Esta geografía imaginada forma parte consustancial de nuestros deseos, sueños y forma de ver la vida. Crear nuevos mundos ha sido desde siempre uno de los grandes empresas del ser humano abordada desde la literatura, el arte y hasta la época de los descubrimientos. Imaginar y recrear nuevos espacios para seres en esencia nómadas como nosotros, ha sido y será siempre parte de nuestro centro vital para hacer nuestro mundo particular más habitable.
Recientemente y cada vez con mayor frecuencia, oímos hablar de nuestra querida Península Ibérica y otros países del sur de Europa como periferia alejada de un centro geográfico en el que ahora el péndulo de nuestro mundo moderno, hace pivotar en exclusiva sobre lo económico.
Un mundo y una geografía construida para nosotros, desde salas de casino bursátiles llenas de diferenciales peligrosos donde la imaginación no pasa de ser un elemento desbordado y claramente abrumado por la cascada de datos instantáneos reales que fluyen en sus pantallas cual oráculos infalibles.
Y uno no puede evitar sonreír interiormente y pensar que nuestra ahora recién adquirida condición periférica como peninsulares, quizás no sea más que la confirmación evidente de que el mundo actual en crisis ha adquirido una deriva preocupante y ha perdido sin remisión su centro de gravedad permanente ya que en el fondo desprecia tradiciones culturales como la latina o griega que forman parte esencial y, sin la cual no explicaríamos, lo que somos o pensamos como Occidentales.

Afortunadamente para reconciliarnos con nuestras geografías personales nos quedará siempre nuestro querido Mar Mediterráneo que por ser eterno nunca ha dejado de ser central en los sentimientos, forma de ser y pensar de muchas personas en todos los continentes y a los que artistas como Serrat cantan con magistral querencia periférica.
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