lunes, 29 de diciembre de 2014

La era de la aceleración: el tiempo personal



La Postmodernidad ha sido interpretada desde diferentes lecturas: como una era relativista, del vacío o del consumo sin medida. Pero seguramente la lectura más apropiada de nuestra situación más actual es caracterizar nuestra época como la de la aceleración. Postulamos que existe una autonomía individual y al mismo tiempo la hacemos imposible al acelerar la vida y no dejar la posibilidad de gestionarla de forma reflexiva y estructurada.

Como expone el filósofo alemán Hartmut Rosa la aceleración es el equivalente a la promesa religiosa de la vida eterna: en el mundo premoderno, dominado por la tradición, las cosas procuraban quedarse tal como habían sido siempre y los cambios se realizaban lentamente de generación en generación. En la Postmodernidad que vivimos, se ha pasado de un ritmo intergeneracional a un ritmo intrageneracional: los ciclos de la vida familiar hoy duran menos que la vida de un individuo: divorciarse, volverse a casar...

En el mundo laboral, los trabajos pasan a un ritmo más rápido que las generaciones: un Norteamericano con estudios superiores cambia de media once veces de trabajo. Estamos además también presionados en el mundo empresarial por el denominado Capital impaciente : que busca sólo rendimiento a corto plazo y cuya permanencia en las empresas es por tiempo limitado, mientras puedan extraer la rentabilidad requerida. Para posteriormente migrar sin remordimientos a otras empresas o territorios que les proporcionen mejores réditos, dejando como residuos el sufrimiento y las desestructuraciones sociales y personales.

Hartmut Rosa nos indica que antes el padre le decía al hijo: "el mundo es tuyo"; en la actualidad le dice :"ahora las cosas están así, pero prepárate para el cambio". Los jóvenes saben que el mundo cambia muchas veces en el transcurso de una sola vida. Esto provoca la "aceleración del ritmo de vida", que define como el aumento del número de episodios de acción o experiencia por unidad de tiempo: intentamos hacer cada vez más cosas en un tiempo dado. Comemos fast food, hacemos speed dating o discursos de elevator pitch. Procuramos evitar los tiempos de pausa. Todo pasa como si aumentáramos la velocidad de la vida en ella misma.

Pero por otro lado sentimos cada vez más la decadencia de la fiabilidad de las experiencias: tenemos muchas experiencias pero no tienen significación en la configuración de nuestra subjetividad e identidad. Disminuye el tiempo que hay que dedicar a hacer cosas cotidianas pero al mismo tiempo tenemos siempre la sensación de falta de tiempo. Tener abundancia de tiempo más que un signo de bienestar es, al contrario, un signo de exclusión.

En esta era acelerada, por desgracia, la política se ha vuelto situacionista: es defensiva y desacelerada. No propone sino que reacciona como puede a los cambios. La política ha perdido su leivmotiv de motor del cambio social. Cada esfera económica o social funciona de forma aceleradamente autónoma, sin existir una estructura centralizada ni un principio legitimador e integrador social. Todo va tan deprisa que disloca cualquier ideología estructurada de mejora. Tenemos la posibilidad de hacer cada vez más cosas: ver más canales de televisión, más páginas de internet, disfrutar de más aplicaciones. Y en consecuencia tenemos menos tiempo para seguir cualquier opción, para vincularnos con el contexto.

Como expuso el psicólogo Kenneth Gergen la vida se ha convertido en un "océano de exigencias": al final del día, los individuos se van a dormir con un sentimiento de culpabilidad porque no llegan nunca a acabar de hacer todas las cosas de la lista de tareas que se han propuesto hacer. Para Hartmut Rosa la salida a toda esta era de la aceleración pasa por tratar de guiarse por los "momentos de resonancia": darse el tiempo necesario para familiarizarse con el entorno con el que se vive, con la gente con la que nos integramos, con las herramientas que utilizamos. Se trata de proteger y crear esa sensación de resonancia que sentimos con la naturaleza cuando contamos los pasos al pasear tranquilamente por el bosque y oímos nuestra respiración; cuando escuchamos  fragmentos de música y nuestra alma resuena en nosotros mismos o cuando conversamos con un grupo de amigos y nos integramos empáticamente con ellos.

