viernes, 30 de diciembre de 2011

La moral por acuerdo: hacia unos nuevos tiempos


Los azarosos acontecimientos en los que vivimos estos días y ante la perspectiva de un nuevo año, no hace quizás sino más necesario el comprometer nuestro juicio: se trata de construir una opinión formada, darla con firmeza y actuar en consecuencia, abandonando el ejercicio de la doxática u opiniones varias interesadas, evasivas y muchas veces poco fundamentadas.

Hay que ser conscientes que las cosas importantes que compartimos generalmente tienen fundamentos muy frágiles. La crisis económica en la que en la actualidad nos vemos inmersos, viene a ser una confirmación de como sistemas que parecen inquebrantables, se desploman con una aceleración que nos deja atónitos. La fragilidad no deja de ser uno de nuestros constituyentes esenciales pero ante la cual, el Ser Humano siempre ha sabido dar una respuesta superadora de cualquier limitación.

Como nos dice el catedrático de economía Niño-Becerra, entramos posiblemente en una época donde no es posible continuar construyendo realidades a través de deseos argumentados con discursos políticos. Y aunque cause alguna desazón, tienen que ser decisiones técnicas sustentadas en criterios operativos las que nos vayan guiando en esta cueva platónica en las que nos hemos introducido, pero de la que hay salida.

Aunque durante algún tiempo más o menos largo lo hayamos olvidado, la economía se define a si misma como la ciencia que administra recursos escasos. Y es precisamente actualmente la escasez ,ahora de crédito, la que nos esta marcando los límites que las cosas siempre al final tienen por definición.

Nuestro sistema económico estaba dopado por la denominada economía financiera que se ha introducido  hasta tal punto en la economía real de las cosas tangibles, que la ha superado y ha tomado vida propia. El recurso al consumo vía endeudamiento ha marcado el crecimiento en las últimas décadas creando un exceso de capacidad productiva, viviendo en la falacia que los recursos eran ilimitados y todo el mundo podía acceder a la propiedad de muchos bienes. Una propiedad que paradójicamente quizás podemos decir que no nos ha hecho más felices ni mejores personas.

Pero no se trata en el fondo de hacer moralismo retrospectivo, sino de intentar desarrollar nuestra singularidad desde la ética propia y la política con los otros, en los tiempos que nos tocan vivir. Debemos acordar nuevas normas justas y promover el bien por el mero hecho de estar bien con nosotros mismos y con los demás. Lo que el filósofo Javier Sábada denomina el altruismo inteligente: dar sentido, vivirlo con la mayor autenticidad y dignidad posible y siempre pensando en los demás.

Crisis sistémicas como la actual lejos de ser épocas oscuras, no dejan de ser una oportunidad para reflexionar y poder ganar perspectiva para determinar lo que realmente nos interesa, valoramos y realmente necesitamos. Nos hace falta nuevos modos de hacer las cosas y conceptos que se adapten a la realidad de nuestro mundo físico que es por definición intrínseca, limitado.

La Filosofía es una rama del conocimiento fundamental sin duda para la construcción de estos nuevos conceptos ante el mundo que viene. El pensador canadiense David Gauthier introduce magistramente la Teoría moral para adultos: pasar del ¿Qué debo hacer? al ¿Qué me interesa hacer?. Donde al contrario de la moral convencional en la que la propia sociedad determina cuales son sus normas y comportamientos morales, son los individuos los que interaccionan con una serie de normas acordadas porque compensan. Un individuo con una ética propia que es capaz de darse cuenta que la maximización directa y sin límite lleva a resultados subóptimos como vemos en la economía actual y que se "ata las manos" y no maximizan sus preferencias inmediatas, en vista de lograr un mayor beneficio comunitario en el futuro en lo que se denomina la maximización restringida.

