jueves, 24 de abril de 2014

El respeto: la dignidad en un mundo desigual


La sociedad moderna reivindica la justa recompensa a la capacidad del talento como rebelión contra el privilegio determinado por la posición heredada característica de sociedades menos avanzadas. Subyace la idea ilustrada de que se mejora el bienestar de los hombres concentrándose en la capacidad potencial y no en la necesidad. En todas las prácticas de la vida cotidiana, la meritocracia representa una amenaza a la solidaridad, amenaza que sienten tanto los ganadores como los perdedores. La movilidad social trae consigo también por tanto costos sociales.

Como explica el sociólogo Richard Sennett, la desigualdad es un hecho elemental de la experiencia humana al que la gente trata constantemente de darle un sentido. La cuestión esencial es que hace una sociedad ante la existencia de la desigualdad: cómo impedir que la gente se desaliente o abrigue resentimiento ante la desigualdad de talento en la problemática de la comparación denigrante y la falta de respeto hacia el otro.

El respeto mutuo es algo en el fondo difícil de alcanzar por varias razones:

  • en primer lugar por la desigualdad de talento: incluso en un mundo perfecto, las capacidades humanas nunca serán iguales;
  • la dependencia en los adultos: el dependiente se enfrenta al desafío de ganar a un tiempo el respeto de los otros y el respeto a si mismo;
  • las formas degradantes de la compasión: ya sea la impersonal burocracia o el voluntarismo intrusivo.
A modo clarificador Rousseau en su Discurso sobre el origen de la desigualdad ya distinguía entre el:
  • Amour de soi: la confianza en uno mismo. El sentimiento natural que lleva a todo animal a preocuparse por su conservación. La aceptación elegante de uno mismo.
  • Amour prope: el deseo de ser superior a los otros y también por ellos estimado. El doble juego del talento y la envidia.
Y son la sociedad y la desigualdad quienes modelan el carácter y de este modo se gana el respeto de tres maneras:
  1. La primera manera es la que tiene lugar a través del propio desarrollo, en particular a través del desarrollo de capacidades y de habilidades
  2. La segunda manera reside en el cuidado de uno mismo que puede significar no convertirse en una carga para otros, dado el odio de la sociedad moderna al parasitismo.
  3. La tercer manera de ganar respeto es retribuir a los otros. La autosuficiencia no tiene en última instancia grandes consecuencias para los demás sino se lleva a cabo el principio social que ayuda y retribuye desde su carácter a la comunidad.
La autoestima debe pues estar equilibrada con los sentimientos hacia los demás y como el respeto  mutuo debe forjar vínculos por encima de la brecha de la desigualdad. Para protegerse de los males de la comparación denigrante hay que desarrollar la experiencia de la habilidad que Sennett llama artesanía: el oficio no elimina la comparación denigrante con el trabajo ajeno; pero vuelve a centrar las energías de una persona en la realización de un acto bueno en sí mismo, por sí mismo. El artesano puede sostener el respeto por sí mismo en un mundo desigual.  

El oficio de vivir nos alienta a convertirnos en artesanos de nosotros mismos y hacer la cosas por el mero hecho de hacerlas bien. Asimismo y simplemente compartiendo y retribuyendo con nuestro talento a los demás, generaremos la dignidad y el respeto que todo ser humano merece en un mundo que por desigual, no podemos dejar de intentar darle un sentido compartido diferente.


lunes, 7 de abril de 2014

La moral en suspenso: de la ideología glacial al perfeccionamiento


Con la crisis actual hemos experimentado que el capitalismo es un arma de doble filo: por un lado, ha permitido inmensas mejoras en las condiciones materiales. Por otro lado, ha exaltado algunas de las más perversas características humanas, como la codicia y la envidia. Así por ejemplo el maestro de economistas Keynes era profundamente ambivalente en lo que se refiere a la civilización capitalista. Se trataba de una civilización que daba rienda suelta a las malas intenciones a fin de lograr buenos resultados. Era necesario poner la moral en suspenso para lograr la abundancia, porque la abundancia haría posible una buena vida para todos.

