martes, 8 de julio de 2014

Capitalismo dislocativo: hacia la forjación de un carácter


Una de las consecuencias fundamentales, y más inquietantes, del desarrollo turbocapitalista actual es que no permite el poder desarrollar a las personas proyectos de vida con seguridad y estabilidad: cualquier planificación vital o de carrera profesional se ve dislocada por la velocidad con la que ocurren los acontecimientos, dejando a los individuos o bien relegados muy atrás presos de la falta de flexibilidad o de comprensión cognitiva de los hechos; o bien exhaustos al no poder seguir el ritmo de exigencia que se les demanda, a modo de simples elementos de usar y tirar del sistema. Hemos entrado en lo que el profesor Gonçal Mayos ha definido como Capitalismo dislocativo.

El Capitalismo que existió durante la denominada época de la Gran Moderación, que empezó tras la Segunda Guerra Mundial y que se prolongó hasta la década de los 70 del Siglo XX, se caracterizó por ser un Capitalismo de rostro humano: donde tras la destrucción que provocó la guerra, para poder legitimar y conservar el sistema económico y la democracia  y con  el concurso de valores liberales y socialdemócratas positivos, el gran impulso en el desarrollo económico de la reconstrucción fue compartido entre los diferentes estamentos sociales en la creación de los Estados del Bienestar y la aparición de las clases medias en los países Occidentales.

La situación económica no fue sin duda fácil, pero sí que permitía que mediante el trabajo, esfuerzo, estudio y voluntad de prosperar, grandes capas sociales accediesen a niveles de bienestar en su desarrollo de proyectos de vida que resultaban más seguros y predecibles que en la actualidad. Toda esta dinámica de prosperidad igualitaria, a partir de los años 70 del siglo pasado saltó por los aires en el retorno a la desigualdad inherente al sistema Capitalista, como demuestra recientemente el economista francés Thomas Piketty, en una dolorosa dislocación  por parte de este Capitalismo dislocativo de los sueños de miles de proyectos de vida humanos, dejándonos presos de la incertidumbre y angustia de no poder conseguir lo que se nos prometió. Y lo que es lo más importante: atacando peligrosamente los fundamentos sobre los que esta basada nuestra democracia moderna como la igualdad, la fraternidad y la prosperidad.

Esta situación de crisis e incertidumbre en la que vivimos actualmente es comparable quizás a la que en la Antigüedad se vivió en la época Helenística en Grecia: con el Helenismo  se disuelve la polis, que creaba un sentido comunitario político y aparece la incertidumbre de la soledad y la inseguridad. La ética aparece como alternativa a la política y se  pide a la Filosofía que proponga un arte de vivir que les oriente en un mundo cambiante e inestable. Desaparecen las preocupaciones metafísicas y cosmológicas con la pérdida del elemento teórico y político, para pasar a la preocupación exclusivamente ética con la aparición de las escuelas epicúreas, estoicas o escépticas. Lo importante era hacer feliz y digno al individuo en ese entorno de crisis e incertidumbre mediante la forjación de un carácter propio (ethos).

Es tiempo quizás de volver a defender de nuevo el Humanismo ético frente al daño que el Capitalismo dislocativo actual está causando a las personas: lo que denominamos Capitalismo es en el fondo una mera construcción intelectual que se ha convertido en una especie de Vampiro Occidental con una fuerza histórica, una violencia orgánica y que usando infinitas estratagemas se está llevando por delante ingentes cantidades de personas y proyectos vitales, presos de unas estructuras y macroprocesos que como individuos no entendemos y que nos superan.

Debemos cuestionarnos críticamente sin miedo: ¿Cual es el "telos", el objetivo final de nuestra economía? Parece que sólo el crecimiento (insostenible) por el crecimiento y la acumulación de unos pocos. ¿Puede nuestra economía tener un "telos" diferente? Sí, la construcción ética sostenible del espacio civilizado y del Ser Humano como persona con dignidad y carácter propio que sea capaz de cuidar de sí mismo (ética) y de los demás (política). La forjación de un carácter como guía vital.

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