martes, 21 de febrero de 2012

El personalismo: el ser humano en construcción


Intuimos por nuestra experiencia que la construcción de la vida está mucho más en manos de los hechos que en la de las convicciones. Vivimos en unas organizaciones empapeladas de visiones y principios éticos de actuación cuya función muchas veces no deja de ser la de meramente decorativa. Y en ellas las personas que dedican gran parte de su vitalidad al desarrollo de los objetivos de estas organizaciones son tratadas como meros recursos prescindibles (eso sí, eufemísticamente denominados humanos) . Como decía la filósofa española María Zambrano: "Nada hay que degrade y humille más al ser humano que el ser movido desde fuera de sí mismo".

Dicen sabiamente que dirigir es educar: los directivos con responsabilidades de dirección de personas quizás deberían reflexionar sobre lo que significa en esencia su función. Su capacidad de juzgar debería basarse en la cohesión de sus principios y ser conscientes que ellos son responsables de los juicios y actuaciones que realicen sobre sus colaboradores para así actuar con criterio, elevando la inteligencia que se les supone a categoría moral.

La concepción que tengan del Ser Humano será sin duda determinante a la hora de comportarse con sus iguales. A veces viven subyugados por un prisma conceptual que confirme sus actuaciones dudosas eligiendo selectivamente de la realidad aquellos hechos o cifras que casan con sus propósitos sin dar una coherencia global de lo que significa vivir en comunidad.

La corriente filosófica denominada Personalismo representada por Mounier considera al Ser Humano como persona que no es una cosa o sustancia en contra del pensamiento griego y el de Descartes. La persona no es un dato o un fenómeno, sino un proceso (el de personalización) que nos hace madurar moralmente. La persona humana es una actividad espiritual (no psicosomática) que proporciona lo mejor a todos desde la propia singularidad y su acciones (opus operans). Cada persona sin excepción es intencionalidad, compromiso histórico, abertura a los otros, búsqueda trascendente y comunicación.

Como directivos lo que hacemos en el fondo es dirigir personas y en el proceso de consecución de unos objetivos educamos y nos educan para comprometernos por la libertad y desarrollo de todos. Aquí radica la verdadera madurez moral. Alinear esta coherencia interna de concepción del Ser Humano como Persona con mayúsculas con los objetivos que a veces tan trivialmente se promueven en cúpulas empresariales impersonales, es en esencia lo que significa realmente dirigir responsablemente.

En este camino no hay atajos. Nuestra libertad a veces es reducida pero siempre subsiste la capacidad de elegir no hacer sufrir a ninguna Persona. Con este compromiso nos adueñaremos de nuestra propia experiencia porque nuestro negocio nos el de las cosas ni los números sino el de la gente, sirviéndoles.

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jueves, 9 de febrero de 2012

El miedo como moral: la ética de la libertad


Muchas veces insistimos en lo que funciona hasta que lo estresamos y entonces lo dejamos de lado. Queda entonces una sensación de vacío ante el reto que supone encontrar nuevas formas de afrontar los retos que se nos plantean. Pero en el fondo no tomamos en consideración lo que dejamos en el camino que frecuentemente tiene que ver con recursos y personas cuya contribución no consideramos necesaria para el futuro que creemos que viene. La cuestión ética personal y moral comunitaria en nuestras actuaciones diarias surge entonces como base ineludible de lo que consideramos el tratar de vivir con honestidad.

Si tomamos en sentido estricto el evolucionismo biológico quizás podemos concluir que no venimos a este mundo a ser mejores cada día. Tampoco traemos un mandato de ser hostiles y peores cada día. Intuimos que venimos simplemente a sobrevivir: para ello, a veces es mejor ser peor y viceversa. Parece que la cualidad dominante de los genes es su egoísmo despiadado pero sabemos también, por experiencia de unos millones de años, que nuestra especie ha definido un código de conducta más bien justo, amable y cooperativo entre los individuos. Altruismo y egoísmo cooperan e interactúan en el éxito evolutivo.

Y ¿hasta que punto somos moralistas como forma de dominación de los demás? Nos convertimos a veces en policías morales si los hechos no se adecuan a nuestras expectativas. Realizamos con  tremenda facilidad teorías y valoraciones normativas (lo que debe ser) en todas nuestras actuaciones cotidianas desde un perspectivismo que adolece de cualquier mínimo de voluntad objetiva de tomar en consideración la personalidad  y circunstancias del otro.