Contrariamente a lo que nos han enseñado, tener tiempo para nosotros es signo de bienestar y modelo de vida buena. Como sabiamente dijo Baltasar Gracián : "lo único que realmente nos pertenece es el tiempo. Incluso aquel que nada tiene, lo posee".




viernes, 19 de diciembre de 2014

De nuestro presente distópico al ser humano como nueva utopía


Cuando hablamos de nuestro presente lo hacemos de una forma inquietante, como algo acelerado e inestable que nos supera, que puede excluirnos y a lo que ya no podemos hacer frente con nuestros recursos personales de una forma segura. Una de las características diferenciales de nuestra época con las anteriores es que pensamos el presente como una distopía: como algo indeseable.

Los discursos o relatos utópicos de construcción y progreso social, parecen haber dejado paso a una simple gestión operativa economicista de la realidad, del intentar ir sobreviviendo al día a día. Una  nueva ideología operativa que experimentamos personalmente con incertidumbre, como truculenta y excluyente.

Con la llegada de la postmodernidad los grandes metarrelatos ideológicos de construcción utópica como el comunismo, el liberalismo o la socialdemocracia fueron desapareciendo como ideas estructuradas de intento de progresión social con sentido histórico y guías personales de actuación, ahogadas muchas de ellas por la sospecha de totalitarismo que una única e impuesta visión global puede contener.

Pero lejos de vivir en una libre fragmentación y en nuestras pequeñas burbujas inestables, se ha consolidado en cambio un nuevo metarrelato: el del Pensamiento Único. Una nueva ideología que al no necesitar grandes legitimaciones, se ha ido imponiendo sin grandes resistencias: dado que se ha convertido en una mera gestión económica operativa de la realidad de nuestro presente, donde lo que importa realmente es el resultado y los réditos a corto plazo y que al parecer evidentes, no necesitan ninguna justificación más. Éste Pensamiento único no tiene ningún sentido histórico ni de pasado ni de futuro, no importan los medios o recursos utilizados para obtener el  imperante resultado a corto  plazo y además no contiene ninguna visión de mejora individual o progreso social a largo plazo. La cruda realidad es la propia Utopía a gestionar  operativamente para este Pensamiento Único: el Ser Humano solo puede adaptarse a esa realidad, no puede reformarla o conformarla socialmente.

La Tecnología como punta de lanza del progreso económico y social parece haber sido secuestrada por la mercantilización y la necesidad imperante de rendimiento económico a corto plazo de sus aplicaciones o desarrollos como nueva forma de poder político. Una ideología tecno-optimista que aunque parece que va a cambiar siempre a mejor nuestras vidas, es vista inquietantemente como nueva forma de control humano y conformación monopolística por unos pocos actores multinacionales de toda la sociedad.

La Biociencia como nueva forma de mejora del Ser Humano y sus enfermedades, esta dejando paso a discursos de superación de lo humano como el Transhumanismo o la nueva robótica. Pero una ciencia de modificación genética de mejora  biológica que parece sólo va a poder estar al alcance de los personas con más recursos, dejando de lado a la mayoría de la población: a modo de una nueva clase inferior que ya no será sólo social sino incluso también biológica.

Lo preocupante es que parece que nuestras instituciones no han ido a la misma velocidad que este cambio social y tecnológico. Empantanadas en sus viejas querellas de funcionamiento estructurales de luchas internas y corrupción generalizada, no están protagonizando ningún discurso social o político incluyente o defensor de lo Humano como punto de referencia o centro de gravedad permanente en este presente que vivimos.

La solución a un presente experimentado como distópico puede estar en volver a lo Humano con discursos que propugnen la cultura y la educación como forma crítica de ver la realidad, el desarrollo de las capacidades que nos permitan llegar por nosotros mismos a ser quién somos, al perfeccionamiento personal por encima de la mera acumulación apropiativa de objetos, a valorizar de nuevo la  fraternidad humana como conformación social en la diferencia. En definitiva, a volver al Ser Humano como utopía en construcción permanente que no sólo se adapta a la realidad sino que la conforma personalmente para ser libre y después la comparte para intentar que mejore también para todos.








viernes, 12 de diciembre de 2014

Soberanía digital: la tecnología también es política


Toda tecnología que no controlemos será utilizada contra nosotros. Esta es la principal máxima que se puede derivar de la situación de desarrollo tecnológico actual y su control monopolístico por los grandes conglomerados de las multinacionales tecnológicas al servicio de la comercialización y monetización de la que parece la nueva materia prima del Capitalismo actual: los datos. Recordemos por ejemplo, que la CIA admitió que utiliza el análisis de metadatos para matar.

