viernes, 13 de enero de 2012

La conversación de nuestra vida: el discurso como identidad


Todos intentamos conocer cuales son las verdades del mundo en el que vivimos. Destinamos grandes esfuerzos materiales e intelectuales a intentar aprehender la realidad de las cosas. Buscamos una cierta sensación de seguridad que nos permita seguir mirando hacia adelante con confianza.


También sabemos que somos bastante incapaces de prever el futuro y que las cosas importantes de la vida, a pesar de los avances de nuestro conocimiento científico,  en el fondo no dejan de ser una cuestión de creecias o Fe dada la imposibilidad de su conocimiento de lo que son en esencia  (Dios, la muerte, el sentido...) . Como diría Wittgenstein, están fuera de los límites de nuestro mundo, son trascendentales. Hay pues afortunadamente, un lugar para la mística en nuestra vida dado que estamos rodeados de un misterio ante el cual, quizás, nuestra actitud más coherente debería ser el silencio: de lo que no se puede hablar hay que callar.

Pero esto no significa que no podamos aspirar a una vida más rica y más plena. Debemos creer en la vida y en las posibilidades de progreso (no sólo material) que se nos abren. Si lo elegimos, podemos vivir en un mundo habitable y que nos resulte reconfortante. En esta creencia del libre albedrío (sea cierta o no)  y nuestra capacidad de elegir, es donde radica nuestra  verdadera esencia como seres con conciencia que somos.

En nuestro acontecer vital, en nuestra práctica social y pragmática diaria, es donde sí podemos y debemos hablar alto y claro a través de nuestras elecciones y carácter. Lo que sabemos, y en consecuencia como actuamos, es una cuestión de conversación y práctica social que depende de nosotros y de nuestra relación con los demás. No hay nada en lo más profundo de nosotros que no hayamos puesto ahí nosotros mismos.

Y es que a veces la única forma de avanzar no es haciéndonos más rigurosos sino siendo más imaginativos traspasando límites, en muchas ocasiones, autoimpuestos: sentir el misterio y callar para después con confianza hablar y actuar. La vida es pues una cuestión de Fe: en nosotros mismos y los demás. No hacen falta grandes demostraciones, solamente como decía Foucault, tener la voluntad operativa de transformar la propia vida en una obra de arte, reivindicando el trabajo sobre uno mismo a través de los otros.

Si podemos confiar en los demás, ya no necesitamos confiar en nada más y eso esta sin duda afortunadamente en nuestra mano a través del discurso que conscientemente elijamos de nuestra vida.

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