domingo, 9 de diciembre de 2012

Resistir por la belleza del gesto



Cuando los tiempos se hacen difíciles, duros, empobrecedores, correosos o líquidos es cuando más nos planteamos hacia dónde va realmente el desarrollo y que significa en el fondo el tan buscado ideal de progreso. ¿Es esto lo que estábamos buscando con todos nuestros dedicados esfuerzos diarios? La tan pretendida perfectibilidad del hombre queda cuando menos en entredicho ante determinadas actuaciones especulativas o inmorales que nuestros medios de comunicación radian como voceros privilegiados de una sociedad que ahora solo nos produce una profunda sensación de desasosiego, un extrañamiento y el debilitamiento vital que el miedo al poder provoca cuando perdemos la sensación de control sobre nuestra propia vida.

Debemos quizás ser conscientes que vivimos en una sociedad donde se ha estado produciendo una constante debilitación del sujeto: cuando antes percibíamos personas, objetos, acontecimientos, hechos ahora percibimos cada vez más experiencias o vivencias que nos relacionan con esas cosas que otros volatilizan a su antojo. Esto es algo que saben los más avezados gurus de la postmodernidad: los especialistas en marketing que en su terreno natural del consumo nos colonizan con packagings vendiendo no ya productos, sino productos elegidos en el seno de experiencias o incluso experiencias a secas. El marketing experiencial en el cual se diseñan productos, olores, sensaciones o espacios de manera que artificialmente se ofrezcan buenas experiencias al consumidor, es una de las actividades más recientes y florecientes de nuestra economía.

La consecuencia de todo esto es que nos enfrentamos ante un sujeto débil que sumergido en experiencias ya no se distingue a sí mismo, se deja llevar y encuentra el placer buscado sin desplegar esfuerzos, viviendo sin más la experiencia, entregándose sin resistencia a las vivencias que esta engendra. El sujeto queda en manos de otros que fabrican a su voluntad interpretaciones de realidades a los que solo algunos pueden acceder y de las que después pueden excluirnos a su antojo utilizando las cíclicas crisis que el sistema padece. En la raíz, como decía ya el filósofo Rousseau, esta la desigualdad entre los hombres como embrión de todos los males. Aquí radica entonces lo que necesitamos combatir

¿Qué nos queda entonces ante una sociedad que nos debilita? Nos queda sin duda nuestra voluntad y reflexión. Nuestro carácter (ethos) como fortaleza interna encontrado en él la forma de continuar hacia adelante. La única verdadera salud y riqueza del hombre es su vocación: su voluntad  sin miedos de perfeccionarse a él mismo y a su sociedad en su lucha diaria . Walter Benjamin decía que la felicidad es percibirse a uno mismo sin miedo.

Y ¿por qué continuar luchando y resistiendo? Por la belleza del gesto. Wittgenstein ya sabiamente nos dijo que ética y estética son lo mismo: cualquiera que sean las circunstancias, está en nosotros el carácter con el que desplegar nuestra condición humana. El simple gesto de levantarnos cada día a intentar, desde nuestras posibilidades, hacer de este un mundo más habitable encierra toda la belleza  que da dignidad a lo humano.


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