martes, 7 de diciembre de 2010

Ética trágica (y V): Ruth Benedict y el mito y vergüenza

Uno de los temas más repetido en el mito griego (y que aparece de forma muy central en todo el mundo homérico) es el de la vergüenza (“adiós”). El análisis de esta cuestión fue renovado por la antropóloga norteamericana Ruth Benedict en su libro: “El crisantemo y la espada, modelos de la cultura japonesa” (1946) en que contrapone la “cultura de la vergüenza” (japonesa, en este caso), a la “cultura de la culpa” (judeocristiana). 

Para Benedict, en las “culturas de la culpa” hay unos criterios de moralidad y una idea muy fuerte de la conciencia individual. En cambio, en las “culturas de la vergüenza” hay una moralidad propia y específica de cada grupo social (guerreros, mujeres, comerciantes...) y el individuo (como singular) pesa muy poco en relación al grupo.No en vano “adiós” (es decir: “Vergüenza”) era el grito militar de los generales griego para lanzar las tropas al combate.

En la cultura de la vergüenza, lo que importa es “que no se sepa”: el individuo sólo queda deshonrado si su conducta es de conocimiento público. Si fuese mala, pero nadie la conociera, no pasaría nada. En la cultura de la vergüenza “no se incita a confesar nuestros pecados ni tan solo a los mismísimos dioses”.

La cultura de la vergüenza tiene más rituales para celebrar la felicidad (identificada generalmente con la abundancia) que para cumplir la penitencia (que acostumbra a ser brutal).
La vergüenza va acompañada de “dolor personal”, más que de “dolor moral” (propio de la culpa). 
 
La vergüenza ocupa, entonces, en la ética japonesa, el mismo lugar que la buena conciencia en la ética judeocristiana occidental. Cada uno esta muy atento al juicio que su conducta provoque en los otros, de la misma forma que un occidental quiere “no tener cargos de conciencia”.

A diferencia de la cultura de la culpabilidad, la cultura de la vergüenza no provoca intolerancia directa, sino una serie de formas de exclusión más sutiles. Hay una “comunidad de ambiente”, que se rige por sobrentendidos, por implícitos: hay un “poder del lugar” (de la posición que se ocupa) más que un poder de la norma.

Si la tradición judeocristiana pone el acento en la culpa; en cambio, el mito griego desvincula “mal” de “culpabilidad”. El mal en la tragedia griega es (¿siempre?) visto como un azar infalible del cual el héroe no es culpable: en cualquier caso lo que muestra la tragedia es el peligro de “ceguera” que amenaza la vida de todos, y en la representación, la del héroe.

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