domingo, 26 de enero de 2014

Capitalismo artístico: la estetización del mundo


Vivimos en una época de individualización narcisista reforzada por una sociedad sobreestetizada que en principio dicen nuestros publicistas que debería llevarnos a una humanidad más feliz. Este fenómeno en el que la fase del Capitalismo actual se ha convertido, es analizado en profundidad por el sociólogo francés Gilles Lipovetsky, el cual expone que se ha derivado de cuatro factores fundamentales:

  • La Cultura democrática del siglo XVIII que legitimó la autonomía individual,
  • El Capitalismo de consumo y su promoción del Hedonismo,
  • Los movimiento sociales de los años 60 y su protesta contra los modos de vida contemporánea,
  • La nueva dinámica de los últimos 20 años que a través de las nuevas tecnologías favorecen y desarrollan un exhibicionismo narcisista individual.
Lipovetsky explica que si el Capitalismo destruye puestos de trabajo, desfigura el paisaje, contamina el ambiente, agota las materias primas y con frecuencia destruye los individuos, también es el sistema que produce y distribuye bienes estéticos en gran escala. Estamos en el estadio hiperbólico de este sistema marcado por la inflación estética. No hay ni un solo objeto que no esté sujeto al diseño desde las gafas de sol a los cepillos de dientes. Esta promoción del paradigma estético es hija del Capitalismo de consumo. Es lo que Lipovetsky define en su última obra "L'esthétisation du monde" como el Capitalismo artístico.

El Capitalismo artístico es el sistema que incorpora de manera sistemática la dimensión creativa e imaginaria en las áreas de consumo mercantil. Apoyándose en la explotación comercial de las emociones, combina dos polos a priori antinómicos: lo racional y lo intuitivo, el cálculo económico y la sensibilidad. Los mundos estéticos no son más "pequeños mundos" separados, sino un valor económico del sector respaldado por las multinacionales en forma de marcas e implicando considerables intereses económicos.

Ayer, era el arte por el arte. Hoy en día, es el mercado que incrementa el mundo del arte. El Capitalismo ha creado para Lipovetsky  un tipo sin precedentes de arte: un arte de consumo de masas (cine, publicidad...) que no requiere ninguna cultura específica. Un arte sin ideal de elevación, que se mezcla con las marcas en el deporte, en la moda, en el entretenimiento.Lo bello no es lo bueno forzosamente y el arte no es la condición de la moralidad ni de la libertad. Se construyen imperios estéticos y mercantiles, convive el utilitarismo con la estética. Y todos los indicadores muestran cómo esta sobredosis estética es perceptible en el auge del turismo, la visita a los museos, el gusto por las imágenes y la publicidad de las marcas, la decoración de la casa o las prácticas de autoembellecimiento (cirugía estética) de sí mismo.

El  reverso de la moneda es que el Capitalismo artístico ha creado un estresado consumidor hedónico-estético constantemente en búsqueda de cambios, de sensaciones que puedan compensar el estrés o suministrarle placeres renovados. Estamos ahora drogados por lo "nuevo" que muchas veces proporcionan hábilmente las marcas y la publicidad. Y no hay límites en la búsqueda de experiencias sensibles y "sorprendentes". Un consumidor estético que por otro lado se enfrenta a los límites de este nuevo modo de vida: las psicopatologías, ya que la vida parece a la vez cada vez más fácil y difícil y esto provoca que haya más gente con estrés y ansiedad en un nuevo mundo donde las certezas no existen. Parece también que además todos los aspectos de nuestro mundo se tengan que realizar en la escala de "siempre más": experiencias, consumo, comunicación, internet...

De hecho para Livovetsky el mundo hipermoderno está desorientado, inseguro, frágil. Como lo demuestra el aumento de las curvas de ansiedad, el estrés, las adicciones y la depresión. La estetización y la comercialización desenfrenada del mundo que prometen la felicidad, pero al final, la alegría de vivir no ocurre. La hipertrofia consumista no produce más felicidad. Los placeres estéticos no llegan a eliminar el malestar, el estrés, la degradación de la autoestima generada por los estándares performativos que exigen las empresas. La individualización de la vida social se acompaña de crisis subjetivas e intersubjetivas repetitivas (divorcios, conflictos...). La sociedad superestetizada triunfa, pero la armonía en nuestras vida no se alcanza.

