domingo, 26 de mayo de 2013

Del enjuciamento a la comprensión: la verdad moral



Estamos acostumbrados en los diferentes ámbitos de nuestra vida a realizar consideraciones, dar opiniones, a juzgar en definitiva. Y al mismo tiempo, a estar continuamente recibiendo aprobaciones o desaprobaciones, juicios de otros y en el mundo empresarial el conocido como  feed-back como forma de evaluar nuestras actuaciones profesionales. Este enjuiciamiento continuo, nos parece algo natural  que aceptamos casi inconscientemente, a pesar de que muchas veces nos produzca internamente sufrimiento y malestar, porque detrás se esconden situaciones de dominio de la voluntad y búsqueda del servilismo productivista como en el caso empresarial, donde todo, incluida nuestra vida, debe ponerse al servicio de una burda y manipulable ficción contable como es el beneficio.

Cabe preguntarse si existe una legitimidad fundamentada que nos permita realizar esos juicios del valor sobre los otros o sobre lo que nos rodea. ¿Existe un orden moral del mundo que nos permita enjuiciar a los demás a través de sus premisas? ¿Y quién está legitimado para juzgar? Desde la filosofía una de las respuestas más clarividentes vienen del filósofo holandés Spinoza: su doctrina niega el orden moral del mundo. No hay una teleología, una causa final que de sentido a lo que hacemos. Denuncia  así el orden moral del mundo: el bien y el mal no existe, son solo inventos para someternos a un poder ya sea sacerdotal, político o empresarial. Bueno es lo que proporciona placer o alegría y malo lo que nos produce sufrimiento y tristeza. Culpabilizarnos ante los juicios de otros es una pasión triste, negativa e inútil.

¿Qué debemos hacer entonces si no hay un orden moral que justifique los juicios? Al contrario de lo que pueda parecer, Spinoza propone una ética afirmativa de la vida: la alegría de vivir siguiendo el conatus del querer ser. El libre albedrío es una ficción. Estamos determinados pero la libertad es autodeterminación: hay que actuar por el propio impulso y no como respuesta a la acción de otro. Ser capaces de decidir por nosotros mismos y no por la presión de los otros. Es nuestra determinación interna contra la determinación externa de nuestros sacerdotes, políticos o jefes. No hay una voluntad libre: hay voluntad fuerte y voluntad débil. Hay que distanciarse serenamente de los condicionamientos externos e internos y seguir nuestras pasiones. Nadie tiene legitimidad para juzgarnos.

Nietzsche, que consideraba a Spinoza como un precursor de su pensamiento, nos decía que el mundo es lo que es y no puede ser otra cosa: hemos de querer las cosas como son porque es lo que hay (amor fati). En esta autodeterminación al que nos empele un mundo sin orden moral, quizás nos quede fundamentarnos en tener un compromiso ético con la verdad en todos los ámbitos de actuación de nuestra vida, incluyendo la profesional. Y como también nos dice el filósofo Slajov Zizek: la verdad está siempre del  lado de la víctima, de los que sufren el poder de unos pocos, de los excluidos del sistema. Hay siempre una verdad moral.

Hay que ser conscientes de esta falta de legitimidad del sistema actual. Que vivimos inmersos en una ideología de la apropiación de recursos por unos pocos, que mediante un sistema de representaciones y discursos repetitivos como el de la eficiencia, el consumo y los beneficios, intentan justificar un estado de cosas y ocultar así los conflictos reales, como la exclusión y el desamparo de gran parte de nuestra población, que por pura frustración comienzan a explosionar en los extrarradios de las grandes ciudades.

En la búsqueda de esa verdad moral quizás también nos lleve a interiorizar que en vez de juzgar y muchas veces despreciar y excluir a los otros basados en premisas ilegítimas, hay que tratar de escuchar, comprender, incluir y ayudarles con nuestras capacidades. En esta autodeterminación reside nuestra verdadera libertad ejercida como una voluntad fuerte y una afirmación inclusiva en positivo de la vida como palanca para cambiar el mundo.


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