domingo, 7 de agosto de 2011

Actuar desinteresadamente: nuestra integridad moral en tiempos líquidos

Podemos quizás sencillamente resumir en tres preguntas el campo de actuación de la filosofía en lo que respecta a su estudio del qué es el hombre:

1) ¿Qué puedo saber?
2) ¿Qué debo hacer?
3) ¿Qué debo esperar?

Estas preguntas que el filósofo Immanuel Kant se hace y a partir de las cuales desarrolla su profunda propuesta filosófica, son sin duda cuestiones que alguna vez nos hemos hecho todos en nuestro devenir existencial.  Y es que en nuestros cada vez más correosos y líquidos tiempos modernos, la pregunta que gana más actualidad sea  probablemente qué debemos hacer en un mundo que parece que se desmorona ante nosotros por instantes.

Y sabemos como postmodernos desencantados  y, algunos indignados que también son, que no existen respuestas únicas ni categóricas. Se impone actualmente con más fuerza si cabe, una reflexión profunda de qué somos en realidad y qué podemos esperar en consecuencia.

Quizás nos sería de ayuda volver a reescribir el  imperativo clásico de que en el fondo lo que debemos hacer en nuestra vivir cadencioso diario es desarrollar nuestra humana conditio (llegar a ser lo que eres): sin estridencias, sin exhibicionismos ni imposturas, sin ambiciones inalcanzables o perversas ni imposiciones a terceros.

Y nos queda también afortunadamente la opción personal de volver, como nuestros sabios antepasados clásicos, a la olvidada por nuestra velocidad diaria:  contemplación estética de la vida. No como una distracción o evasión pueril de nuestra desconcertante realidad, sino como una voluntad clara de apreciar las cosas desinteresadamente, como las sentimos y apreciamos, sin objetivos finalistas, sin instrumentalizar nuestras relaciones y sin condicionantes externos.

Y a partir de aquí desarrollar nuestro propio y reflexionado imperativo ético de actuar conforme a este desinterés que nos ofrece la contemplación estética de la vida cuando somos capaces de detenernos a apreciarla en su justa medida.


Wittgenstein ya nos decía que ética y estética son lo mismo. El filósofo barcelonés Eugenio Trias nos expone también que el arte muestra la verdad subyacente a la realidad a través de la revelación de conductas (buenas / malas). Muestra el ethos del habitante del límite.

Esa mostración supone cierta epojé, distanciamiento, desinterés (kantiano) que sin duda necesitamos actualmente para construir nuestra personal integridad moral  desde la consciente actuación desinteresada para poder dar una respuesta  clara a tan interesados creadores de caos en nuestro acontecer diario.

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