domingo, 30 de junio de 2013

Regalando experiencias: la nueva sensibilidad postmoderna

Si paseamos por nuestras calles, navegamos por internet, vemos la televisión y sus ofertas publicitarias o simplemente conversamos hay un nuevo aspecto de la sensibilidad actual que puede llamarnos la atención en como de diferente, comparado con otras épocas, percibimos nuestro mundo : valorizamos cada vez más las experiencias o vivencias y las relaciones con las cosas que la posesión de esas cosas y su valor económico intrínseco.

Vivimos seguramente en una época en la que afectados por una crisis que material y moralmente nos ha empobrecido, tendemos a hablar de forma diferente de lo que percibimos, dejando más de lado los objetos externos y dando mucha más importancia a lo que nuestra conciencia percibe y las relaciones que positivamente crea. Los especialistas en marketing han sido la avanzadilla en captar esta nueva sensibilidad postmoderna con el lanzamiento del  nuevo concepto en boga que es el  marketing experiencial: consiste en vender no productos, sino productos elegidos en el seno de experiencias e incluso experiencias a secas: una estancia en un spa relajante en lugar de un objeto, como  por ejemplo un bolso.

Si tomamos perspectiva histórica podremos reflexionar que hace unos siglos la economía era básicamente subsistencia. Con la llegada de la revolución industrial la palabra clave fue eficiencia: cómo hacer las cosas más baratas para que la gente se las pudiera permitir. Ahora se da un nuevo cambio, que pone el foco en cómo hacer las cosas más placenteras, agradables, divertidas. Es un cambio natural en sociedades con significativamente más recursos que sus predecesoras históricas.

La consecuencia de todo esto es que nos enfrentamos ahora a un sujeto débil que se sumerge en las experiencias hasta que no se distingue a sí mismo con el fin de gozar mejor de ellas. Se deja llevar y si todo va bien, encuentra el placer buscado sin desplegar esfuerzos, viviendo sin más la experiencia, entregándose a las vivencias que engendra. Los científicos nos indican que el cerebro humano no está hecho para la multitarea sino para concentrarse plenamente en algo, de aquí el éxito de las nuevas prácticas modernas denominadas mindfulness que se traduciría como la conciencia plena o atención consciente: se trata de recuperar lo que los niños hacen de forma natural: tomarse el tiempo para ser conscientes de todo lo que nos rodea, absorber imágenes, sonidos, olores, personas, emociones y experiencias de un modo nuevo y apasionante.

Pero ya es el filósofo Rousseau que, con su sensibilidad prerromántica, inagura este tiempo de las descripciones de las vivencias pasivas que se corresponden perfectamente con la experiencia contemporánea. En su obra Las ensoñaciones del paseante solitario describe en diversos pasajes ese goce presente de las viviencias en sus paseos de su retiro forzado. Son pensamientos y ensoñaciones, como él las denomina ,donde "con mi leve existencia llenaba todos los objetos que veía". Liberado de ruido, normas y obligaciones se dejaba llevar por el flujo, la concentración en los sentidos ,en un presente que ya no pasa y en la uniformidad de un movimiento continuo que suspende el tiempo.

En las vivencias y las ensoñaciones de sus paseos, Rousseau nos describe magistralmente el goce de sí mismo en tanto que existente: "¿De qué goza en semejante situación? De nada externo a uno, de nada sino de uno mismo y de su propia existencia; en tanto tal estado dura, uno se basta a sí mismo, como Dios.". En un mundo que ha priorizado el éxito entendido como la posesión de cargos, objetos o simplemente dinero, debemos quizás retornar a esa sensibilidad romántica que Rousseau inauguró: donde lo importante es nuestra conciencia y el  goce de estar vivos: en el fondo la vida es lo que nos pasa, como nos afecta, como lo sentimos y compartimos. Recuperemos pues la  pasión y la mirada fascinada de los niños ante un mundo que cada día les parece nuevo y que de la misma forma cada día también se abre ante nosotros.




viernes, 21 de junio de 2013

Ejemplaridad Pública: la necesidad de nuevos ideales


Una de las sensaciones que se manifiesta con mayor intensidad en la época de desestructuración que vivimos es seguramente la pérdida de referencias individuales: las actuaciones de  parte de nuestros representantes públicos han sido objeto del legítimo cuestionamiento por parte de la ciudadanía. Podemos decir que no han sido actuaciones ejemplares. Nuestro tiempo pasa ahora por convertirse desgraciadamente en un época sin referentes. Pero, debemos pues resignarnos a esta situación o, podemos en cambio, proponer alternativas de comportamiento que dignifiquen y orienten no sólo nuestras acciones, sino también el ideal a perseguir como sociedad.