Y es que la dignidad humana es también estar dispuesto a saber perder por aquello que consideramos es sustancial en nuestra concepción del mundo. Quizás una pérdida material que, como el reverso de una moneda, nos permitirá afortunadamente ganarnos a nosotros mismos en estos nuevos tiempos.

domingo, 18 de diciembre de 2011

El humanismo en la empresa: el Objetivismo ético


En periodos cruciales como el que estamos viviendo, necesitamos más que nunca ser capaces de romper la familiaridad con el mundo actual para poder verlo como si "fuese nuevo" y definir así nuevos horizontes ante un territorio que parece agotado.

Esa perspectiva que debemos ganar esta ligada a un estar en algún lugar que nos permita ese cambio.En nuestra época las empresas son la fuerza más poderosa para poder cambiar el mundo desde dentro. Sabemos por la ley de rendimientos decrecientes que insistimos tanto en lo que pensamos que funciona, que acabamos por estresarlo y agotarlo.

Parece que entramos en la época económica donde no hay más activos sin riesgo. El modelo en Occidente del endeudamiento y consumo de los últimos veinte años entra ahora en su canto del cisne. La virtualidad irracional se ha apoderado de los mercados y lo que determina el valor ya no son las expectativas, sino las expectativas de las expectativas. Ante un paisaje económico futuro que parece que va a estar desolado, debemos elegir desde nuestra particular posición, nuevos prismas conceptuales que nos ayuden a ver la realidad a través de las ideas y ser así hacedores de una nueva y necesaria visión.

La filósofa ruso-americana Ayn Rand tuvo una influencia considerable en el capitalismo con su teoría filosófica denominada Objetivismo: para ella "el concepto del hombre en el objetivismo es el de un ser heroico, con la felicidad como propósito moral de la vida, el logro productivo como la actividad más noble y la razón como su único absoluto". La realidad existe como un absoluto objetivo (los hechos son los hechos independientemente de los sentimientos);la razón es el único medio por el cual las personas perciben la realidad; el ser humano (cada uno de ellos) es un fin en sí mismo y el sistema político y económico ideal es el capitalismo donde el interés propio es el motor virtuoso de las acciones del hombre en busca de su propio bienestar.

Pero afortunadamente todos los sistemas, y también los filosóficos, no suelen ser completos por definición y, por esa indeterminación que es en el fondo la vida, se abren grietas que hacen tambalearse el status quo de las geografías que habitamos. Somos seres no sistemáticos y fragmentarios que se hacen indefectiblemente a través de y con los otros. Nuestro carácter (ethos) determina nuestra existencia y detrás de nuestro comportamiento están nuestros valores (lo que consideramos importante) que desarrollamos en los ámbitos en los que vivimos.

Y en uno de esos ámbitos de nuestro acontecer diario como es el mundo empresarial, se trata quizás simplemente de devolverle ese carácter humano individual que en el fondo conforma esas organizaciones a veces tan interesadamente abstractas: priorizando valores tan humanos como el de la generosidad con ese sentimiento innato de justicia que todos llevamos dentro. Llevar a cabo un  renovado Objetivismo, ahora ético, donde siendo realistas y tratando a los demás como un fin en sí mismos, busquemos conscientemente también su bienestar, renunciando a veces a ganancias propias que resultan comunitariamente estériles.

El humanismo en la empresa es posible a través de cada uno de nosotros: con nuestro simple estar ético, nuestro apoyo en la íntima convicción de que otras relaciones económicas son posibles y donde el sentido de justicia y de la generosidad prevalezcan sobre abstractos intereses de rendimiento cortoplacista. Todos tenemos así capacidad de cambiar el mundo. Seamos pues conscientes que a través de nuestras simples acciones diarias, podemos hacer crecer nuevas creencias y visiones ante un mundo, que necesita sin duda una renovada mirada humana.

martes, 13 de diciembre de 2011

La poética de uno mismo: siendo pragmáticos


El secreto de la vida quizás radique en dejarse vencer por ella al ponerse en la piel del otro. Se trata de recorrer nuestra realidad como el  flâneur (paseante) de Baudelaire que recorre activamente la ciudad para vivirla. En este atento paseo habrá observaciones que reclamen nuestra atención a modo de pensamientos pasajeros y que nos permitirán captar la esencia real de las cosas y de los demás.

Como decía el filósofo Bergson, la intuición va en la dirección de la vida: en ese tratar de ver el mundo en términos de nuestra sensación de cómo se despliega el tiempo, nuestro propio tiempo interior y la sensación de los varios tiempos externos que se despliegan en la ciudad por la que caminamos. Nuestra intuición está ligada al élan vital, un impulso vital (vitalismo) que interpreta el flujo de la realidad como una sensación de tiempo y permite una aprehensión directa de la verdad y de los otros.



En cierto sentido debemos también tratar de crear nuestra propia esencia como personas buscando ese acto creador, poético, en la narrativa de nuestra actividad diaria. La fuerza de la persona humana radica en el empeño de producir y crear aquello que todavía no existe, en una actividad que proporcione lo mejor a todos desde el desarrollo de nuestra propia singularidad.

Y en esa acción esta la  verdadera creación personal de valor ya que como decía Aristóteles los discursos inspiran menos confianza que las acciones. El, injustamente denostado, discurso pragmático ya nos dice que a veces hay que apartar la mirada de los principios y discursos más o menos interesados y dirigirla hacia las consecuencias. La verdad de una idea depende de su utilidad, es decir, de que sea apta o no para lo que de ella se espera. La actividad en el fondo es en muchas ocasiones superior al conocimiento.

Si somos capaces de entender la realidad como un proceso (life is a work in progress) la sustancia última de la vida es nuestra experiencia activa de esa realidad que está aún haciéndose y en la que podemos determinar a partir de nuestras acciones, las creencias que a través de los acontecimientos se harán ciertas.

En la poética construcción de uno mismo tenemos el derecho a creer que a través de nuestra pragmática, de nuestros actos y decisiones, se haga la diferencia y que nuestra creencia se torne cierta y habitable no sólo para nosotros, sino sobretodo para los demás. Eso nos hará sin duda personas esencialmente creíbles.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

¿Qué es la vida?: De los hechos al discurso civilizado


Todos intentamos saber y conocer a través de nuestras experiencias con los hechos que nos ocurren. Sabemos también que existen diferentes ramas del pensamiento humano que intentar dar con un conocimiento válido: así la Filosofía (amor a la sabiduría) surgió como el intento de clarificar el orden de lo que conocemos, es decir, el distinguir entre conocimiento sólido (episteme) y opinión a veces infundada (doxa). Por su lado la Ciencia (del verbo scire, saber) trata de contrastar de forma rigurosa enunciados o teorías potenciablemente verificables o refutables y empíricamente demostrables.

El gran problema que surge entonces, como nos dice el filósofo de la Ciencia Jesús Mosterín, es el de la demarcación: demarcar un terreno es señalar sus lindes o confines, trazar la frontera que lo separa de otros. ¿Qué separa la Ciencia de la Filosofía? Puede parecernos que mucho, pero en el fondo quizás la única línea que podamos trazar entre ellas sea afortunadamente discontínua. Aunque no nos lo parezca, dentro de la Ciencia existen muchos enunciados existenciales ("hay una partícula con estas propiedades")  verificables, pero no refutables y que pueden parecernos más propios de la Filosofía. Y,como en la Filosofía, las especulaciones juegan un papel necesario en la dinámica del progreso científico.

Y si preguntamos, ¿Qué es la vida? :

La Ciencia podría respondernos que un ser vivo es un sistema abierto que intercambia materia, energía e información con el exterior y que, gracias a ello, tiende a mantener su identidad independiente de la incertidumbre de su entorno. Los seres vivos tienen las capacidades de multiplicación, variación y herencia o descienden de seres que las tienen. En algún momento emergieron seres dotados con redes metabólicas rodeados de membranas semipermeables, con sistemas de transformación de energía y con información genética capaz de copiarse y transmitirse a las siguientes generaciones. Luego la selección natural se ha encargado de favorecer aquellas innovaciones que ayudan a seguir vivo.

La Filosofía pondría quizás el acento en la significación que tiene esto que llamamos la vida. Y podría decirnos que la vida es un sentimiento subjetivo y personal que necesita incorporar una concepción totalizadora y con sentido del mundo a modo de discurso interiorizado.

Y es que si nos ceñimos al materialismo de lo que hay, la materia puede tener varios estados: desde materia inerte en el cosmos, pasando por materia viva en las células y evolucionando a materia inteligente en las neuronas para acabar en materia civilizada en el hombre. La vida es pues desde una bacteria hasta Shakespeare. La vida son hechos y discursos: Ciencia y Filosofía.

Ciencia y Filosofía atacan con coraje emancipador el gran desafío del saber. A nosotros nos queda la consciente responsabilidad y esfuerzo de conocerlas y unirlas en la denominada Tercera Cultura, conjunta de Humanistas y Científicos, para estrechar el cerco crítico contra el mero opinar interesado de vocación dominadora y adueñarnos así de nuestra propia y viva identidad.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Construyendo nuestras mitologías personales: amando la irrealidad


Vivimos en un mundo que ha perdido ese carácter mágico que tenía para nosotros de pequeños: en el que todo era posible, desconocido y misterioso, dónde todo nos sorprendía  pero el cual sentíamos como nuestro, en esa íntima confianza infantil en la narración mítica de lo que nos rodeaba. Ahora tratamos la realidad como algo instrumental para conseguir algún objetivo. Parece que todo nos venga dado y pueda ser analizado. La perspectiva racional-científica domina claramente a la hora de formar el criterio de lo que consideramos como verdadero y en lo que hay que creer.

La praxis de la Ciencia ha dado lugar en algunos momentos a una deriva autoritaria con una serie de presupuestos sobre el Ser Humano como una simple máquina biológica y que a base de buscar objetividad, se ha convertido en un dogmatismo que excluye cualquier otra alternativa no científica: lo que no se atañe a los hechos y su descripción no puede ser referencia explicativa de la realidad. Es lo que en Filosofía se ha dominado como la muerte del sujeto y la subjetividad personal.

El famoso paso en Grecia del mito al logos, de la explicación irracional y mitológica de la realidad al discurso lógico y racional, ha marcado desde hace siglos nuestro pensamiento y forma de actuar. Pero: ¿qué nos hemos dejado por el camino con esta travesía hacia el mundo de los hechos medibles?

La respuesta no es fácil, pero en el fondo frente a la radical incertidumbre de saber lo que somos y lo que nos rodea, parece cuando menos limitante un cientifísmo que avanza hacia la extinción de lo subjetivo, en nombre de un programación genético o neuronal que dejaría al hombre a merced de su cerebro como único creador de nuestras vidas. Utilizamos lo tecnológico y científico como una especie de amuleto que nos da seguridad y permite ubicarnos en el mundo. Tememos la desconexión y mucho más el silencio creativo reflexivo.

Quizás no deberíamos haber dejado nunca de lado ese discurso mítico, que en vez de atenerse a lo que hay, trata de crear una realidad nueva personal. Y es que el Ser Humano no es una cosa o sustancia, un  simple dato o un fenómeno sino un proceso creador (el de personalización) que nos hace madurar éticamente en nuestra forma de afrontar la vida.

Como sabiamente decía el filósofo español Miguel Unamuno: la vida es el criterio de la verdad. Y en consecuencia contiene elementos de verdad todo aquello que da impulso a la vida: desde un mito o narración a una elaborada teoría científica. Nuestro modo de comprender o no comprender el mundo y la vida brota de nuestro sentimiento respecto a la vida misma. Y este sentimiento es un afecto que probablemente tiene raíces inconscientes, es decir, que es irracional.

Ante una realidad impuesta y definida de antemano, la fuerza de la persona humana radica en el empeño en producir aquello que todavía no existe y como niños que todos hemos sido, sabemos aún sin duda afortunadamente crear con nuestra mítica  imaginación, espejismos narrativos para después confiadamente vivir en el interior de estas intransferibles mitologías personales.