Estas grandes nuevas multinacionales tecnológicas están sin duda modificando el panorama no solamente empresarial, sino también el cultural y social. A través de su capacidad de desarrollo tecnológico  y de su control monopolístico, están instalando una nueva y peligrosamente estrecha ideología pragmática: el solucionismo. Creando nuevo software cerrado e innovadoras aplicaciones (apps) parece que todos nuestros problemas van a tener una solución inmediata o desaparecer y nuestra vida mejorará con un simple click. No parece haber lugar para la crítica discursiva o para formas más tradicionales de la gestión de las problemáticas sociales mucho más lentas y conflictivas, como la política.

La visión intencionalmente positiva del futuro, mediante su tecno-optimismo que estas multinacionales propagan globalmente en sus campañas, esconden  la cara oculta de la cesión confiada e inconsciente de nuestros datos, y por tanto de nuestra soberanía personal y política, a unos pocos actores en algo tan vital para el desarrollo de nuestro sistema económico y social como es la tecnología. Hay siempre que reflexionar sobre estas prácticas: porque cuando normalmente no tienes que pagar por un producto o servicio es que seguramente el producto eres tú.

Este tipo de gestión monopolística de la tecnología por el abandono de nuestra soberanía en esta materia, cegados por la promesa de una vida mejor ofrecida por las aplicaciones tecnológicas y sus gadgets, produce en el fondo cambios revolucionarios en nuestra forma de entender las relaciones sociales y la política. Muchas veces pensamos en la revolución como un cambio abrupto y repentino, que del caos crea un nuevo orden de cosas; pero también puede pensarse que hay cambios revolucionarios más lentos y de larga duración: la influencia cada vez mayor de la tecnología en nuestra economía y política durante estas últimas décadas puede ser uno de ellos.

Estos cambios revolucionarios más lentos, pero de más larga duración, pueden observarse en nuestra comprensión de las relaciones sociales donde por influencia de la tecnología y las redes sociales hemos renunciado sin grandes coacciones a nuestra intimidad : y hacemos de la exposición al "Me gusta" el patrón de valor del mercado y de nuestra apreciación  y autoestima personal.  Por otro lado, la constante reclamación de transparencia y positividad como leivmotiv de la nueva política y sociedad no deja ningún espacio a la necesaria reflexión y discusión sobre alternativas contrapuestas y negativas a la opción principal, para de una forma dialéctica intentar avanzar en soluciones consensuadas.

Con la única máxima de la transparencia positiva cualquier atisbo de intimidad o de reflexión en contra o negativa  es eliminada como oscurantista, antiprogresista y asocial por esta nueva ideología tecnológica  positiva, transparente y solucionista. La nueva ley social es clara: los demás tienen derecho a saber sobre ti. La distopía ya no es el miedo a un Gran Hermano que nos observe, sino a ser excluidos y que no nos sigan en la red social o nos vean. No es necesario un totalitarismo centralizado que nos controle, en estas nuevas sociedades somos todos quienes observamos y controlamos a todos (al estilo del nuevo panóptico digital de Byung-Chul Han). Y disentir a la opinión mayoritaria de las redes sociales, provoca la exclusión de las mismas y por tanto, nuestra no existencia o muerte social. Incluso el poder de las noticias y la prensa es aglutinado, jerarquizado y expuesto o eliminado,  en función de los criterios de estas multinacionales tecnológicas en sus buscadores.

Se hace muy necesario abogar por retomar nuestra Soberanía Digital como forma de hacer frente al monopolio empresarial  de un factor tan vital como es la influencia de la tecnología en nuestras sociedades. Una soberanía digital que nos permita dar consentimiento informado a nuestra gestión de datos y que a su vez nos ayude a recuperar el control político democrático de los avances tecnológicos, de su gestión y aplicación social.

Aunque no nos lo pueda parecer en un primer momento,  la tecnología también es política: se trata de cambiar este poder tecnológico actualmente utilizado sobre los otros (el cual fue caracterizado por Foucault),  a un tipo de poder entre todos: el que se da entre y para la gente. Es nuestra responsabilidad aprovechar las enormes posibilidades de la tecnología como vector de la mejora social: gestionada democrática y políticamente mediante el ejercicio de nuestra soberanía digital, contra el inquietante monopolio, posiblemente totalizador,  que cada vez más se está dando en el desarrollo tecnológico actual. La tecnología no es cosa de unos pocos : la tecnología también somos todos.