El escritor y pensador Javier Gomá es uno de las personas que han realizado una reflexión más afinada en su obra sobre el concepto de ejemplaridad pública. Así, expone que la separación entre la vida pública y la privada, aunque desde el punto de vista estrictamente legal es una parcelación de la vida legítima, en cambio no lo es desde el punto de vista moral ya que permite comportamientos privados que no aprobaríamos en un espacio público. La famosa fábula de las abejas de Mandeville, en la cual vicios privados son virtudes públicas, no sería admisible.

Debemos reconocer que si adoptamos una amplia perspectiva temporal histórica, afortunadamente vivimos en la mejor de las épocas conocidas : uno de los grandes logros de la democracia ha sido el establecimiento de unos principios básicos de igualdad y libertad que como dice Gomá, en positivo han permitido una vulgarización social: el vulgo, que lo domina todo, es libre, igualitario y nivelador. No deberíamos asociar siempre vulgaridad con mal gusto porque uno de los pilares básicos de la democracia en las sociedades abiertas ha sido la igualación en libertad de sus ciudadanos. Esta nivelación, sin duda, ha traído también prácticas que quedan lejos de lo que antiguamente era considerado como virtuoso.

Gomá nos continua diciendo que el cumplimiento de la ley en nuestra vida no es suficiente sino que hay que utilizar el concepto de ejemplaridad. Debemos simplemente hacernos la pregunta:¿Qué tipo de persona eres? ¿Se puede confiar en tí? La respuesta es sencilla: simplemente hay que ser una persona digna de confianza. ¿Cómo hacerlo? Los valores como por ejemplo la honestidad o el respeto a la dignidad de los demás en el fondo se aprenden mucho más dando ejemplo práctico de ellos que en los grandes discursos escritos en sesudos manuales.

Ser ejemplar para Gomá es haber pasado de una fase estética adolescente y pasar a una fase ética donde se han desarrollado dos especializaciones: la del corazón, a través de la creación de una familia y la posible reproducción; y la del trabajo con el desarrollo de una actividad de producción y utilidad social. Ser ejemplar es dejar de autopertenecerse para servir y pertenecer a los demás. Y en una sociedad donde las relaciones mútuas e interacciones son enormes y en diferentes medios, hay que ser conscientes que, inevitablemente, nuestras actuaciones, tanto públicas como privadas, van a servir de ejemplo positivo o negativo a las personas con las que interactuamos.

Por lo tanto, son necesarios imperativos de ejemplaridad : "Vive de tal manera que causes un impacto positivo en tu circulo de influencia". "Que tu vida sirva de guía a los demás". "Prioriza aquel comportamiento que si se generaliza suponga un efecto positivo a los que te rodean". Desde nuestra humilde experiencia vital, hay que tratar de ser ejemplares, de ser honestos, de respetar la dignidad de los demás. Es la mejor forma para que nuestros hijos adquieran los valores a los que nosotros damos importancia y que pueden dar un vuelco a esta época sin referentes. Y  para atemperar todo esto, hay que ser conscientes también de que, como sabiamente expresa Javier Gomá: la madurez no es sino un proceso de aprendizaje en el que debemos aceptar la imperfección, primero la del mundo y después la nuestra propia. Ni el mundo es como quisiéramos, ni nos va a dar todo lo que queramos y nosotros tampoco vamos a ser mejores que los demás siempre.

Lejos de la queja sistemática y desencantada, dignificar nuestra época está en nuestra mano: siendo ejemplo de ciudadanos libres, comprometidos consigo mismos y con sus semejantes; siendo personas maduras, padres y madres consecuentes y trabajadores honrados. Siendo en definitiva "humanos" en el sentido de Montaigne: "las vidas más hermosas son las que se sitúan en el modelo común y humano, sin milagro ni extravagancia". Aquí radica en el fondo la verdadera grandeza humana.



domingo, 16 de junio de 2013

La literalidad del mundo: la imaginación como vida verdadera

Vivimos en un mundo desencantado: influenciado por el positivismo y ante la imposibilidad de obtener nociones absolutas, nuestra realidad es solo vista como una sucesión de leyes y relaciones que hay que tratar de comprender para apropiarse así de sus réditos. La explicación de los hechos se reduce así a sus términos reales dejando de lado cualquier otro tipo de explicación no científica o a la sensibilidad artística como forma de vivir nuestra vida.

