domingo, 9 de octubre de 2011

Seres narrativos: construyendo con Cioran nuestra propia historia con lucidez

Si buscamos algo que tengamos todos en común como personas lo que podremos afirmar con cierta seguridad es que todos somos  Seres Narrativos: desde muy pequeños nos embelesa que nos cuenten historias. La construcción de un sentido compartido de la realidad desde el lenguaje y las palabras es algo que es común a todas las culturas que han sido siempre antes orales que escritas y de cuya tarea creadora de sentido todos formamos parte de alguna forma: ya sea como lectores u oyentes o como a veces pacientes conversadores.

Nuestro Ser lo constituye el lenguaje algo que ya afirmaba nuestro estimado filósofo Wittgenstein. Y en esta tesitura el domino de nuestra propia lengua como límite trascendente del mundo, de lo que podemos conocer, es una tarea en la que deberíamos poner el máximo empeño no sólo en nuestro sistema educativo sino también a nivel personal. Una lengua es una visión particular y de valor intransferible del mundo. La pérdida de una, nos resta un valor interpretativo de la realidad irreparable.

El lenguaje tanto puede usarse para afirmar el mundo como para deconstruirlo y así desentrañar abusos de poder o realidades impostadas. Y, también, como no para destruirlo, eliminando cualquier alternativa lógica al propio sin sentido que a veces nos acecha .

Dentro de la Filosofía existe un figura del lenguaje que hace de la concisión su identidad configuradora: el aforismo. Podemos definirlo como una oración o declaración concisa que pretende expresar un principio de manera coherente, concisa y en apariencia cerrada. Algo que con el reciente Twitter parece que vuelve a renacer.


Y en la filosofía encontramos dos grandes maestros del aforismo: Nietzsche y el menos conocido filósofo rumano Cioran: éste era un persona que como filósofo amaba el saber y era afirmador del Ser en el lenguaje dado que trataba éste con rigor a pesar de su escepticismo radical para rechazar un mundo del que nada en esencia podemos saber de verdad.

Era un merodeador del abismo del vacío con una visión trágica de la vida donde el libre albedrío, la libertad, la salvación o la redención no tienen cabida sino como mera ilusión para esconder nuestra realidad sujeta a una inapelable lógica determinista contra la que nada podemos hacer.

Admirador del Quijote cuyo personaje muestra como la razón al final acaba necesariamente en locura, pero que mantiene la ilusión de pensar por uno mismo y no obedecer. En él ve el destino del Ser humano individual sometido a una Sociedad que le impone una razón a todas luces delirante. Algo que sin duda nos resulta familiar a todos nosotros como sufridos habitantes de este mundo moderno que nos ha tocado vivir.

Pero Cioran nos legó algo de una utilidad y valor incalculabre: la lucidez. Esa conciencia de saber que aunque nadie se libera de sí mismo sí podemos tomar la actitud consciente de afirmar la vida, aceptándola lúcidamente como es: con su dolor intrínsenco y destino trágico. Pero que a su vez podemos sacralizarla proclamando también sus alegrías y momentos placenteros escribiendo nuestra propia historia personal como acto de fe en una razón y una vida que aunque convulsa y a veces desencantada, merece sin duda la pena de ser vivida y contada como construcción de un valuoso e intransferible sentido individual, que no debe perderse en los abismos de la inacción.


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