domingo, 21 de febrero de 2016

Las tensiones del Capitalismo: la ética intersubjetiva


Entendemos muchas veces el poder como la posibilidad de influenciar sobre los demás para cambiar las cosas según nuestra voluntad o deseo. Dominio, influencia, reconocimiento, subyugación y construcción de una realidad a nuestro antojo: aquí subyace la gran atracción y sed por conseguir el poder que se da en la política, en las organizaciones o en la sociedad. La del político sobre la sociedad, la del directivo o jefe sobre sus empleados o la del hombre en la familia de las sociedades patriarcales.

Pero en su reverso surge el escepticismo sobre  la posibilidad de hacer el bien desde el poder. Muchas veces ejercen mayor fascinación aquellos personajes que son capaces de tener otras prioridades (como el rey Lear de Shakespeare) que renuncian al poder y abandonan toda esperanza de que los buenos sentimientos reciban su recompensa en este mundo.

Se convierte en un desafío enorme justificar una ética no relativista si existe una ausencia de un fundamento moral (Dios, Historia, Progreso). Como expone el sociólogo César Rendueles, lo trágico de la modernidad es que nadie puede ser bueno. Han desaparecido los compromisos tácitos, basados en los sentimientos compartidos, que son el fundamento último de la vida en común.

Rendueles expone que el proyecto de desencantar el mundo social reduciéndolo a relaciones transparentes a través del mercado y la racionalidad es una utopía, una nebulosa fantasmagórica incompatible con algunas características antropológicas duraderas del ser humano como su disposición a la colaboración y la empatía. 

Rendueles continúa explicando que el mercado libre no es el resultado espontáneo de un instinto emprendedor innato de la especie humana. Hasta la modernidad, ninguna civilización ha sido tan idiota como para apostar su propia supervivencia material a la ruleta comercial. Si en el futuro prevalece el denominado Capitalismo sin trabajo, se va a tener que pensar en desligar el binomio trabajo-supervivencia. De ahí la fuerza de los debates sobre la instauración de una renta básica universal.

Vivimos las tensiones acumuladas del largo proceso de desarrollo capitalista: el proyecto del mercado libre generalizado, la aspiración a que el mayor número de áreas de la vida social se autorregulara a través de un orden espontáneo surgido del juego de la oferta y la demanda demostró para Rendueles tener efectos carcinogenos sobre el tejido comunitario. La competición despiadada arrojó a cientos de millones de personas de todo el mundo a la intemperie social y moral. Las nuevas palabras fuerza son la redundancia laboral, desigualdad y exclusión. No deja de ser extraño que en nuestros centros de trabajo aceptamos condiciones de subordinación que en cualquier otro ámbito de nuestra vida nos resultarían repugnantes.

Y quizás una de las salidas a estas tensiones de exclusión y desigualdad es no considerar la ética como objetiva o subjetiva sino como ética intersubjetiva: el respeto y el reconocimiento del otro como individuo poseedor de una dignidad intrínseca debe estar en la base de nuestra actuación. Si queremos vivir en una sociedad decente debemos empezar por no excluir a nadie. El poder no es sino una fatua pasión si no nos lleva a hacer más habitable a todos este mundo.