Como explica el economista Robert Skidelsky sobre el maestro Keynes, éste escribía que : "la avaricia, la usura, y la precaución deben ser nuestros dioses durante un poco más de tiempo, porque son las únicas que nos pueden sacar del túnel de la necesidad económica y guiarnos a la luz". Keynes comprendía que, en un cierto nivel de conciencia, la civilización capitalista había asumido la autorización de motivos antes condenados como "malos" a cambio de una recompensa futura. Lo que no llego a predecir Keynes es que la insaciabilidad económica  expresada en el consumo desaforado como forma de existencia, se ha manifestado como la marca principal del capitalismo actual, convirtiéndose en los cimientos psicológicos de todo una civilización en una aberrante acumulación de riqueza y consumo que cada vez menos pueden disfrutar, tras lo que parece una imparable desaparición de las clases medias en los países avanzados.

¿Cuál es la utilidad de la riqueza, cuánto dinero necesitamos para llevar una buena vida? ¿Debemos además dejar nuestra moral en suspenso para ir acumulando dinero o consumiendo? Estas preguntas pueden parecer difíciles de responder pero no son triviales. Como indica Skidelsky, ganar dinero no puede ser una finalidad en sí misma (a menos que se sufra de algún trastorno mental grave). Decir que mi propósito en la vida es ganar más dinero es como decir que mi objetivo al comer es ponerme cada vez más gordo. Ganar dinero no puede ser la ocupación permanente de la humanidad, por el simple motivo de que el dinero no sirve para nada más que para gastarlo, y no podemos gastar sin límite. Llegamos así a la preguntas esenciales: ¿Cuánto es suficiente para una buena vida?.¿Qué cambios en nuestro sistema moral y económico serían necesarios para alcanzarla?. 

Para contestar estas preguntas es necesario una perspectiva macro multidisciplinar combinando la filosofía y la economía: así los filósofos construyen sistemas de justicia perfecta, haciendo caso omiso de la confusión que domina la realidad empírica y por otro lado los economistas se preguntan cuál es la mejor forma de satisfacer los deseos individuales, sea lo que sea eso. Quizás para iluminarnos debamos volver a lo que pensaban los primeros economistas que surgieron en el siglo XVIII de la Filosofía moral y, por tanto combinaban ambas disciplinas, como el padre de la economía Adam Smith: que no concebía el progreso económico como un crecimiento y acumulación sin límite, sino que el progreso estaba en el crecimiento que permitiesen las instituciones, los hábitos y las políticas de un pueblo. De hecho, ni él ni sus contemporáneos hablaron nunca de crecimiento, sino de "perfeccionamiento", un término que no solo abarcaba las condiciones materiales, sino también morales.

Un perfeccionamiento del que nuestro sistema económico actual reniega, ya que sumergidos en una ética del encubrimiento, y escondiéndonos tras cuestiones estructurales de desigualdad generada por nuestro sistema económico, hemos adoptado una ideología glacial en la que esta permitido hacer reestructuraciones, despedir gente o generar exclusión, en aras de una eficiencia que por el mero hecho de nombrarla ya consideramos inconscientemente como algo deseable (si algo es eficiente: ¿es necesariamente siempre deseable?), y sin pensar bien si ese supuesto tótem de la eficiencia, por el que casi mataríamos cada día, nos ayuda siempre a llevar una mejor vida a nivel personal y social.

Poner nuestra moral en suspenso mientras vamos acumulando dinero, puestos, status, objetos o experiencias no nos ayudará seguramente a  llegar a ese ideal clásico de perfeccionamiento personal o social, cuando por el camino se genera sufrimiento, exclusión o desigualdad. Debemos volver a reflexionar sobre temas como los usos de la riqueza o la naturaleza de la felicidad para llegar a pensar cuanto es suficiente para nosotros. En el fondo el leivmotiv de nuestra época no es tan novedoso, como ya nos decía Epicuro: "nada es suficiente para quien lo suficiente es poco".