El escritor Patrick Harpur en su obra La tradición oculta del alma, nos expone que quizás detrás de la crisis actual del Capitalismo postdemocrático se desvela su habilidad para achatar el mundo con un visión lineal y unidimensional de una realidad de la que lo que hay que hacer es, apropiarse o sacar rendimiento. La mayor de las amenazas que pende sobre el ser humano es el literalismo: la hybris de un ego incapaz de aceptar cuanto no alcance a ser iluminado por su razón. Todo lo que este fuera de la razón (los sentimientos, lo poético e imaginado, nuestro inconsciente, lo oculto sin explicación) debe no ser solo rechazado, sino también denostado. No existe una naturaleza ni un alma del mundo que imaginar ,sentir y en la que confiar;sólo hay que apropiarse de ella en nombre del progreso.

Hay explicaciones magistrales en la mitología sobre el problema de la literalidad:  así el mito griego de Orfeo,que mientras conduce a Eurídice fuera del inframundo, no puede evitar volverse para asegurarse de que es ella, es decir adopta la perspectiva literal sin confiar y no puede evitar de este modo perderla, dejar que Eurídice se repliegue de nuevo al inframundo del Hades. O el de Perseo que, precavido, se acerca a la Medusa caminando hacia atrás y provisto de un escudo pulido, a modo de espejo, que le permita mirarla de manera indirecta y eludir así su mirada petrificante. Confrontado de forma literal, el rostro de la Medusa es mortal, pero tratado con la cautela que hilvana las imágenes indirectas del escudo, mirando sesgadamente, la Medusa se vuelve dúctil y vulnerable.

Y es  en esta dura realidad  que sólo es vista de una perspectiva de literalidad económica donde debemos retornar con confianza al alma del mundo, a su poliédrica naturaleza. La imaginación es la facultad que inscribe lo humano en la naturaleza y despliega el vocabulario con el que a lo largo de los siglos se ha manifestado el alma del mundo. Debemos luchar contra el desencantamiento del mundo: no debemos romper, como decía Plutarco, la cadena que une al mundo con los dioses. Los mitos y la imaginación liberan a la psique del angosto recipiente del ego, rellenado ahora  por ansias de apropiación y éxito a toda costa que, bien pensado, en el fondo no nos definen. Sólo así quizás podamos dar una nuevo enfoque a un capitalismo, que con su literalidad  del éxito económico que pone todo al servicio del mercado, se ha apropiado de nuestra visión de la realidad.

La lectura literaria, el escribir nuestros pensamientos, la poética creadora, el sentir artístico o el escuchar relajado nos acercan mucho más a la real naturaleza de las cosas y al alma del mundo. La verdadera vida en el fondo está oculta y es una cuestión de Fe y Confianza en los demás y el mundo que nos rodea. Como sabiamente nos decía Borges: la verdadera vida, es la vida imaginada.



lunes, 10 de junio de 2013

El consentimiento con las interpretaciones: el Pensamiento Débil

Hablamos muchas veces que los hechos son los hechos. Que no hay lugar a discusión posible cuando tenemos un dato o un factor objetivo relevante. La dura facticidad de las cosas nos es impuesta a pesar de que en muchas ocasiones no estemos de acuerdo con ello. Pero ¿hay realmente hechos? ¿Hay una verdad unitaria que se manifiesta en hechos?

El filósofo italiano Gianni Vattimo nos puede servir de orientación mediante su denominado pensamiento débil: es una teoría filosófica que, enmarcada en la posmodernidad en que vivimos, critíca los grandes sistemas metafísicos disolviendo los absolutos y las abstracciones. Ya no hay un metarrelato que de sentido completo a lo que vivimos y además hay una disolución progresiva de la idea de objetividad.

No existe una verdad unitaria. La verdad se corresponde con unos criterios de verificación, pero estos no son siempre los mismos, sino que varían según las diferentes épocas y culturas. No hay, como decía Kant, unos a priori iguales para todo el mundo sino que las diferencias culturales implican diferentes formas de acercarse a la realidad.

El pensamiento débil se llama así porque tiene una visión de la evolución de la historia humana que tiende a la reducción de la objetividad, de la dureza de la realidad. La antropología cultural se hace relevante. El pensamiento débil intenta reconstruir una racionalidad humana que no se base en unos principios absolutos que no podemos poner en duda. No hay hechos solo interpretaciones. La verdad no es una cuestión de encuentro con los hechos, sino de consentimiento con las interpretaciones.

