domingo, 12 de enero de 2014

El mito del progreso: la ideología glacial


La industrialización de nuestras sociedades, la racionalización de todas las esferas de nuestra existencia y la búsqueda del control total por parte de los mercados (del tiempo, espacio, cuerpo, relaciones humanas, etc.) encuentran su justificación en la ideología del progreso, compartida por el conjunto de las corrientes políticas. Se postula que la Humanidad se inscribe en un proceso de mejora general que se presenta como lineal, acumulativo, continuo e infinito (de las cavernas a la conquista del espacio). Esta ideología establece un ligamen directo entre los avances tecnocientíficos y las mejoras sociales y políticas (exaltando la creencia en el bienestar material).

Para el politólogo John Gray el progreso es solo un mito moderno: el progreso como meta última de la existencia humana es una creencia tan difundida que ya casi no lo advertimos. De esta manera, buena parte de la estructura sociopolítica, al menos, en Occidente, gira entorno a esta idea, entendida particularmente como crecimiento económico y desarrollo tecnológico. Gray cuestiona la idea de progreso como uno más de los mitos que estructura la existencia humana. Si uno acepta el mito del progreso, se hace con un lugar en la gran marcha de la Humanidad. Pero la Humanidad no marcha hacia ninguna parte. La Humanidad es una ficción compuesta a partir de miles de millones de individuos para los cuales la vida es singular y definitiva.

De entre los muchos beneficios de la Fe en el progreso, el más importante tal vez sea el evitar un conocimiento excesivo de uno mismo, al ser considerados los humanos modernos unidimensionalmente como máquinas productivas dentro del engranaje del supuesto progreso económico y social. No hace falta pensar en quiénes somos o qué cosas son importantes  y cómo valorarlas: el sistema capitalista procede por nosotros a la traducción integral de la realidad (humanos, seres vivientes, objetos inertes) en el lenguaje que los mercados entienden: el del valor y el del dinero.Su óptica es la de la acumulación, de la reproducción aumentada del capital por una dinámica expansionista que se observa muy bien en la mística del crecimiento y en la penetración de los principios del mercado en todas las actividades por muy banales que estas sean.

Para Gray la fe en el progreso es un vestigio tardío del Cristianismo primitivo. Para los antiguos Egipcios y para los antiguos Griegos, no había nada nuevo bajo el sol. La historia humana se encuadraba en los ciclos de la naturaleza. El Cristianismo al crear la expectativa de un cambio radical en los asuntos humanos fundó el mundo moderno. La Historia paso de ser entendida como una sucesión de ciclos, como los de las estaciones del año a un relato de redención y salvación y, en los tiempos modernos, la salvación se asimiló a progreso: al aumento del conocimiento y del poder.

Pero como el escrito Joseph Conrad nos relata magistralmente en su obra "El corazón de las tinieblas", el progreso tiene su lado oscuro, su reverso tenebroso: Conrad se refería a la Humanidad Europea que, poseída por una visión de progreso y por la tentación de ganar dinero, causó miles de muertes en el Congo. Los colonizadores se apoyaron en la fe en el futuro para no perder la entereza y completar su tarea: la barbarie fue también el reverso de la cara del progreso y la civilización.

Y quizás el fenómeno más inquietante  de nuestra época acorde con la posibilidad de barbarie que el progreso puede conllevar, es el de la "glaciación emocional" : bajo la impulsividad y la versatilidad aparente de los caracteres humanos contemporáneos reina en efecto la mayor de las frialdades: la de la acción determinada únicamente por una relación coste/beneficio con el mundo y con los otros. Emerge una nueva forma de subjetividad egoísta cuyo objetivo es la autosuficiencia regida por los principios de utilidad, de racionalización y de resultados. La gente que se quede por el camino, la que despedimos por ejemplo en las restructuraciones empresariales y que no se puedan adaptar en esa marcha hacia un supuesto futuro mejor, son los daños colaterales que el progreso siempre ha tenido. La nueva barbarie del progreso, la de los mercados, es más sutil y aceptada pero no menos glacial.

Y qué va ocurrir si tras la crisis del 2008 por primera vez vislumbramos que no se va a poder prosperar indefinidamente. ¿Caerá el mito del progreso? ¿Cual será el nuevo mito?. Afortunadamente esta aún en nuestras manos volver a mirar cálidamente  a los demás y crear nuestros propios mitos. Quizás la voluntad de compartir  y convivir inclusivamente con calidad humana sea nuestro nuevo mito ante un mundo que necesita de renovadas miradas.

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