"El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos". Shakespeare
Damos por sentado normalmente que mucho de lo que nos conforma y nos guía como seres humanos esta consolidado y no sufre ningún peligro. Valores e ideales como la verdad, bondad, libertad o igualdad nos parecen cuestiones de cuya existencia, solidez y continuidad no cabe dudar. Pero en el fondo, como en todo lo humano, la más absoluta de las fragilidades nos rodea y es parte consustancial a nosotros.
Vivimos tiempos difíciles, como tantos otros como nosotros antes los han vivido, y quizás nuestra responsabilidad, no sólo con nosotros mismos sino con las próximas generaciones, sea revivir en nuestra contemporaneidad esos valores e ideales como parte de algo tan vital como es la construcción y mantenimiento del sentido en nuestras acciones. La fuerza interna que de esta revisitación obtendremos se hará difícil de diluir a pesar de las grandes tempestades cotidianas que nos toque vivir.
Y en esta nueva y titánica tarea no estamos solos sino que tenemos una gran aliada: las Humanidades. Obras y creaciones artísticas de personas, que como nosotros, han tenido que enfrentarse a dilemas y vivir situaciones críticas y desde su voluntad expresiva inquebrantable, nos han legado sus creaciones y personajes a modo de invitación para redescubrir los valores y el sentido que ellos le dieron a su existencia dentro de sus azarosas circunstancias.
Uno de esos gigantes que nos ofrecen las Humanidades en este camino vital es sin duda el inglés Shakespeare. En su obra, como nos dice Harold Bloom, se inventa nada menos que lo humano: en Shakespeare, los personajes se desarrollan más que se despliegan, y se desarrollan porque se conciben de nuevo a sí mismos. A veces esto sucede porque se escuchan hablar, a sí mismos o mutuamente. Espiarse a sí mismos hablando es su camino real hacia la individuación, y ningún otro escritor, antes o después de Shakespeare, lo ha logrado tan bien.
Trazó con su pluma los contornos inmortales de numerosos personajes, capaces de las mejores obras, de las peores y también de las más contradictorias. Suyos son los retratos de grandes reyes atormentados y de brujas, generales, duendes traviesos, dulces enamorados o villanos sin remordimiento: Hamlet y la duda, Otelo y los celos, Tito y la ira, Shylock y la avaricia, Bruto y la honradez del ciudadano son sólo esquemáticas muestras de la grandeza y variedad no sólo artística, sino humana de su obra.
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