sábado, 24 de septiembre de 2011

Hacia nuestra consciente expedición interior de subida



Desde antiguo sabemos que en el ser humano hay  de forma natural una permanente ansia de superación, de mejora y desarrollo de nuestras capacidades tomando muchas veces ejemplo de los demás. Es lo que Platón llamaba anábasis que significa subida.

Pero por otro lado, debemos ser conscientes que quizás esta altivez del hombre en su deseo permanente de superarse también encierra una cara dramática que es el dolor de la a veces inevitable caída, como tan bellamente expresa el mito griego de Icaro y su alas de cera fundidas por el sol al tener el arrojo de intentar volar.

Entender como nuestros sabios antepasados griegos, que la vida tiene inevitablemente una dimensión de dolor y que es parte consustancial a la misma, nos hará no sólo más conscientes de nuestra propia realidad, sino más sabiamente responsables de nuestras propias actuaciones y nos permitirá reconciliarnos con nosotros mismos y los demás.

El filósofo alemán Nietzsche nos decía que hay que saber separar entre sentido y valor: para él la vida no tiene ningún sentido pero sí tenía valor por si misma sólo si ésta es vivida aceptando su dimensión trágica. Era lo que denominaba el vivir de forma estética y aristrocrática.

Se trata  en el fondo de no vivir anestesiados por a veces más o menos bienintencionadas corrientes de pensamiento, que utilizan terapias de lenguaje cognitivo-conductuales para casi obligar a pensar siempre en positivo intentando a veces ocultar o desvalorizar esta dimensión trágica que toda existencia inevitablemente tiene.

La vida es placer y dolor y sabemos que no podremos evitar enfretarnos a contratiempos, fracasos y pérdidas. Lo que si tenemos en nuestras manos es la actitud consciente y reflexiva para conformar nuestro carácter y enfrentarnos lúcidamente a esas pérdidas y hacerlas parte consustancial de nosotros.

Y esta concienciación de la dimensión trágica de la vida  no debe no sólo impedirnos desarrollar nuestra humana conditio, sino que además puede darnos fuerza para realizar nuestra propia anábasis: esa expedición interior de subida a la que todos estamos afortunadamente de forma natural llamados como seres humanos.

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