La modernidad ha investido con éxito el reino de la cantidad. Pero no nos satisface. A lo que nos enfrentamos realmente es al reto de la calidad (en el medio ambiente, productos, la cultura, las relaciones, el estilo de vida). Está en nuestras manos promocionar la Educación y la Cultura y obtener así las herramientas necesarias para que no seamos sólo consumidores y que la existencia estética se dirija a no ser adictos de las marcas y las innovaciones, sino del confort de sentido que proporciona una Cultura de calidad.



domingo, 19 de enero de 2014

¿Hacia dónde nos dirigimos?: haciendo prospectiva


El hombre siempre ha especulado sobre el destino que le espera. En nuestra especie existe una necesidad biológica de hacer prospectiva, de predecir y todo el mundo intenta aprovecharse del futuro ignorado. También sabemos que somos una especie cuyos intentos de predicciones normalmente han sido decepcionantes. Sabemos, o deberíamos saber, que no existe designio alguno en el desarrollo del hombre, ni en las sociedades que el hombre crea, ni en sus formas de vida futura; solo ruda competencia primero por sobrevivir y luego por conseguir mayor reconocimiento. Precisamente, la falta de designio predeterminado es la primera condición de la supervivencia de seres, sistemas o cualquier tipo de entidad.

Tras un periodo de crisis sistemática dura surge naturalmente la pregunta de ¿hacia dónde nos dirigimos? ¿Qué cosas han cambiado en este periodo tan crítico y cómo van a ser en el futuro?. Para responder quizás lo mejor es utilizar una disciplina Macrofilosófica pluridisciplinar e intentar dilucidar como han variado y cómo evolucionaran los grandes atractores y tendencias que gobiernan nuestras sociedades.

Hagamos pues prospectiva aún sabiendo que seguramente nos equivocaremos , así en el futuro:

  •  Todo sera económico o no será: Todo indica que la economía es causa de sí misma y causa de las causas que determinarán el futuro de nuestra especie. Siempre será escaso aquello que deseemos de verdad. Nuestras actitudes estarán condicionadas por la competencia que los actos económicos de los demás ejercerán sobre nuestras limitadas opciones a obtener bienes y valores escasos. El desarrollo de la democracia, siempre imperfecta, la expansión de las libertades, la creación de instituciones supranacionales, cualquier tipo de gobernanza mundial requieren previamente la aprobación subliminal de los resultados económicos que pueda aportar. Y sin esta aprobación de la relación coste/beneficio no prosperará ninguna evolución cultural. La economía se ha convertido en la gramática universal que todos hablamos y utilizamos aunque no seamos conscientes de ello.
  • El poder duro ha dejado de existir: hemos pasado del control normativo a la seducción. El poder es ejercido por medio de la seducción. de la tentación. Implica la cooperación del sujeto. Las grandes multinacionales es algo que desde hace tiempo ya han incorporado a sus políticas empresariales: mediante la creación de su propia Cultura y comportamientos vitales buscan la servidumbre voluntaria de sus empleados: si les coaccionan no pueden contar con su cooperación, pero si les seduces, estarán listos para darte sus servicios y disfrutar además con ello.
  • El apetito del individuo por obtener un mayor reconocimiento será insaciable: como explica el sociólogo Zygmunt Bauman vivimos en una sociedad confesional. El desarrollo cultural en masas cada vez más amplias de la sociedad incrementará exponencialmente la competencia de egos. Queremos que más y más gente sepa lo que estás haciendo, tenemos miedo de romper lazos sociales, de la exclusión amenazante, de la soledad; de ahí el éxito de las redes sociales.  La gente hoy tiene miedo de ser dejada a solas, excluida, desechada. Si alguien está interesado en ellos están contentos. La frase "el Gran Hermano te vigila" ya no es una amenaza. Lo importante es que hablen de uno.
  • Nuestra identidad será nómada: en un mundo dónde ya no existen verdades absolutas, ni síntesis claras, la realidad será conflictiva y todo será relacional. Podremos concebir una totalidad pero está deberá ser siempre abierta. La cultura seguirá siendo, a pesar de algunos planes de estudio, la forma de resolver de forma dialéctica el conflicto inherente al vivir. Ya no existirán identidades esencialistas fijas (ser hombre, madres, profesionales) sino identidades nómadas donde la gente buscará tener las posibilidades de vivir según sus deseos cambiando de identidad si es necesario o improvisando nuevas posibilidades de mejora.
  • Todo será convergente: en todos los ámbitos de la vida, las realidades se diversifican, se dispersan, comprueban su viabilidad y finalmente por selección, fusión o asimilación, retornan a la convergencia. En la disciplina económica la convergencia será afortunadamente inevitable. La amplia separación entre el mundo avanzado y el mundo desarrollado está convergiendo. Las enormes asimetrías entre los países industrializados y los países en desarrollo no han desaparecido, pero se están reduciendo y el patrón, por primera en 250 años y gracias al impacto a largo plazo de las tecnologías de la información, es de convergencia en vez de divergencia. La tecnología tiene tal influencia en el entorno vital que llega a hacer innecesaria la selección genética. El más fuerte ya no encabeza necesariamente el cambio evolutivo y nuestro mundo podrá ser, desde el punto de vista material y humano, más inclusivo y convergente.
Seguramente lo más importante de esta necesidad humana de hacer prospectiva, de preguntarnos hacia dónde vamos, es que inherentemente todos queremos seguir viviendo construyendo nuestro futuro. A pesar de la crisis, si extraemos sus enseñanzas vitales en positivo y continuamos avanzando en tecnologías que cambien nuestra vida, podemos ser racionalmente optimistas con respecto al futuro y a su gestión racional. Y como decía Hegel: "al que considera el mundo racionalmente, el mundo le presenta a su vez un aspecto racional. La relación es mutua". ¿Hacia dónde nos dirigimos?: Hacia un mundo racionalmente mejor.



domingo, 12 de enero de 2014

El mito del progreso: la ideología glacial


La industrialización de nuestras sociedades, la racionalización de todas las esferas de nuestra existencia y la búsqueda del control total por parte de los mercados (del tiempo, espacio, cuerpo, relaciones humanas, etc.) encuentran su justificación en la ideología del progreso, compartida por el conjunto de las corrientes políticas. Se postula que la Humanidad se inscribe en un proceso de mejora general que se presenta como lineal, acumulativo, continuo e infinito (de las cavernas a la conquista del espacio). Esta ideología establece un ligamen directo entre los avances tecnocientíficos y las mejoras sociales y políticas (exaltando la creencia en el bienestar material).

Para el politólogo John Gray el progreso es solo un mito moderno: el progreso como meta última de la existencia humana es una creencia tan difundida que ya casi no lo advertimos. De esta manera, buena parte de la estructura sociopolítica, al menos, en Occidente, gira entorno a esta idea, entendida particularmente como crecimiento económico y desarrollo tecnológico. Gray cuestiona la idea de progreso como uno más de los mitos que estructura la existencia humana. Si uno acepta el mito del progreso, se hace con un lugar en la gran marcha de la Humanidad. Pero la Humanidad no marcha hacia ninguna parte. La Humanidad es una ficción compuesta a partir de miles de millones de individuos para los cuales la vida es singular y definitiva.

De entre los muchos beneficios de la Fe en el progreso, el más importante tal vez sea el evitar un conocimiento excesivo de uno mismo, al ser considerados los humanos modernos unidimensionalmente como máquinas productivas dentro del engranaje del supuesto progreso económico y social. No hace falta pensar en quiénes somos o qué cosas son importantes  y cómo valorarlas: el sistema capitalista procede por nosotros a la traducción integral de la realidad (humanos, seres vivientes, objetos inertes) en el lenguaje que los mercados entienden: el del valor y el del dinero.Su óptica es la de la acumulación, de la reproducción aumentada del capital por una dinámica expansionista que se observa muy bien en la mística del crecimiento y en la penetración de los principios del mercado en todas las actividades por muy banales que estas sean.