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martes, 2 de diciembre de 2014

La economía: ¿ciencia o arte político?. El nomos naturalizado liberal.



¿La economía es una ciencia o un arte político?.¿Existe una naturaleza del intercambio y del ser humano  que le  haga inherentemente racional, caracterizado técnicamente como homo economicus, y que fundamente una economía formalista concebida apolíticamente?.¿La economía es cultura-nomos con fines intencionales éticos o ciencia técnica natural-physis?. ¿Qué consecuencias tiene concebir teóricamente la economía como la ciencia (physis)  de los problemas políticos resueltos (y de este modo no nomos) sobre la soberanía gubernamental, el derecho, la libertad o la concepción de los sujetos?.

La economía, en su primer origen, etimológicamente proviene del griego oikos-nomos traducido como las “normas de la administración del hogar”. El nomos como construcción de reglas o costumbres culturales de administración del hogar, uno de los elementos sociales constitutivos de las polis, está presente pues en la misma esencia originaria de la economía. Una economía “política” de administración del hogar en las polis; frente a una naturaleza o mundo de los fenómenos naturales (physis), que parecen de entrada un ámbito de estudio alejado del objeto de estudio de la economía  o de sus propios fundamentos. De este modo, significativamente Aristóteles al principio de la Ética Nicomaquea, pone en relación la economía con los fines humanos, refiriéndose a su interés por la riqueza. Considera la economía como parte instrumental de la política y en última instancia, de la ética, este punto de vista se desarrolla aún más en su obra “La política”.

Pero a partir del siglo XVIII con la aparición de la teoría económica liberal y la neoclásica marginalista, principalmente desarrollada por Locke,  Adam Smith, Stuart Mill o Walras y el empirismo de autores como Hume, aparece un segundo origen de la economía como una ciencia social que se fundamenta en fenómenos naturales (de la physis) como el intercambio y especialmente referida al funcionamiento natural de los mercados complementada con la hipotésis de la naturaleza racional inherente a las actuaciones y decisiones del Ser Humano. Es una economía numérica, con un enfoque “logístico” a imagen de la ciencias naturales y mecánicas. Al analizar el comportamiento humano no se le da demasiada impotancia a las consideraciones éticas o normativas. La economía se considera a si misma como la ciencia de los problemas políticos resueltos. Este segundo origen científico-natural y apolítico de la economía, es el que se hace dominante a partir finales del siglo XX y del que toma parte de sus bases ideológicas el neoliberalismo en el que vivimos actualmente.

El pensador francés Michel Foucault en su curso de 1979 “Nacimiento de la Biopolítica” en el Collège de France, desarrolla magistralmente el nacimiento de la nueva razón gubernamental liberal como gobernar menos, en interés de la eficacia máxima y en función de la naturalidad de los fenómenos a los que se enfrenta. 

Foucault cita de inicio a Rousseau en su famoso artículo “Économie politique” de la “Encyclopedie” donde expone que la economía es una suerte de reflexión general sobre la organización, la distribución y la limitación de los poderes en una sociedad. Por economía política también se alude, de una manera más amplia y más práctica, a todo método de gobierno en condiciones de asegurar la prosperidad de una nación. La economía era considerada como política, relacionada intrínsecamente con el poder.

La economía en adelante en su forma liberal, reflexiona sobre las mismas prácticas gubernamentales y no las examina en términos de derecho para saber si son legítimas o no. No las considera desde el punto de vista de su origen sino de sus efectos. Importa poco que un derecho sea legítimo o no, el problema pasa por saber qué efectos tiene y si éstos son negativos. La cuestión económica siempre va a plantearse en el interior del campo de la práctica gubernamental y en función a sus efectos, no en función de lo que podría fundarla en términos de derecho.

La ciencia económica es concebida apolíticamente, en la medida en que el único poder que tienen los agentes económicos es el poder de compra. Pero no hay jerarquías entre ellos (el mercado es anónimo), ni capacidad de coerción personal de unos sobre otros. Los mercados no serían sino movimientos promotores de la asignación eficiente de recursos a lo largo de una frontera de posibilidades de producción exógenamente definida. Y en ningún caso serían, a la vez, instituciones políticas disciplinarias suministradoras de mecanismos para alterar las ofertas. Para la vieja economía política, la relación (política: de poder) entre el capital y el trabajo fue un problema fundamental; para la teoría económica neoclásica, en un mercado perfectamente competitivo, realmente no importa quién alquila a quién, así podemos suponer que el trabajo alquila al capital.