Esta idea del carácter interpretativo de la experiencia humana es realmente un descubrimiento de nuestra libertad: lo que nuestras autoridades, políticos o economistas llaman realidad no es más que en el fondo una cuestión de consentimiento nuestro con su interpretación interesada para mantenerse en el poder o presionarnos para hacer algo. Y es que afortunadamente hay veces que de la debilidad surge nuestra fortaleza para ser libres.




domingo, 2 de junio de 2013

Haciendo del tiempo un aliado interno


Si de algo tenemos mayor sensación es de la falta de tiempo. Hemos hecho de nuestra vida diaria una contrareloj de actividades que acaban por agotarnos. Además, al fomentar en nuestro sistema económico el endeudamiento, hemos provocado que gran parte de la población haya ya vendido su tiempo futuro para poder devolver esas deudas. Pero: ¿Qué es en realidad el tiempo? ¿Existe el tiempo? ¿La forma en como concibamos el tiempo puede ayudarnos en nuestra vida cotidiana?

Desde ámbitos en principio tan dispares como la Física y la Filosofía podemos encontrar respuestas que nos hagan reflexionar sobre cómo hacer del tiempo un aliado interno. Para la Física lo que existen son los procesos que conforman una realidad. Se habla de la flecha del tiempo refiriéndose a los procesos irreversibles que se dan en el mundo físico. Nuestra vida es un proceso irreversible que se va construyendo en nuestro devenir vital. En cambio para Einstein nos decía que el tiempo no existía porque el mundo físico no era un proceso y hablaba de una realidad absoluta. Los acontecimientos son la percepción humana y relativa de esta realidad absoluta.

Pero ya desde la Filosofía griega Presocrática existía esta conceptualización diferente de la realidad del tiempo con los filósofos Heráclito y Parménides y que ha continuado vigente hasta nuestros días:
  • Para Heráclito la realidad tiene un carácter asombroso en lo que a su diversidad se refiere. El fluir continuo de todo lo concreto y el cambio constante son condiciones fundamentales de la experiencia sensible humana. La realidad es una armonía de tensiones opuestas cuyo principio es el devenir. Todo fluye (panta rei). En China también se entiende la realidad como un proceso de transformaciones.
  • Parménides defiende la unidad de lo real. Lo común a la existencia es la persistencia del Ser. Mas allá del Todo nada existe, porque el Todo es el Ser y más allá del Ser no hay nada. Nos topamos con una llamativa negación del devenir. El Ser es increado, imperecedero, inmóvil e ilimitado. El universo ha de ser necesariamente un continuo repleto del Ser. Parménides estaría muy cerca de Einstein al concebir una realidad absoluta que nosotros sólo percibimos relativamente sin poder cambiar su naturaleza.

Estas dos concepciones pueden ayudarnos: primero a saber que el tiempo es entendido como un proceso de transformación en el que nosotros tenemos la afortunada oportunidad de intervenir para cambiar. Pero seguidamente,debemos hacerlo con conciencia que nuestra posición en la realidad es relativa y humilde y que debemos respetar la naturaleza de las cosas sin forzarlas.

La diferenciación entre el sentido objetivo y subjetivo del tiempo es algo que podemos aprender de nuestros vecinos del continete Africano como nos decía Kapuscinski: así, los Europeos estamos convencidos que el tiempo funciona independientemente del hombre, de que su existencia es objetiva, exterior, que se halla fuera de nosotros y que sus parámetros son medibles y constantes, los cuales no podemos controlar. Los Africanos perciben el tiempo de manera bien diferente: para ellos el tiempo es una categoría más holgada, abierta, elástica y subjetiva. Es el hombre el que influye sobre la horma del tiempo, sobre su ritmo y su transcurso. El tiempo, incluso, es algo que el hombre puede crear.


Ser pues conscientes de esta naturaleza polimórfica que el tiempo tiene: de su oportunidad de transformación y cambio; que nuestra posición relativa debe respetar la naturaleza de las cosas: que el tiempo es algo también interior y subjetivo que nosotros podemos crear, debe ayudarnos a posicionarnos antes esa sensación de escasez de tiempo que todos en algún momento vivimos. Sabemos que el ego es una ficción creada para dar solidez y continuidad a una civilización Occidental como la nuestra,que mediante el dominio, control y la organización del tiempo y nuestros egos ha escrito su historia de dominio que ha llegado ahora a un punto crítico.

Hagamos pues de nuestro tiempo subjetivo, que nosotros creamos para lo que realmente nos da sentido, un aliado interno y motor de cambio de una sociedad que hace de su escasez un elemento de dominio y control.