Para Gray la fe en el progreso es un vestigio tardío del Cristianismo primitivo. Para los antiguos Egipcios y para los antiguos Griegos, no había nada nuevo bajo el sol. La historia humana se encuadraba en los ciclos de la naturaleza. El Cristianismo al crear la expectativa de un cambio radical en los asuntos humanos fundó el mundo moderno. La Historia paso de ser entendida como una sucesión de ciclos, como los de las estaciones del año a un relato de redención y salvación y, en los tiempos modernos, la salvación se asimiló a progreso: al aumento del conocimiento y del poder.

Pero como el escrito Joseph Conrad nos relata magistralmente en su obra "El corazón de las tinieblas", el progreso tiene su lado oscuro, su reverso tenebroso: Conrad se refería a la Humanidad Europea que, poseída por una visión de progreso y por la tentación de ganar dinero, causó miles de muertes en el Congo. Los colonizadores se apoyaron en la fe en el futuro para no perder la entereza y completar su tarea: la barbarie fue también el reverso de la cara del progreso y la civilización.

Y quizás el fenómeno más inquietante  de nuestra época acorde con la posibilidad de barbarie que el progreso puede conllevar, es el de la "glaciación emocional" : bajo la impulsividad y la versatilidad aparente de los caracteres humanos contemporáneos reina en efecto la mayor de las frialdades: la de la acción determinada únicamente por una relación coste/beneficio con el mundo y con los otros. Emerge una nueva forma de subjetividad egoísta cuyo objetivo es la autosuficiencia regida por los principios de utilidad, de racionalización y de resultados. La gente que se quede por el camino, la que despedimos por ejemplo en las restructuraciones empresariales y que no se puedan adaptar en esa marcha hacia un supuesto futuro mejor, son los daños colaterales que el progreso siempre ha tenido. La nueva barbarie del progreso, la de los mercados, es más sutil y aceptada pero no menos glacial.

Y qué va ocurrir si tras la crisis del 2008 por primera vez vislumbramos que no se va a poder prosperar indefinidamente. ¿Caerá el mito del progreso? ¿Cual será el nuevo mito?. Afortunadamente esta aún en nuestras manos volver a mirar cálidamente  a los demás y crear nuestros propios mitos. Quizás la voluntad de compartir  y convivir inclusivamente con calidad humana sea nuestro nuevo mito ante un mundo que necesita de renovadas miradas.

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lunes, 6 de enero de 2014

Pensamiento radical: los límites morales del mercado

Ser radical tiene hoy en día una connotación negativa pero en el fondo quizás se trate de una necesidad cada vez más acuciante ante la situación actual de crisis de la sociedad en la que vivimos. Ser radical es ir sin cortapisas a la raíz de los problemas; ser crítico y buscar los límites que conforman las cosas para así poder no sólo entenderlas mejor, sino también ser capaces de cambiarlas. Y esto es una actitud que hay que cultivar día a día como forma de comprometerse a mejorar con lo que nos rodea.

Una de las cuestiones que más debate debería generar, y con la que deberíamos ser radicales, es la situación actual de nuestro sistema económico de economía de mercado y como está influyendo y marcando gran parte de nuestros aspectos sociales. Las implicaciones normativas de la economía, la intromisión de los mercados, y del pensamiento orientado a los mercados, en aspectos de la vida tradicionalmente regidos por normas no mercantiles es uno de los hechos más significativos de nuestro tiempo.


Como expuso el economista Karl Polanyi en su obra "La gran transformación": en las sociedades en el que reina a sus anchas el mercado autorregulador, la sociedad permanece prisionera de las relaciones económicas. Para Polanyi el liberalismo económico promueve un sistema de excepción radicalmente pernicioso que atenta contra los fundamentos mismos de la sociedad, contra la sociabilidad en cuanto a tal.

Polanyi considera al sistema capitalista una anomalía histórica. En todas las sociedades antiguas, aunque hubiera mercado, los seres humanos se habían mantenido respetuosos con las reglas de la reciprocidad, redistribución, solidaridad y obligaciones comunales; sin embargo, la revolución industrial provoca una "gran transformación" destruyendo de forma irreversible aquellas formas de interrelación. El sistema capitalista no es un resultado "necesario" o "natural" de la evolución social sino que tiene que ser impuesto violentamente por el aparato del Estado a petición de las clases burguesas y mercantiles.

