente disfrutar.
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