lunes, 19 de enero de 2015

La ética del cuidado: la alteridad como responsabilidad


¿Es la desafección mutua la principal característica de nuestras relaciones sociales? El Otro, en nuestro sistema de relaciones que impera en las sociedades actuales, es simplemente visto como neutro: como alguien con el que desarrollar pactos e intercambios que permitan alcanzar nuestros objetivos y deseos. Nos atenemos a la legalidad estricta. En algunas tradiciones éticas como por ejemplo la norteamericana, se entiende la ética restrictivamente: como la mera subjección y cumplimiento de las leyes (el compliance legal) , sin tener en cuenta cuestiones morales que sobrepasen esta visión. Pero la ley y los pactos no lo resuelven todo. Seguir la legalidad estricta es en el fondo la materialización más evidente de la desconfianza. Nuestro sistema sufre de la problemática del reconocimiento de la alteridad.

En nuestro sistema productivo, en nuestras empresas o en el sistema institucional reconocemos al Otro: al trabajador, al cliente o al ciudadano, como alguien que detenta dignidad como Ser Humano, pero nuestro compromiso con él no se extiende más allá. Nos comportamos con neutralidad e indiferencia  con los demás cuando no nos sirven para obtener algo pactadamente o para intercambiar en beneficio mutuo. Estamos inmersos inconscientemente en la fría lógica imperante del homo economicus: la de los contratos,  la de la simetría del tu me das y yo te doy (del quid pro quo) , del si no eres productivo y no me sirves estás fuera, de la abstracción ética sin empatia con las personas próximas a nosotros.

Se hace sin duda cada vez más necesaria una nueva ética  que entienda al Otro no sólo como alguien con el que pactar para obtener algo, sino como un centro de obligaciones para mí. Es necesaria una ética, ahora de carácter femenino, que reconozca empáticamente la alteridad. Debemos mejorar personal y socialmente y evolucionar hacia una ética femenina del cuidado.

Si hacemos una caracterización de género de las éticas, podríamos diferenciar entre una ética masculina de la justicia y una ética femenina del cuidado:

  • La Ética de la justicia (masculina), se caracteriza por el respeto a los derechos formales de los demás, da importancia a la imparcialidad y a juzgar al otro de forma abstracta sin tener en cuenta su caso concreto o sus particularidades. En esta ética, la responsabilidad hacia los demás se entiende como una limitación a la acción, un freno a las agresiones, puesto que se ocupa de conservar unas reglas mínimas de convivencia y nunca se pronuncia sobre si algo es bueno o malo en general, sólo si la decisión se ha tomado siguiendo unas normas formales establecidas.
  • La Ética del cuidado (femenina), consiste en juzgar teniendo en cuenta las circunstancias personales de cada caso. Está basada en la responsabilidad por los demás. No concibe la omisión: no actuar cuando alguien lo necesita se considera una falta. Esta ética entiende el mundo como una red de relaciones y lo importante no es el formalismo, sino el fondo de las cuestiones que hay que tratar en cada caso particular. Es una ética de proximidad. Frente a la teoría imperante en que los hombres son seres autónomos que tienen que hacer pactos entre sí, en el contrato social, en la prevalencia de una figura central de homo economicus desarraigado sin madres, sin esposas, sin hermanas; el concepto central de la ética del cuidado es la responsabilidad en una lógica asimétrica, que excede la mera formalidad con el Otro.

Si se aplica la responsabilidad asimétrica con el Otro de la ética del cuidado, el intercambio no es exacto, depende de lo que cada uno necesite. Los Seres Humanos formamos una red de relaciones, dependemos unos de otros. La responsabilidad y la solidaridad ha de ser un deber ético para el conjunto de la sociedad. Debe existir un simpatía, una philia con el Otro que permite la construcción de lazos fuertes y duraderos responsabilizándonos de los demás; frente al frío egoísmo de la ética  y relaciones actuales dominadas por la lógica apropiativa y competitiva. Además la ética del cuidado, como saben muy bien las mujeres desde tiempos ancestrales, es un antídoto contra la violencia: es difícil destruir lo que uno mismo ha cuidado. 

Ante la gran tragedia del fin de la utopía de un mundo humanizado, encerrando al hombre en un decorado sin más horizonte que la competencia, la silenciosa conspiración de hacernos responsables y cuidar de los Otros, es la necesaria y alentadora lucha soterrada contra la miseria moral que en muchas ocasiones caracteriza nuestras empresas, sociedades e instituciones. 






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