Los procesos económicos logran institucionalizarse rompiendo las fuerzas históricas de reciprocidad, redistribución y de intercambio utilizando a la sociedad como rehén. Las señales que los precios envían a los individuos racionales es que el ansia de beneficio prevalece sobre la religión o la cultura, incluso en las comunidades más tradicionales. El dilema solo puede resolverse si es posible reducir las normas sociales que gobiernan sociedades enteras a los actos de individuos movidos por el interés propio. Los mercados modernos y las estructuras sociales están en conflicto, y allí donde los mercados se expanden se producen convulsiones sociales.

Otro de los pensadores que recientemente ha analizado las consecuencias normativas y los límites morales del mercado es el profesor de Filosofía Política de Harvard Michael J. Sandel: nos expone en su libro "Lo que el dinero no puede comprar ", que se ha pasado de tener una economía de mercado a ser una sociedad de mercado, a permitir que la fría lógica económica guíe el rumbo en situaciones en las que la ética y la moral deberían pesar más. Cuando decidimos que ciertos bienes pueden comprarse y venderse, decidimos, al menos de manera implícita, si es apropiado tratarlos como mercancías, como instrumentos de provecho y uso. Pero no todos los bienes se valoran propiamente de esta manera. Introducir un factor monetario en un escenario no mercantil, pagar  por ejemplo a los niños en las escuelas por leer libros, pagar por donar sangre, dar prioridad en las colas a la gente que tiene un pase pagado vip, puede cambiar la actitud de la gente y desplazar los compromisos morales y cívicos.

¿Por qué debe preocuparnos que vayamos hacia una sociedad en la que todo está en venta? Por dos motivos principales: uno es la producción de desigualdad, y el otro la corrupción. En una sociedad en la que todo está a la venta, la vida resulta difícil para las personas con recursos modestos. No tienen las mismas opciones de acceder incluso a servicios básicos como la salud y la educación provocando  las convulsiones sociales de las que hablaba ya Polanyi.

En segundo lugar, para Sandel mercadear con las cosas las corrompe: corromper un bien o una práctica social significa degradarlos, darles un valor inferior al que les corresponde. Los mercados tienen una tendencia corrosiva. Poner un precio a las cosas buenas de la vida puede corromperlas. Porque los mercados no solo distribuyen bienes, sino que también expresan y promueven ciertas actitudes respecto a las cosas que se intercambian.

Los economistas a menudo dan por supuesto que los mercados son inertes, que no afectan a los bienes intercambiados. Pero esto no es cierto, los mercados dejan su marca. Parte del atractivo del mercado estriba en que no emiten juicios sobre las preferencias que satisfacen. No se preguntan si ciertas formas de valorar son más nobles o dignas que otras. Si alguien está dispuesto a pagar, por un órgano vital por ejemplo, y otro está dispuesto a vendérselo, la única pregunta que el economista hace es: ¿cuánto? Los mercados no reprueban nada. Y en ocasiones los valores mercantiles desplazan a valores no mercantiles que merece la pena proteger (como la reciprocidad, la solidaridad,...).


Sandel propone que hemos de decidir dónde no debe mandar el dinero: sobre ciertos bienes (salud, educación, vida familiar, naturaleza, deberes cívicos, etc.) debemos saber cómo valorarlos y dejarlos fuera del mercado. Se trataría de cuestiones políticas y no meramente económicas. Se debe debatir, caso por caso, el significado moral de estos bienes y la manera adecuada de valorarlos.

Para Sandel la solución a esta invasión  problemática de los mercados puede resultarnos radical pero se deriva claramente de un pensamiento crítico elaborado: debemos quitarles a los economistas el monopolio de la economía y devolverla al lugar donde surgió: a la Filosofía moral de donde nunca debería haber salido. Seamos pues radicales, al menos, como actitud intelectual de compromiso para mejorar el mundo en el que vivimos.