miércoles, 8 de diciembre de 2010

Lisboa y la vieja Europa

                        "Ah, el mundo es lo que a él traemos,
                         todo  existió porque existí,
                         hay porque vemos.
                         ¡Y hay mundo porque yo lo vi!
                                        Fernando Pessoa



Recientemente y por motivos laborales he viajado en un par de ocasiones a Lisboa y en esos tiempos muertos, tan buscados entre reunión y reunión, uno ensaya hacer de caminante ocioso sin destino a modo del "flâneur" de Baudelaire e intenta hacer de ese propio viaje una obra de descubrimiento del caracter propio de la ciudad  y del alma de "saudade "de los portugueses.

Y es en esas calles antiguas del barrio Alto cerca de la Plaza del Comercio llenas de una decadencia que tiene su propia estética fascinante es donde a uno le viene el pensamiento de la pérdida por desistimiento de toda una idea de Europa, de una vieja Europa donde imperaban valores como el sosiego, el buen café reposado, el trato formal y caballeroso, la lealtad, el ver pasar suavemente la vida, mirando desde la ventana grandes horizontes lejanos, como nuestro querido escritor  portugues Pessoa, viejo contable de una empresa de Lisboa. Una idea de vieja Europa que representa tan bien Portugal y que ahora se ve acosada diariamente por los atribulados mercados financieros de deuda, una de esas incomprensibles y abominables nuevas criaturas del mundo moderno.

Y en ese reposado paseo a uno también le da por asociar y viajar mentalmente a la Mitteleuropa del Danubio, a esa también vieja idea de civilización de la Europa central del Imperio austro-hungaro previa a su descomposición en la Primera Guerra Mundial que describe magistralmente el escritor italiano Claudio Magris en su obra literaria y libro de viajes El Danubio. Una idea de civilización imperial en decadencia, como Lisboa, pero que aprendía a sentir la vida como disolución, como carencia, como "deesse" y que arrancaba gracias a toda la intelectualidad (Wittgenstein, Schumpeter, Popper) de la Viena de principios de siglo XX, grandes territorios de persuasión, momentos absolutos de significado y avance para la ciencia y la filosofía.


Y llegados a este punto del paseo ya en el barrio del Chiado uno se sienta junto a nuestro desasosegado poeta Pessoa en el café A Brasileira y sorbiendo un magnifico café Portugues y rememorando uno de sus poemas, trata de luchar por mantener perdurable ese sentimiento de suavidad de la Vieja Europa que no debe desaparecer:
 "Es suave el día, suave el viento
Es suave el sol y suave el cielo.
¡Que fuera así mi pensamiento!
¡Ser yo tan suave es lo que anhelo!
                                                       Fernando Pessoa
                                                            
                                


    

                                              

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