No creer en ideales morales absolutos o revelados divinamente no significa que se puede rechazar la ética porque es relativa. Principios insultantemente simples como "haz lo que aumente la felicidad y disminuya el sufrimiento" tienen una aplicabilidad universal. Reflexionando quizás haya que aceptar que mis propios intereses no pueden simplemente porque sean míos o de mi corporación contar más que los demás. En algún momento de nuestro razonamiento moral debo elegir el modo de actuar que tenga las mejores consecuencias para todos los afectados. Y esto es especialmente relevante para aquellos que tienen la responsabilidad de dirigir personas.

El discurso que libre y fundamentadamente adoptemos a partir de los hechos creará nuestra identidad y la forma en que los demás se relacionen con nosotros. Combinar sabiamente la libertad de los antiguos (las virtudes cívicas como la justicia, tolerancia y el altruismo) con la de la modernidad (la libertad personal) es una titánica tarea a la que todos estamos llamados en nuestra vida diaria. Entornos de crisis que derivan con frecuencia en actuaciones de mera supervivencia no son en el fondo capaces de esconder la radical pregunta que se nos plantea como Seres Humanos: si no tuvieras miedo ¿qué harías?

miércoles, 1 de febrero de 2012

Ocuparse del presente como utopía


Algunos tiempos traen un tipo de mirada diferente que desde la incertidumbre de intentar asomarse a un horizonte final, pueden llevar a cierta tristeza interiorizada en forma de desasosiego por lo que pueda venir. Vemos el futuro asociado a especuladores que han puesto en peligro algo tan preciado como el presente que habitamos.


Un sistema económico y social basado en la incertidumbre como el que describe el sociólogo Zygmunt Bauman provoca que en el mundo laboral "tu último logro (no el penúltimo) es la medida de tu mérito". Se mantiene a los trabajadores en un movimiento constante en búsqueda febril de evidencias nuevas que les indiquen la prolongación de su permanencia.

Y a pesar de eso, lo importante en el fondo es ser capaces de jugar, intentando generar las condiciones operativas en nuestro entorno que mantengan nuestra condición como personas con conciencia que somos. Puede tratarse simplemente de tener la voluntad de ocuparse del presente con las cosas del presente huyendo de visiones ideológicas utópicas futuras que muchas veces sólo esconden un deseo dominante moralizador.

Pensar en buscar líneas de fugas no significa huir de la realidad de la vida evadiéndonos en un presentismo sin perspectiva, sino más bien al contrario, como decía Deleuze:  huir es producir la realidad, crear vida a través de repensar el presente desde el mismo presente, sin exigencias orgullosas de excelencia apropiativa asociadas a un progreso altamente ideologizado (de carrera profesional, posición social...) como el que se desarrolla en nuestro ámbito laboral. Buscar la sostenibilidad, no sólo material sino también mental de nosotros mismos y los que nos rodean, es quizás el acto más utópico que podemos llevar a cabo.

Y la forma en cómo sintamos el tiempo puede ayudarnos en esta búsqueda de habitar el presente con lucidez: así para la modernidad  y la tradición Occidental el tiempo es lineal con un propósito de progreso material y perfeccionamiento personal. Bajo esta visión, la idea de luchar por un futuro mejor subyace como leivmotiv de muchas actuaciones vitales. En cambio para nuestros clásicos griegos el proceso histórico es una reiteración cíclica que tiene sentido no en el mundo del futuro, sino en el del Ser.

Tener las perspectiva de sentir el tiempo como algo interno e intransferible a nuestra persona cuyo uso sólo nosotros podemos valorar, sin buscar proyecciones externas futuras, muchas veces impuestas, de lo que debemos ser puede darnos esa sabiduría de convivir sin ansiedades en un presente continuo.

Ya en la mirada ilustrada y triste de Jovellanos, vemos la mirada de la razón desencantada de lo irracional del mundo, la soberbia del entendimiento derrotada por la solidez y la opacidad de las cosas y no por ello en sus pensamientos consideró imprescindible el repensar y ocuparse del presente como forma de vertebrar un sueño utópico verosímil.