La economía es una ciencia social que habla de deseos y actos humanos deficientemente informados, con recursos naturales inciertos y por ello hermética e imprevisible para nuestra observación inmediata. Es evolutiva y dinámica como el resto de la vida natural y solo raramente explica en qué dirección y porque causas se ha movido. La economía se convierte en un nomos naturalizado.

Los intereses son el medio por el cual el gobierno puede tener influjo sobre los individuos, los actos, las palabras, las riquezas, los recursos, la propiedad, los derechos, etcétera. En los sucesivo, el gobierno ya no tiene que intervenir, ya no tiene influjo directo sobre las cosas y las personas ni puede tenerlo, sólo está legitimado, fundado en el derecho y la razón para intervenir en la medida en que el interés, los intereses, los juegos de intereses, hacen bien o de cierto interés para el individuo o el conjunto de ellos. El gobierno no se interesa sino en los intereses. La limitación de la gubernamentalidad se dará mediante el cálculo de utilidad. El gobierno se ejercerá por la república fenoménica de los intereses. La pregunta fundamental del liberalismo será: ¿Cuál es el valor de utilidad del gobierno y de todas sus acciones en una sociedad donde lo que determina el verdadero valor de las cosas es el intercambio?

Foucault expone que en el siglo XVIII aparece mucho más un naturalismo que un liberalismo. Se utiliza liberalismo en cuanto a la libertad está, de todos modos, en el centro de esta práctica o de los problemas que se plantean. El nuevo arte de gubernamental se presentará como administrador de la libertad. El liberalismo plantea lo siguiente: voy a producir para ti lo que se requiere para que seas libre. Voy a hacer de tal modo que tengas la libertad de ser libre. Es preciso por un lado producir la libertad, pero ese mismo gesto implica que, por otro lado, se establezcan los límites, controles, coerciones, obligaciones apoyadas en amenazas, etc. La libertad en el régimen de liberalismo no es un dato previo, sino que es algo que se fabrica en cada momento. El liberalismo no es lo que acepta la libertad, es lo que se propone fabricarla en cada instante, suscitarla y producirla con todo el conjunto de coacciones y problemas de costo que plantea esa fabricación.

El objeto del análisis económico puede extenderse, en una definición colosal para Foucault, incluso más allá de las conductas racionales en este imparable éxito de la colonización de la economía como gramática universal de las Ciencias Sociales . Expone el economista Gary Becker que en el fondo el análisis económico puede perfectamente encontrar sus puntos de anclaje y su eficacia en el mero hecho de que la conducta de un individuo responda a la cláusula  de que su reacción no sea aleatoria con respecto a lo real (a lo natural).  Es decir: cualquier conducta que responda de manera sistemática a modificaciones y variables del medio debe poder ser objeto de un análisis económico, en definitiva, como dice Becker, cualquier conducta que “acepte la realidad”. El homo economicus es quien acepta la realidad. Es racional toda conducta que sea sensible a modificaciones en las variables del medio y que responda a ellas de manera no aleatoria, de manera, por tanto, sistemática, y la economía podrá definirse entonces como la ciencia de la sistematicidad de las respuestas a las variables del medio natural. Y también es posible integrar en la economía todas las técnicas comportamentales como la psicología.

La economía es una disciplina atea; es una disciplina sin Dios; es una disciplina sin totalidad, y es una disciplina que comienza a poner de manifiesto no sólo la inutilidad sino la imposibilidad de un punto de vista político soberano sobre la totalidad del Estado. La mano invisible plantea como principio la imposibilidad del despotismo político (y en su extremo de cualquier intervención estatal) por falta de evidencia  económica. El conjunto de los procesos económicos no puede dejar de escapar a una mirada que quiera ser central, totalizadora y dominante. La economía para el liberalismo se convierte así en la ciencia de los problemas políticos resueltos y las consecuencias de esta concepción las sufrimos aún con mayor intensidad, si cabe, en la crisis actual .

Este texto es un extracto de mi presentación en el V Coloquio Macrofilosófico Internacional el pasado 1 de diciembre en la Facultad de Filosofía de la UB. Para descargar el texto completo gratuitamente en PDF clicar en el link de abajo: