jueves, 20 de febrero de 2014

El ideal como carencia: de la resignación al progreso


Vivimos actualmente acuciados por la gravedad de los hechos de una crisis, en la cual nos encontramos inmersos en un mero tratar de sobrellevar las adversidades, intentando llegar al día siguiente sin grandes heridas que curamos a base de fuerza de voluntad. Hemos perdido quizás ese mirar a lo lejos en busca de una perspectiva de largo recorrido que nos reconforte, afectados por una miopía que distorsiona cualquier construcción de futuro o de visión a largo plazo.

Esto con frecuencia provoca el sentimiento de ser como personajes en permanente insatisfacción, muy conscientes de su propia impostura, sobrepasados por el cansancio de fingir, de no encontrar un lugar en el mundo. Actuando como criaturas a la deriva, necesitadas de reinventarse para sobrevivir, para resistir ante lo que parece una gran estafa global que ahora padecemos y pagamos a diario.

Carecemos en definitiva de un ideal: de ser capaces de descubrir que misión podemos atribuirnos en nuestra vida, mostrándonos el camino de sentido, unitario y que sea una síntesis feliz a partir de la cual podamos orientar nuestra vida. Acostumbrados a que actualmente simplemente se describa por nuestros pensadores, científicos o medios de comunicación la realidad cómo es (una mera descripción por ejemplo de la crisis o la situación económica), sin que se proponga un ideal de cómo debería ser esta realidad.Nos hemos visto absorbidos por un vacío de referencias que otros aprovechan para rellenar de banalidades mundanas televisadas o de exigencias de éxito profesional o notoriedad personal plenamente fútiles.

El pensador Javier Gomá expone magistralmente que la Filosofía actual ha desertado de su misión de proponer un relato totalizador a la sociedad. La gran Filosofía debería ser la ciencia del ideal: ideal de conocimiento exacto de la realidad, de una sociedad justa, de belleza, de individualidad responsable o ciudadanía inclusiva. La Filosofía clásica ya se refería al ideal humano (paideia) como meta suprema de perfección: el hombre virtuoso, prudente, el sabio feliz o más recientemente, con Kant, el hombre autónomo o el original o propio. Un ideal, nos dice Javier Gomá, muestra la perfección que por la propia excelencia de un deber-ser hecho en él evidente, ilumina la experiencia individual, señala la dirección a seguir y moviliza nuestras fuerzas latentes hacia el objetivo marcado por nosotros mismos.

Esta falta de referentes y de propuestas de sentido unitario, nos está llevando hacia una resignación que cada vez vivimos con mayor preocupación y desasosiego ante esa destrucción por parte de la arrolladora crisis económica, de los ideales cívicos y democráticos que habían sido construidos en  una sociedad, que ahora excluye sin piedad del bienestar prometido a muchos de sus ciudadanos haciéndoles responsables únicos de su propia suerte.

Debemos, con convicción y sin miedo, volver a pensar cómo deberían ser las cosas: proponer nuevos ideales cívicos y democráticos o utopías a soñar, ya que, como postula Gomá, sólo el ideal promueve el progreso moral colectivo que no podemos abandonar a riesgo de conformarnos con el orden establecido. Quizás nuestra misión sea simplemente hacer más habitable el mundo para los que nos rodean, consiguiendo al mismo tiempo mitigar esa experiencia diaria de desencanto con la dura realidad a la que nos enfrentamos diariamente y que no tenemos afortunadamente que aceptar resignadamente si ganamos la perspectiva que nos da el tener ideales.



domingo, 9 de febrero de 2014

La Nueva Normalidad: de la Gran Moderación a Extremistan


Tenemos una concepción del tiempo muy lineal y consecutiva pero también experimentamos interiormente que ciertas cosas parece que vuelven de manera cíclica. Esta percepción circular y repetitiva también es recogida en muchos ámbitos del saber como la economía, donde una de sus bases principales es la teoría de los ciclos económicos de expansión y recesión.

Si analizamos económicamente el último siglo podemos comprobar que a fases de expansión y crecimiento le han seguido periodos recesivos hasta que se alcanzan una nueva normalidad a partir de la cual comienza otro ciclo. Así tras los denominados felices y expansivos años veinte llego la crisis bursátil de 1929 en la que para purgar los excesos cometidos se impuso la denominada teoría liquidacionista que pretendía mediante la liquidación de todas las acciones, propiedades inmobiliarias o mano de obra no rentables purgar el sistema añadiendo una política deflacionista interna que acabase con esos excesos. Una política que ahora mismo nos parece muy familiar.

Fue necesario el New Deal y el gran crecimiento sostenido que se produjo posteriormente a la Segunda Guerra Mundial para llegar a una nueva base de normalidad que permitió el desarrollo de la clase media y que benefició a mucha población tras las penurias de la guerra. Una nueva normalidad que fue positiva ya que permitió el avance social en muchos países.

Más recientemente, y tras una época económica conocida como la de la Gran Moderación que abarcó veinte años desde finales del siglo pasado hasta la crisis del 2007 y en la cual la constante fue la tranquilidad económica que provocó una menor aversión al riesgo reforzada por una estructura regulatoria laxa, una política monetaria de tipos bajos y una sobrexposición al endeudamiento y a nuevos y complejos instrumentos financieros que nos llevó a la Gran Perturbación de las diferentes burbujas que comenzarón a explotar en el año 2007 provocando la situación de crisis actual, contra la cual aún se está luchando.

La cuestión principal que se plantea actualmente, una vez que se vislumbra la salida de esta crisis, es: ¿cómo va a ser la nueva normalidad? ¿vamos a vivir una nueva época positiva y de progreso? o por el contrario: ¿la nueva situación que consideremos normal será peor y con mayores limitaciones a las que teníamos antes de la crisis?

No parece que la respuesta pueda ser muy optimista, si realizamos un análisis realista de esta Nueva Normalidad postcrisis que comenzamos a vivir, la podríamos seguramente caracterizar como:


  • Una época de la Precariedad permanente donde parece que se impone un nuevo Capitalismo sin trabajo: La nueva evolución económica con la aparición de nuevas industrias como la de nanotecnología o la de los sistemas de información parece que necesitaran de una menor incorporación del factor trabajo y mayor de capital. Un factor trabajo que tendrá que reinventarse para adaptarse a la nueva flexibilidad que se le va a exigir por parte de las empresas: nos dicen que las lealtades serán renovadas diariamente y que ya no existirán roles o descripciones de puestos fijos, sino diferentes proyectos a cuyo ritmo tendremos que adaptar nuestra trayectoria profesional y vida personal.
  • Viviremos en Extremistan: en un mundo donde todo va a parecer desproporcionado y las diferencias van a ser grandes. La desigualdad interna se va haciendo cada vez mayor. Tendemos a sociedades de grandes extremos donde la clase media parece ya no tener cabida. Los derechos sociales se habían sustituido por el acceso al crédito que ahora ya no fluye, destruyendo a su paso miles de proyectos de futuro.
  • El Hipercapitalismo toma el relevo: la exposición pública de la vida intima estará en el orden del día. Anteriormente la vulgaridad era tabú y los sentimientos tendían a interiorizarse. En la actualidad el exceso y la transparencia total se imponen como leivmotiv de la nueva época dónde la pérdida de esfera pública deja un vacío en el que se derraman intimidades.
  • Viviremos en una sociedad del Riesgo constante: vamos hacía una sociedad controlada donde internet parece la gran máquina de vigilancia en aras de una supuesta seguridad, pero al mismo tiempo será una sociedad acobardada por los los miles de riesgos que en la época de la conectividad total parece que nos acechan: la política será la gestión del miedo, los cuales serán azuzados según necesidad. La sensación de vulnerabilidad del individuo será cada vez mayor con el riesgo de caer en la insensibilidad y falta de empatía hacia el sufrimiento del otro, al que muchas veces no seremos capaces más que de verlo como una amenaza o competidor por nuestros recursos o modelo de vida.

Va a ser necesario pues buscar nuevos anclajes que aseguren nuestra estabilidad personal y emocional en esta extremista nueva normalidad. Esta anclaje sólo puede ser cultural
  • Basar nuestra vida en valores decisivos y elegidos conscientemente como la construcción de relatos vitales con sentido a través de la cultura y los diferentes concepciones de la vida buena clásica y no intentar  sólo seguir los relatos interesados empresariales de éxito; 
  • la utilidad social buscada en el compartir y ayudar a los demás en proyectos sin ánimo de lucro para evitar el sentimiento de inutilidad en la que a veces nos vemos abocados en nuestro trabajo o al no disponer de él; 
  • y finalmente tener un espíritu intrínseco de hacer algo por el simple hecho de hacerlo bien sin esperar reconocimiento, beneficios o nada a cambio: sencillamente siguiendo nuestros deseos y construyendo así nosotros mismos el sentido a nuestro relato vital como el ancla más resistente en mares extremos.



domingo, 2 de febrero de 2014

Del individuo a las estructuras: la ética del encubrimiento


En un época tan convulsa como la actual todos somos conscientes que debemos enfrentarnos a situaciones impredecibles a las que seguramente nadie esta preparado. La incertidumbre se ha convertido en la constante de nuestro tiempo. Afortunadamente crearemos soluciones en las que acertaremos las respuestas pero en muchas otras fracasaremos. Y viviremos también periodos difíciles de sobrellevar. Pero lo que marca seguramente la gran diferencia con épocas anteriores es que nuestra respuesta tiene que ser dada normalmente de forma individual.

Una de las características de nuestro entorno social en el que vivimos es que se nos inculca desde pequeños que todos estamos llamados a intentar tener éxito, a conseguir objetivos, a triunfar y ser feliz en la vida. La dinámica perversa del éxito y el fracaso forma parte de nuestro inconsciente el cual nos revisita diariamente. El reverso de la moneda se encuentra en que los resultados de esta actuación vital vamos a vivirlos de forma individual. El beneficio de los éxitos y  sobretodo la responsabilidad de los fracasos, los vamos a sufrir internamente como si fueran exclusivamente nuestros.

Desde nuestras estructuras sociales y políticas se ha desarrollado toda una dinámica de pensamiento que basada en responsabilizar a los individuos de los errores del sistema, en el fondo lo que hace es tratar de encubrir graves deficiencias estructurales del mismo. Estamos ante la denominada ética del encubrimiento: los problemas sociopolíticos se convierten en cuestiones personales para encubrir una mala gestión o una estructura económica deficiente. Todo parece responsabilidad de una ética personal, de nuestra gestión dado que nos han convertido en managers de nosotros mismos, en empresarios individuales de nuestra vida para lo bueno y sobretodo para lo malo. Si estamos en el paro, si no podemos pagar nuestra hipoteca o no llegamos a fin de mes es una cuestión cuya responsabilidad culpable es ahora meramente personal.

La política, la construcción conjunta de las instituciones y sistemas económicos que deben ayudarnos a llevar la buena vida clásica ha desaparecido por completo. No hay en adelante una ética de lo colectivo sino una ética personal que zozobra en tiempos tempestuosos y una política víctima de élites extractivas. La ética personal difícilmente puede competir con la gigantomaquia en que se ha convertido nuestro sistema capitalista. Un sistema que parece que tiende cada vez más hacia la concentración del poder, la destrucción de recursos naturales y la cada vez mayor desigualdad interna en la acumulación de la riqueza, convirtiendo muchas veces nuestras empresas en micrototalitarismos : cuyas prácticas empresariales no se adecuan con frecuencia a lo establecido en una democracia de derecho.

Nuestro sistema económico ha entrado en una dinámica exponencial mercantil donde el autocontrol parece difícil. Y no estamos ante un problema de desmesura o hybris individual (el famoso hemos vivido por encima de nuestras posibilidades) sino seguramente nos encontramos en mayor medida ante una deficientes estructuras económicas que nos llevan a crisis recurrentes y a no ser capaces de ofrecer una vida digna a muchos de nuestros ciudadanos, a los cuales culpabilizamos de su situación en esta ética del encubrimiento en que se ha convertido desgraciadamente nuestra política.

Dicen que entramos en el siglo de la gran prueba: todo nuestra organización económica y social se va a enfrentar en los próximos a sus límites ecológicos, demográficos, económicos y sociales. Sabemos que las funciones exponenciales no tienen autocontrol por lo que está en nuestras manos el dejar de encubrir los errores estructurales del sistema y volver a alinear, como en nuestra antigüedad, ética y política en la construcción de lo colectivo buscando la buena vida de todos, ya que afortunadamente, entre el yo y el no yo está aún el nosotros.