martes, 7 de diciembre de 2010

Ética trágica (II): La Fragilidad del bien de Nussbaum

En su conocido libro "La fragilidad del bien" de Martha Nussbaum desarrolla la cuestión referida a la fortuna y a la ética en la Grecia antigua, tal como se articulan en la tragedia y en la filosofía.

En dicha obra Nussbaum resalta el contraste existente entre la aspiración de los griegos a la autosuficiencia racional y los embates de la fortuna, o Tyché, que deja a los mortales a merced de fuerzas que no manejan. Precisamente, señala Nussbaum, la aspiración a la autosuficiencia racional en el pensamiento ético griego “…puede caracterizarse como el deseo de poner a salvo de la fortuna (tyché) el bien de la vida humana mediante el poder de la razón.”. La aspiración a la vida racional atravesó todas las esferas en las que se manifestó el genio griego, y la vemos fuertemente plasmada en los ideales de su cultura y en las articulaciones de su ética. Estos ideales de la excelencia (areté) y de la vida buena, que siempre animaron el espíritu del pueblo griego, se deslizaron cada vez más hacia el campo del ejercicio racional desempeñado en la vida ciudadana. Pensamiento (logos), discurso (lexis) y acción (praxis), son sus cualidades más paradigmáticas. La convicción de que la vida buena dependía del ejercicio consciente de estas facultades la acompañaban. Sin embargo, subyace a esta convicción una interesante paradoja, que se aprecia en el término mismo con que los griegos designaban la felicidad: eudaimonía, que significa literalmente tener buen daimon, es decir –para traducirlo a nuestra escatología- “tener buen ángel” o buena estrella, gozar del favor de la divinidad. La imagen de la Tyché, representada como una diosa-niña que juega pelota en los jardines de Zeus ( donde cada bote de la pelota es un embate de la Fortuna) viene a reforzar el hecho de que la fortuna, o el azar, tiene como base un orden totalmente distinto al racional. La fragilidad del bien, es entonces una expresión que refleja la tensión existente entre estos dos ámbitos del devenir humano, y que los griegos supieron señalar de un modo extraordinario.

No es de extrañarnos entonces, que la tragedia alcanzara su forma más perfecta en el momento del auge indiscutible de la polis, en el Siglo de Oro de Atenas. Esta parece ser solidaria de los ideales de la buena vida ciudadana, de la vida racional, como su reverso: absolutamente incomparables en su singularidad, los personajes que nos muestra la tragedia, nos enseñan que siempre el encuentro con la Tyché es con consecuencias. De este modo, podemos interpretar la tragedia griega como el intento de este pueblo por tramitar lo real de la fragilidad humana que todo ideal recubre. Ahora bien, puede dársele diversas interpretaciones a esta fragilidad, y comúnmente se le adjudica a la injusticia de un destino, o al capricho arbitrario de las divinidades.

Pero si examinamos más a fondo esta cuestión, podemos ver que el acontecimiento trágico tiene lugar a partir de las respuestas que los distintos personajes dan en su encuentro con la Tyché. Es en la respuesta misma, y no tanto en el encuentro en sí, donde radica la esencia del acontecimiento trágico y la dimensión de la responsabilidad ligada a él. Es ahí donde se ubica la hamartía, que Aristóteles bien señalaba en su poética como la causa  de la caída trágica.

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