lunes, 26 de agosto de 2013

Pensando en la frontera: Walter Benjamin y la necesidad de la memoria.





Es necesario a veces dejarse llevar por las sensaciones que nos produce contemplar un paisaje para que en las líneas que todo horizonte presenta a la vista, tratar de percibir los límites de lo vivido y abrir así nuevos territorios a habitar. Absortos como estamos normalmente en vivir en la superficie de la evanescencia de lo dado, el detenernos simplemente a contemplar serenamente un paisaje puede ser un nuevo espacio para nuestra memoria, permitiéndonos acceder a nuestra propia realidad pero de otro modo: cuestionándola, criticándola en la búsqueda de esos límites que todo paisaje impone e intentando así trascenderla, buscando quizás un futuro mejor.


Hay un paisaje en una tierra de frontera como Portbou, que permite al paseante atento ejercer su memoria en la contemplación de elementos vivos de una Historia que nos precede como forma de enfocar correctamente nuestra mirada hacia el futuro: el memorial Pasajes que el escultor Dani Karavan dedica al gran filósofo de origen judío Walter Benjamin. Un pensador de frontera que buscaba los límites para abrir nuevos territorios que posibilitasen un futuro mejor. Alguién que llevaba consigo un profundo sentido de la tragedia que va asociado a la experiencia del exilio de su país, Alemania, ocupado por los nazis como nuevos bárbaros y que después de siete años de exilio por diferentes puertos de Europa, el último pasaje lo realiza en Portbou: suicidándose ante la imposibilidad de seguir huyendo hacia América tras su detención y segura deportación por la policia franquista, en esta pequeña localidad de la bella Costa Brava Catalana.

Y en el descenso por las escaleras del memorial que van de la oscuridad hacia la luz del sol que el mar refleja en ese limite final, el paseante puede rememorar ese fracaso del sueño de la Cultura Europea que Walter Benjamin vivió: una identidad que trato de ser universalista y compartida, contrarrestando la barbarie nacionalista que la modernización capitalista imponía a la historia. Una Europa que pudo ser cosmopolita, ilustrada y universal dando cabida a todas las identidades como la judía de nuestro filósofo pero que fue más deseada que real, como sueño fracasado arrastrado por fuerzas destructoras como el nazismo. Una Europa que ahora mismo tampoco encuentra ese sentido de cosmopolitismo y  de defensora de una ciudadanía digna e integradora, cegada como esta por los mercados a modo de nuevos bárbaros modernos.

Pero esa luz que nos deslumbra al acabar nuestro descenso como límite final del memorial, lejos de detenernos, si miramos bien, nos reenfoca a una visión que Walter Benjamin también nos dejó en su exilio vital: una posibilidad de Utopía que ve en la realidad dada la potencia en sí misma de ser una realidad diferente, radicalmente mejor que la efectiva o actualmente establecida. Una posibilidad de revolución dentro de la permanente lucha del bien y el mal. Una luz  redentora que siempre esta al final de todo túnel esperándonos. Esta experiencia necesaria de rastrear el dolor del pasado, la memoria y el exilio como componentes esenciales de la posibilidad de un futuro mejor que siempre está a nuestro alcance a modo de luz redentora a pesar de las dificultades actuales, es lo que el paseante afortunadamente vive esperanzado oteando los límites fronterizos de este paisaje, ante un mundo que urgentemente necesita de nuevas y renovadas miradas.




lunes, 12 de agosto de 2013

¿Pensar sirve para algo?: Hannah Arendt y la función del filósofo


¿Para qué sirve pensar? ¿Qué significa ser filósofo o ejercer la filosofía? Hemos de constatar que en nuestra sociedad actual el acto mismo de pensar muchas veces esta considerado como subversivo: en primer lugar quizás porque el pensar es en sí mismo un acto solitario: deja de lado la denominada solidaridad y consenso del grupo para convertirse en algo asocial. En segundo lugar, porque no reporta una utilidad evidente: un consumo o una práctica social aceptada. El acto de pensar es algo que no incrementa nuestro desarrollo, nuestra satisfacción y placer hedonista que el sistema social nos recomienda a todas horas, nuestro progreso económico en definitiva. Es más, muchas veces determinadas ideas suponen un obstáculo al denominado y buscado progreso social.

Para entender mejor de qué están hechos los filósofos y qué papel pueden jugar en una sociedad como la nuestra, es altamente recomendable ver la reciente película "Hannah Arendt " de Margarethe Von Trotta: una película de ideas que hace pensar y  muestra magistralmente el papel de esta filósofa judía, que fue considerado muy controvertido, en los hechos históricos del juicio en Israel del criminal de guerra nazi Eichmann. 

Del visionado de este film creo que podemos obtener varias grandes lecciones:
  • A pesar de que el acto mismo de pensar puede que no tenga que tener ninguna utilidad en concreto sino que es algo simplemente innato al ser humano como le indica a Hannah Arendt su maestro Heidegger en una de sus clases, el pensar en el fondo puede reportarnos una utilidad moral: la de romper con servidumbres voluntarias o inconscientes ante las ideologías que nos rodean. Aunque no nos lo parezca, como dice el filósofo Zizêk, actualmente vivimos en una de las épocas más ideológicas que han existido. Una ideología que es una evolución de un Capitalismo basado en el mercado, el consumo y la apropiación. Recordemos que una de las definiciones de ideología es un sistema de representaciones que tiene como función ocultar los conflictos reales para justificar un estado de cosas. Así por ejemplo, nuestros en principio paraísos consumistas  nos ocultan una explotación en Asia en la confección de los productos que consumimos por parte de mano de obra que trabaja muchas veces en condiciones de esclavitud. Curiosamente creemos que ahora el Capitalismo es algo aséptico y abstracto, exclusivamente financiero de juego de ruleta en bolsa, dejando de lado que existe una gran parte industrial que ahora están desgraciadamente sufriendo algunas naciones y personas en Asia.
  • Como nos dice el pensador Castoriaidis: el hombre quiere creer, no quiere saber. El pensar cuestiona las creencias, introduce dudas, nos saca de la comodidad de nuestras certezas. Llevado al extremo y si observamos el análisis que Hanna Arendt hace del caso de criminal de guerra nazi Eichmann: cuando la vida de un hombre como el burócrata Eichmann está desprovista del sentido de trancendencia, la tendencia es a refugiarse en la ideología. No pensar, no ser racional le lleva a no ser humano, a deshumanizarse y participar simplemente en algo que él creía grandioso y único como el nazismo con las consecuencias que desgraciadamente eso tuvo. La excesiva burocracia nos sirve de coartada a veces para deshumanizarnos, para actuar simplemente como meros intermediarios de leyes o governances empresariales que han hecho otros y que nosotros nos limitamos a cumplir. Eso nos puede dar comodidad pero nos aleja de sentido moral que debemos dar a nuestras vidas y que sólo mediante el pensar crítico podemos descubrir. Y seguramente,  la verdad moral esta siempre del lado de los que sufren que son a los que debemos proteger.
  • El papel del filósofo queda fehacientemente retratado en la figura de Hannah Arendt: a pesar de las furibundas críticas que recibió por no considerar a Eichmann como un monstruo sin escrúpulos, dedicado a la exterminación de judíos sino como un simple hombre banal, un burócrata que renuncia a pensar, deshumanizándose y cumpliendo ordenes, sumergido en una ideología que le da la oportunidad de participar en algo supuestamente grande. La respuesta de Hannah Arendt es la respuesta del filósofo: no se deja llevar por rasgos identitarios o por los sentimientos como judía que ella era, sino que da una respuesta racional que no da nada por sentado. No se limita a ser historiadora y constatar sino a ser Poeta y crear (poésis): a pensar y crear nuevos conceptos como el de "la banalidad del mal", que nos den nuevas perpectivas ante la realidad que vivimos. Esa es sin duda la función de los filósofos.

Como seres humanos todos podemos pensar y ser filósofos. Onfray nos dice que filosofar es hacer viable y vivible la propia existencia allí donde nada es dado y todo debe ser construido. Pensemos y hagamos pues sin miedo de la filosofía también nuestra profesión: una profesion filosófica que, como decía Eugenio Trias, es la dignidad de una condición que no se satisface con vivir sin adquirir comprensión y conocimiento de lo vivido.








sábado, 3 de agosto de 2013

Reflexiones vacacionales: la alegría como verdadero arte de vivir


Hay tiempos como son los del descanso vacacional que invitan a la reflexión serena. Un alto en el camino que nos permita no sólo coger las tan necesarias fuerzas para un futuro que es incierto por definición, sino que también nos facilite ese ajuste que permita focalizar nuestra mirada en lo realmente esencial y por tanto importante.

En un entorno tan desbocado como el que vivimos inconscientemente nos dejamos llevar por una marea de pensamientos que el stress provoca y que hacen que muchas veces sintamos nuestra realidad como desajustada, provocando emociones negativas, que no encajan con nuestro deseado proyecto vital y eso nos hace desembocar en estados de ánimo entristecidos o agotados que debemos proponernos cambiar. Nietzche decía que  "cada estado interior es una filosofía" y quien mejor que nosotros mismos para crear nuestra propia filosofía.

Las presiones en las que vivimos nos mantienen en la superficie de la vida. Sabemos que la visión de la vida nos la dan nuestros conceptos que nos ayudan a interpretar lo que vemos. Debemos trabajar ajustando lo más posible estos conceptos mediante la formación continua: la lectura, la curiosidad, el estudio, la crítica fundamentada nos permitirán ir al fondo de cada circunstancia y con eso interpretaremos mejor lo que vemos y hallaremos más sentido a la vida. Los libros por ejemplo, permiten que en vez de mirar hacia uno mismo de modo egótico,conectar con el mundo exterior, nutriéndonos con un enorme arsenal de conceptos para descubrir aquellos que describen lo que uno siente. El Sapere aude ilustrado (atrévete a saber) más allá de un lema histórico debería ser una convicción vital a cultivar por todos nosotros.

Por otro lado debemos quizás también tomar conciencia de que nuestra experiencia del tiempo ha cambiado radicalmente. Como explica el sociólogo Zygmunt Bauman, el tiempo ya no es cíclico como en la era rural o mitológica, ni tampoco lineal ,como en la era industrial, sino que se ha convertido en puntillista: cada punto es la promesa de un nuevo inicio, un big bang personal y vamos saltando de un punto a otro hasta que nos agotamos o al final perdemos el hilo de ariadna del sentido. Vivimos inmersos en la cultura flash: la fragmentación, el vértigo visual de que en cada momento ha de pasar algo y la falta de unidad de sentido es otro de los males modernos que padecemos. Y esto sin duda nos afecta no sólo a nosotros sino también a nuestras relaciones.

Practicar ese sano distanciamiento que supone la suspensión del juicio (epojé) es pues otro de los grandes aprendizajes a realizar: no juzgar, no manipular, limitarse a ser lo que se ve, se oye o se toca; es ahí donde radica la gran dicha y sabiduría de la meditación: respirar, inspirar y expirar reproducen el ritmo esencial de la vida: tomar y dar, acoger y entregar. La verdadera libertad , el único lujo es disponer del tiempo para acompasarse con ese ritmo esencial de la vida que en nuestro ajetreado acontecer diario desafortunadamente olvidamos.

Cuidemos también nuestro lenguaje, aprendamos que nuestras palabras sólo tienen sentido si están en concordancia con nuestras acciones. La ejemplaridad  debe ser central en nuestra vida. Es mejor preferir las modestas proposiciones viables a construcciones conceptuales sublimes pero inservibles. Tengamos los pies sobre el suelo y seamos también conscientes que el lenguaje tiene un gran poder performativo: la cultura, las ideas y las palabras tienden a realizar lo que ellas formulan simbólicamente. Habituémonos a tomarnos el tiempo de conversar con nosotros mismos y los demás. Hagámos así posible lo que acordemos y verbalicemos.


Y por último pero seguramanete lo más importante: aprendamos a reconocer en nosotros la alegría que proporciona el puro placer de existir. La inmanencia del existir como causa suficiente sin buscar una causa externa o un reto a superar. Como decía sabiamente Spinoza: cuando uno mira en su interior lo que experimenta es una profunda alegría por estar vivo: una acción adecuada que brota de una idea adecuada. La vida a pesar de todas las circunstancias adversas externas tiende naturalmente a afirmarse y desplegarse. La vida muestra su deseo de perseverar en su Ser, de deplegar su inmanencia hasta límites desconocidos. El hombre más potente es el que se apodera de su capacidad de obrar en el esfuerzo por experimentar la alegría que nos da el simple hecho de estar vivos. Debemos orientar nuestra vida hacia el aumento de la propia potencia interior, y eso no tiene límites por mucho que parezca que puedan ponérnoslos exteriormente.

Aprovechemos este tiempo vacacional para serenamente dar calidad a nuestra vida: intentemos hacer de la alegría de vivir nuestro estado interior y creemos así nuestra propia Filosofía. Esto esta sin duda al alcance solo de nuestras manos como verdadero arte de vivir.